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Parker estaba equivocado. El hombre que alquiló la moto parece ser que cometió el fatal error de escoger a un mensajero honesto. Después de investigar y poner anuncios, un joven se presentó en New Scotland Yard. Dijo que se llamaba Frank Jenkins y explicó que había visto uno de los anuncios. Había estado buscando trabajo en varios sitios y, cuando había vuelto a la ciudad, se había encontrado con que la policía lo estaba buscando.

Recordaba perfectamente el episodio de la moto. En aquel momento le pareció divertido. La mañana del 5 de enero estaba cerca de un garaje en Bloomsbury buscando trabajo cuando vio que se acercaba un tipo montado en una moto. Era bajo y robusto, de ojos azules y, por la manera de hablar, parecía que era propietario de un negocio o algo así, porque hablaba con mucha convicción, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes. Sí, era posible que fuera un oficial de la marina mercantil. Era muy posible. Pensándolo mejor, tenía cierto aire de marinero. Llevaba una chaqueta de piel mojada y sucia y una gorra que le tapaba la cara. Este hombre le dijo: «Hijo, ¿quieres hacerme un trabajo?». Cuando él le respondió que sí, el hombre le preguntó: «¿Sabes conducir una moto?». Frank Jenkins le respondió: «Dígame dónde vamos, señor». En ese punto el hombre le explicó que quería que devolviera la moto a un garaje, que recogiera el depósito y que se lo llevara a la Taverna Rugby, en la esquina de Great James Street con Chapel Street, donde recibiría algo a cambio. Él hizo su parte del negocio, que no le llevó más de una hora, pero cuando llegó a la Taverna Rugby el hombre no estaba allí y, al parecer, nunca había estado. Una mujer le dijo que lo había visto caminando en dirección a Guilford Street. Jenkins esperó allí hasta media mañana, pero el hombre con la chaqueta de cuero no apareció. Entonces, Frank decidió dejarle el dinero en un sobre al propietario de la taberna con una nota que decía que no podía esperarlo más y que, como compensación por el trabajo, se había quedado media corona. Ésa fue la cantidad que le pareció justa por el trabajo que había realizado. El propietario les podría decir si alguien había reclamado el dinero.

Cuando lo interrogaron, el propietario de la taberna recordó la historia. Nadie que encajara con la descripción de James Thoday había reclamado el dinero que, después de una intensa búsqueda, apareció intacto dentro de un sobre sucio. Junto con el dinero estaba el recibo del propietario del garaje a nombre de Joseph Smith, con una dirección falsa.

El siguiente paso era, obviamente, enfrentar a James Thoday y Frank Jenkins. El mensajero identificó a James como el hombre que le había ofrecido el trabajo; James Thoday insistía, educadamente, en que debía tratarse de un error. «¿Y ahora qué?», pensó Parker.

Le trasladó la pregunta a Wimsey, que dijo:

– Creo que ha llegado la hora de jugar sucio, Charles. Intenta poner a William y a James solos en una habitación con un micrófono o algo para espiarlos. Puede que no sea ético, pero verás cómo funciona.

En esas circunstancias, los hermanos se reencontraron por primera vez desde que James se marchó el 4 de enero. La escena se produjo en una sala de espera de Scotland Yard.

– Bien, William.

– Bien, James.

Se produjo un silencio. Entonces James preguntó:

– ¿Qué saben?

– Por lo que creo, casi todo.

Otra pausa. Luego James volvió a hablar con un tono más serio.

– Muy bien. Será mejor que dejes que me inculpen a mí. No estoy casado, y tú tienes que pensar en Mary y en las niñas. Pero, por Dios, ¿no podías haberte deshecho de él sin matarlo?

– ¿Qué? -dijo William-. Eso mismo pensaba preguntarte a ti.

– ¿Quieres decir que no lo mataste tú?

– Claro que no. Habría sido una estupidez. Le había ofrecido doscientas libras para que desapareciera. Si no hubiera estado enfermo, me hubiera deshecho de él, y pensé que eso fue exactamente lo que habías hecho tú. ¡Dios mío! Cuando lo sacaron de aquella tumba, como si fuera el día del Juicio Final, pensé que ojalá también me hubieras matado a mí.

– Pero yo jamás le puse la mano encima, Will, hasta después de muerto. Me lo encontré allí, en el suelo, con esa mirada diabólica en la cara, y nunca te culpé por lo que habías hecho. Juro que nunca te culpé, Will, por ser tan tonto como para matarlo. Así que le destrocé la cara para que nadie lo reconociera. Pero, al parecer, lo han descubierto. Fue mala suerte que abrieran la tumba tan pronto. Quizá habría sido mejor que lo hubiera tirado al dique, pero era un camino muy largo y pensé que la tumba sería un lugar lo bastante seguro.

– Pero, James, entonces… si tú no fuiste, ¿quién lo mató?

En ese momento el comisario Blundell, el inspector jefe Parker y lord Peter Wimsey entraron en la sala.

Quinta Parte

Las campanas se esquivan

Entonces les hablaron de una tumba profanada […] de un cuerpo desfigurado.

Berenice

Edgar Allan Poe

El único problema fue que los dos testigos que hasta entonces apenas habían dicho nada, ahora sólo querían hablar y lo hacían los dos a la vez. El inspector jefe Parker tuvo que hacerlos callar.

– De acuerdo -dijo-. Los dos sospechabais del otro y lo habéis estado encubriendo. Eso lo hemos entendido. Ahora que eso está claro, vayamos a la historia. Primero William.

– Bueno, señor -respondió Will muy acelerado-, no sé si le diré nada nuevo, porque parece que lord Wimsey ha ido atando cabos. No le hablaré de lo que sentí la noche que me dijo lo que yo había hecho, pero le diré una cosa, y quiero que quede muy claro: mi pobre mujer nunca supo nada, porque ya me encargué yo de mantenerla al margen desde un buen principio. Hizo una pausa con aire reflexivo, y continuó: -Empezaré por el principio, la noche del 30 de diciembre. Volvía a casa tarde porque había ido a ver una vaca enferma en el establo de sir Henry y, cuando pasé por delante de la iglesia, vi a alguien que merodeaba por allí y que entraba en el templo. Era una noche muy oscura, claro, pero, si se acuerdan, había empezado a nevar y vi algo que se movía detrás de la nieve. Pensé que sería el Loco que volvía a rondar solo por la noche y que sería mejor que entrara y lo acompañara a casa. Así que entré, me acerqué a la puerta y vi huellas que seguían el camino que lleva hasta el porche. Me detuve y dije: «¡Hola!». Pensé que aquello era muy extraño, ¿dónde se había metido el Loco? Caminé por fuera de la iglesia y, al final, vi una luz que se movía y que se dirigía hacia la sacristía. Entonces pensé que debía ser el párroco. O no. Así que volví a la puerta y vi que en el cerrojo no había ninguna llave, que era lo normal cuando el párroco estaba dentro. La abrí, entré y oí movimiento detrás del cancel. Avancé lentamente para no hacer ruido, porque como venía del campo llevaba botas de goma, y cuando di la vuelta al cancel vi una luz y oí que había alguien en la sacristía. Entré y me encontré con un tipo que estaba subido a la escalera que Harry Gotobed utiliza para limpiar las lámparas. La había apoyado en la pared y estaba de espaldas a mí, y encima de la mesa vi una linterna y algo que no debía estar allí: una pistola. La cogí y dije alto y claro: «¿Qué está haciendo aquí?». El se giró de golpe y alargó la mano hacia la mesa. Le dije: «No lo haga. Tengo su pistola y sé cómo utilizarla. ¿Qué quiere?». Entonces me empezó a explicar la historia de que no tenía trabajo y que buscaba un lugar para pasar la noche, y yo le dije: «No me lo creo. ¿Y para qué quiere la pistola? Levante las manos. A ver qué más lleva encima», Le registré los bolsillos y encontré un juego de copias de las llaves de la iglesia. «De acuerdo, amigo, ya he tenido bastante. Voy a llamar a la policía», le dije. Entonces me miró y se echó a reír. Me contestó: «Piénsalo dos veces, Will Thoday». Y yo le pregunté: «¿Cómo sabe mi nombre?», pero luego lo miré mejor y dije: «¡Por Dios, es Jeff Deacon!». Y él respondió: «Sí, y tú eres el que está casado con mi mujer». Y volvió a reírse. Entonces entendí lo que implicaría denunciarlo a la policía.