– Yo me alegro de haber venido aquí. Se aprende rápido aquí -dijo Craig.
– Ten cuidado de no aprender demasiado rápido -le dijo Gus y aminoró la marcha del Plymouth esperando coincidir con el semáforo rojo porque estaba empezando a cansarse de conducir. Había sido una noche muy tranquila y los policías se aburrían en los coches tras varias horas de patrullar monótonamente. Sólo eran las nueve y media. No debieran haber comido tan pronto, pensó Gus. La noche se les haría más larga.
– ¿Has estado presente alguna vez en un tiroteo? -le preguntó Craig.
– No.
– ¿Y en una auténtica pelea?
– Tampoco -dijo Gus -. Una auténtica pelea no. Algunos bastardos un poco belicosos pero no una auténtica pelea.
– Has tenido suerte.
– Sí -dijo Gus y, por unos momentos, volvió a experimentar la misma sensación de siempre pero ya había aprendido a dominarla. Ahora ya no se asustaba sin motivo. Las veces que tenía miedo, era con motivo. Una noche trabajó con un viejo policía que le dijo que, en veintitrés años de servicio, jamás se había visto envuelto en una pelea y ni siquiera había disparado jamás en acto de servicio ni estado cerca de la muerte, a excepción de algunas persecuciones en coche, y que no creía que un policía tuviera que mezclarse en tales cosas, a no ser que deliberadamente las buscara. La idea resultaba tranquilizadora sólo que aquel policía se había pasado la carrera en Valle Oeste y en la División de Van Nuys, lo cual equivalía casi a un retiro y sólo había permanecido en Universidad unos meses, por traslado disciplinario. Sin embargo, pensó Gus, habían pasado dos años y él había escapado de la confrontación que tanto temía. ¿Pero seguiría teniendo ahora tanto miedo?, se preguntó. El uniforme azul y la placa y las interminables decisiones y arbitrajes en los problemas de otras personas (cuando no conocía realmente las respuestas pero, por las calles, a media noche, no estaba más que él, por lo que se había visto obligado a tomar decisiones por otros y en algunas ocasiones algunas vidas habían dependido de sus decisiones), sí, estas decisiones y el uniforme azul y la placa le habían proporcionado una confianza que jamás había soñado llegar a poseer. Aunque seguía experimentando algunas dudas atormentadoras con respecto a sí mismo, su vida había cambiado profundamente con todo ello y se sentía más feliz que nunca.
Si podía trasladarse a una tranquila zona blanca, sería probablemente más feliz a no ser que le perturbaran sentimientos de culpabilidad por estar allí. Pero si estaba seguro de que disponía del valor necesario y ya no tenía nada más que demostrarse a sí mismo, entonces podría trasladarse a Highland Park y estar más cerca de casa y sentirse finalmente satisfecho. Pero todo eso eran tonterías, desde luego, porque si algo le había enseñado el trabajo de policía era que la felicidad es un sueño de locos y de niños. La satisfacción razonable resultaba un objetivo más idóneo.
Empezó a pensar en las anchas caderas de Vickie y en el cambio que podían producir diez quilos de más en una muchacha bonita como Vickie hasta el extremo de haber llegado a imaginar algunas veces que las pocas ocasiones en que se hacían el amor se debían a que ella estaba terriblemente asustada de otro embarazo, cosa de que no podía culparla, o quizás fuera porque ella iba resultándole cada vez menos atractiva. No era simplemente la voluminosidad que había transformado un cuerpo esbelto hecho para la cama, no era simplemente eso, era el derrumbamiento de la personalidad que sólo podía atribuir a una juvenil y apresurada boda y a tres hijos que eran demasiado para una muchacha sin voluntad con una inteligencia inferior a la normal, que siempre había dependido de los demás y que ahora se apoyaba tanto en él.
Pensó que tendría que quedarse con el niño toda la noche si ella no había mejorado del resfriado y experimentó una ligera oleada de cólera purificadora, pero sabía que no tenía derecho a enojarse con Vickie que fue la muchacha más bonita que jamás se interesó por él. Al fin y al cabo, él no era precisamente un trofeo que adorar. Se miró en el espejo retrovisor y vio que su cabello color arena ya era muy fino y había tenido que modificar una anterior suposición; sabía que sería calvo mucho antes de llegar a los treinta y ya tenía unas finas arrugas alrededor de los ojos. Se burló de sí mismo por sentirse decepcionado ante la gordura de Vickie. Pero no era eso, pensó. No era eso en absoluto. Era ella.
– Gus, ¿tú crees que los policías están en mejor situación de comprender la delincuencia que, no sé, los penalistas o funcionarios judiciales o los investigadores del comportamiento?
– Dios mío -se echó a reír Gus -. ¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Es la pregunta de un test?
– Pues lo es -dijo Craig -. Estoy estudiando psicología en Long Beach State y mi profesor está muy bien preparado en criminología. Cree que los policías son orgullosos y clasistas y que desprecian a otros expertos porque creen que son los únicos que entienden realmente de delitos.
– Es una suposición acertada -dijo Gus.
Se recordó a sí mismo que aquel iba. a ser el último semestre que podría permitirse descansar porque pronto perdería la costumbre de no ir a clase. Si quería obtener el título, tendría que volver a clase el próximo semestre sin falta.
– ¿Estás de acuerdo? -le preguntó Craig.
– Creo que sí.
– Pues yo sólo hace unos meses que he salido de la academia y no pienso que los policías sean clasistas. Sigo conservando a mis antiguos amigos.
– Yo también tengo los míos -dijo Gus -. Pero ya verás al cabo de un año cómo empezarás a considerarles de una manera algo distinta. Ellos no lo saben, ¿comprendes? Y los criminólogos tampoco. Los policías ven el cien por cien de la delincuencia. Nosotros vemos a los que no son delincuentes y a los verdaderos delincuentes mezclados en delitos. Vemos a testigos de delitos y a víctimas de delitos y les vemos durante e inmediatamente después de producirse los delitos. Vemos a los malhechores durante e inmediatamente después y a veces a las víctimas antes de que se produzcan los delitos y sabemos que van a ser víctimas y vemos antes a los malhechores y sabemos que van a ser malhechores. No podemos hacer nada a pesar de que sabemos lo que va a suceder por la experiencia que tenemos. Nosotrossabemos. Díselo a tu profesor y creerá que quien necesita un psicólogo eres tú. Tu profesor los ve en un tubo de ensayo y en una institución y cree que son delincuentes estos desgraciados fracasados que él estudia, pero lo que no comprende es que muchos miles de personas que han alcanzado el éxito están mezcladas con el delito tanto como sus pobres fracasados. Si supiera realmente la cantidad de delitos que se producen no sería tan presuntuoso. Los policías somos unos snobs pero no somos presuntuosos porque estos conocimientos no le hacen a uno sentirse satisfecho de sí mismo, sino que más bien le aterran.
– Jamás te había oído hablar tanto, Gus -dijo Craig mirando a Gus con renovado interés y Gus sintió la necesidad de seguir hablando de estas cosas porque no solía hablar mucho de ellas exceptuando con Kilvinsky, cuando él estaba. Había aprendido todas estas cosas de Kilvinsky y la experiencia le había demostrado que Kilvinsky tenía razón.
– No se puede superar nuestra proximidad de trato con la gente -dijo Gus -. Les vemos cuando nadie les ve, cuando nacen y mueren y fornican y están ebrios-. Ahora Gus sabía que era Kilvinsky quien hablaba y él estaba usando palabras textuales de Kilvinsky; al utilizar las palabras de este hombre, le pareció un poco como si Kilvinsky estuviera presente y fue una sensación agradable -. Vemos a las gentes cuando despojan a otras personas de objetos de valor y cuando han perdido la vergüenza o están muy avergonzadas y nos enteramos de secretos que sus maridos y esposas ni siquiera conocen, secretos que tratan incluso de ocultarse a sí mismas y, qué diablos, cuando uno se entera de cosas así acerca de personas que no están recluidas en una institución, de personas que están fuera y a las que puedes ver actuar todos los días, entonces es cuando uno sabe. Es natural que se convierta uno en clasista y se asocie con otros que también saben. Es lógico.