– Cuando apareció el cadáver. Tendrás que perdonarme, Jim, pero, claro, yo pensé que habías sido tú y, no sé… yo tampoco podía ser el mismo. Sólo deseaba que hubiera muerto de forma natural.
– Pero no fue así -dijo Parker, pensativo.
– Entonces, ¿quién lo mató? -preguntó Jim.
– Estoy seguro de que tú no fuiste -respondió el detective-. Lo sé porque si lo hubieras matado, no habrías negado con tanta rotundidad la posibilidad de que muriera de frío. Y tampoco creo que fuera tu hermano, aunque los dos sois cómplices de los hechos del asesinato de Deacon, y todavía no estáis exculpados del todo, no creáis. Lo pasaríais muy mal si se iniciara un procedimiento judicial. Sin embargo, y es una opinión personal, os creo.
– Gracias, señor.
– ¿Y qué hay de la señora Thoday? La verdad, por favor.
– Está bien, señor. Estaba preocupada, no se lo negaré, porque me notaba muy extraño. Sobre todo después del descubrimiento del cadáver. Pero sólo empezó a atar cabos cuando vio la carta que milord le enseñó. Me lo preguntó y yo le expliqué parte de la verdad. Le dije que sabía que Deacon era el hombre muerto y que alguien, que no era yo, lo había matado. Y ella supuso que Jim tenía algo que ver en todo este asunto. Yo le dije que era posible, pero que debíamos mantenernos unidos y evitarle problemas a Jim. Ella estuvo de acuerdo, pero me advirtió que tendríamos que volver a casarnos porque estábamos viviendo en pecado. Es una buena mujer y no pude quitarle la idea de la cabeza, así que accedí y ya lo teníamos todo arreglado para casarnos en Londres sin hacer ruido cuando nos encontraron.
– Sí -dijo Blundell-. Tienes que darle las gracias a milord. Parecía que lo sabía todo, y desgraciadamente tuvo que deteneros. Pensaba que la persona que se había deshecho de Deacon tenía que hacer sonar la marcha nupcial y llenar el pasillo de flores.
– Comisario, ¿hay alguna razón por la que no puedan casarse, ahora?
– No lo sé -contestó Blundell-. Si están diciendo la verdad, no. Puede que se inicie un procedimiento judicial, porque todavía no os habéis librado del todo, pero no veo ningún impedimento para que puedan casarse. Tenemos su versión y no creo que la pobre Mary pudiera añadir gran cosa.
– Muchas gracias, señor -repitió Will.
– Aunque, respecto a quién mató a Deacon -dijo el comisario-, todavía no sabemos nada. A menos que fuera el Loco o, después de todo, Cranton. Creo que éste es el caso más extraño en el que he trabajado. Estos tres individuos, entrando y saliendo del campanario, uno detrás de otro… hay algo detrás de todo esto que se nos está escapando. Y vosotros dos -dijo, dirigiéndose a los hermanos-, será mejor que no digáis nada de esto a nadie. Algún día tendrá que salir a la luz, eso es inevitable, pero si lo vais diciendo por ahí y obstruís nuestro trabajo, os detendremos y os acusaremos de asesinato. ¿Lo habéis entendido?
Empezó a cavilar algo mientras se mordía el bigote con los dientes amarillentos.
– Será mejor que vaya a casa e interrogue al Loco -dijo algo desanimado-. Si fue él, ¿cómo lo hizo? Eso es lo que me tiene confundido.
4
Un carrillón completo de
Kent Treble Bob Major
(Tres partes)
5-376
Después de la primera parte:
65432
34562
23645
35642
42356
Campana guía: la octava
Tócala por delante, un doble por el medio, un doble por detrás y al centro; un doble por detrás y un doble en el centro; un doble en el medio, por detrás y un doble en el centro; delante, un doble por el medio, detrás y un doble en el centro; delante, un doble por el medio y un doble por detrás. Repetir dos veces.
J. Wilde
Primera parte
De los animales puros, y de los animales que no son puros, y de las aves, y de todo lo que repta por el suelo, sendas parejas de cada especie entraron con Noé en el arca.
Génesis 7, 8-9
La memoria pública es breve. El asunto del cadáver en el cementerio se olvidó, las semanas pasaron y las revistas sensacionalistas se olvidaron del caso; sólo se acordaba de Deacon el comisario Blundell y los habitantes de Fenchurch St Paul. Consiguieron que la prensa no se enterara del descubrimiento de las esmeraldas ni de la segunda boda de los Thoday. Sólo lo sabían la policía, lord Peter Wimsey y el señor Venables, y ninguno de ellos tenía intención de hacerlo público.
El comisario había interrogado al Loco Peake, aunque no sirvió de nada. No se le daba nada bien recordar fechas y la conversación, que estuvo llena de extrañas profecías, escapaba a los límites de la lógica y fantaseaba demasiado con las cuerdas de las campanas. Su tía le ofreció una coartada, por lo que recordaba, que no era demasiado. Al señor Blundell tampoco le entusiasmaba demasiado sentar al Loco en el banquillo de los acusados. Había muchas probabilidades que lo declaran incapacitado y el resultado, en el mejor de los casos, sería que acabara encerrado en una institución mental.
– Y tú ya sabes que no me imagino al Loco haciendo algo así -le dijo a su mujer.
La señora Blundell estuvo de acuerdo con él.
En cuanto a los Thoday, su situación era bastante desagradable. Si los acusaban por separado, siempre habría suficientes dudas sobre el otro para que los absolvieran, mientras que si los acusaban conjuntamente, era muy posible que su historia tuviera en el jurado el mismo efecto que había tenido sobre la policía. Los absolverían y siempre quedaría la duda entre sus vecinos, y eso tampoco era demasiado agradable. O podrían colgarlos a los dos, «y entre usted y yo -le había dicho el comisario al inspector jefe-, si los colgamos, jamás tendría la conciencia tranquila». El inspector jefe estuvo de acuerdo con él.
– Nuestro único problema es que no tenemos pruebas reales del asesinato. Si pudiéramos estar seguros de qué murió.
Así que se abrió un período de inactividad. Jim Thoday volvió al barco; Will Thoday, después de casarse con Mary, siguió con su vida. Con el tiempo, el loro olvidó las palabras que acababa de aprender, y sólo las pronunciaba muy de vez en cuando. El párroco siguió celebrando bodas, comuniones y bautizos, y Sastre Paul seguía repicando el toque de difuntos o bailando con las demás campanas en repiques normales. Y el río Wale, regocijándose por la nueva oportunidad que le habían dado, bajaba lleno después de un verano y un otoño muy lluviosos y rebajó la cama del río casi tres metros, lo que hizo que el caudal fuera tanto que las presas Great Leam y Oíd Bank tuvieron que abrir todas las compuertas y se drenó toda la zona del Upper Fen.
Y lo necesitaba, porque aquel verano el agua se había quedado estancada en los campos hasta septiembre, y el maíz no floreció y los montículos de cereales empapados se quemaron y dejaron un olor apestoso; además, el párroco de Fenchurch St Paul, que organizaba el festival de la cosecha, tuvo que sustituir su sermón preferido acerca del agradecimiento porque no había suficiente trigo para cubrir el altar ni gavilla para adornar las ventanas de los pasillos y las estufas, como era habitual. En realidad, la cosecha se retrasó tanto y hacía tanto frío en la iglesia, que tuvieron que encender las estufas para la misa de la noche, y cuando llegó el momento de recoger todas las frutas y verduras para llevarlas al hospital regional, se dieron cuenta de que una calabaza gigante se había quemado porque la habían dejado junto al fuego.
Wimsey había decidido que nunca más volvería a Fenchurch St Paul. Los recuerdos que ese pueblo le traía no le gustaban, y sentía que había un par de personas que estarían mucho más tranquilas si no lo volvían a ver. Sin embargo, cuando Hilary Thorpe le escribió para pedirle que pasara las Navidades con ella, se sintió en la obligación de acudir. Su posición respecto a esa chica era especial. El señor Edward Thorpe, como único fiduciario de la voluntad de su padre y su tutor natural, tenía algunos derechos que ningún tribunal podía discutir; Wimsey, en cambio, como único fiduciario de la herencia de los Wilbraham, tenía cierta ventaja. Si quería, podía complicarle la vida al señor Thorpe. Hilary tenía en su poder pruebas de la educación que su padre deseaba para ella, y el tío Edward apenas podía oponerse alegando problemas económicos. Sin embargo, Wimsey, que era quien administraba el dinero, podía perfectamente negárselo si esos deseos no se cumplían. Si el tío Edward prefería ser obstinado, había muchas posibilidades de que se enzarzaran en una lucha sin tregua, aunque no creía que el tío fuera tan obstinado. Wimsey tenía en sus manos el poder para hacer que Hilary pasara de ser una obligación para su tío a ser una fuente de ingresos, y era muy probable que el señor Thorpe se tragara sus principios y se quedara con el dinero. Ya había dado señales de su permisividad hacia su sobrina al aceptar llevarla a la Casa Roja a pasar las Navidades en lugar de quedarse en Londres. En realidad, si la Casa Roja seguía abierta no era por culpa del señor Thorpe, que ya había intentado ponerla a la venta, lo cierto era que no había mucha gente dispuesta a quedarse con una mansión casi en ruinas, situada en medio de un desierto e hipotecada. Hilary tenía su carácter y, aunque a Wimsey le habría gustado que se instalara en Londres, apreciaba que la chica no quisiera perder las raíces familiares. En este punto, Wimsey también era decisivo. Estaba en su poder arreglar la casa y pagar la hipoteca, algo que agradaría mucho al señor Thorpe, que no podía venderla sin su permiso. Aunque el factor decisivo para que Wimsey aceptara la invitación era que, si iba a Fenchurch, ya tenía una excusa decente para no ir a la casa familiar en Denver y, de todas las cosas de este mundo, una reunión familiar era lo que menos le apetecía.