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– Es posible, Roy. Es posible que a tu manera sea verdad. Pero no creo que la quieras por ella misma. Es porque ves en ella algo más. Pero no importa quién la quiera más. El caso es que una niña, sobre todo una niña pequeña, necesita una madre.

– Está mi madre…

– Maldita sea, Roy, ¿quieres callarte y dejar de pensar siquiera por una vez en ti mismo? Quiero decirte que Becky necesita una madre, una madre verdadera, y sucede que yo soy esta madre. Mi abogado te ha dicho y yo te he dicho que tienes derecho a visitarla. Podrás conseguir todo lo que sea razonable. Seré muy liberal a este respecto. Creo que no he sido muy exigente en la solicitud de manutención de la niña. Y desde luego la pensión para asistencia acordada no me parece demasiado exagerada.

Roy respiró profundamente tres veces y una sensación de humillación le recorrió el cuerpo. Se alegraba de haber decidido hacerle el último ruego por teléfono porque temía que pudiera suceder aquello. Se había sentido tan aturdido a lo largo de todo el proceso del divorcio que ya le resultaba imposible controlar las más simples emociones.

– Eres muy generosa, Dorothy -dijo finalmente.

– Te deseo la mejor suerte, Dios sabe que es verdad.

– Gracias.

– ¿Puedo darte un consejo, Roy? Creo que te conozco mejor que nadie.

– ¿Por qué no? En estos momentos, soy vulnerable a todo. Si me dices que me caiga muerto, es probable que lo haga.

– No lo harás, Roy. Estarás bien. Escucha, matricúlate y vete a otro sitio. Estudiaste criminología tras haber cambiado dos o tres veces de asignatura principal. Me dijiste que sólo ibas a ser policía cosa de un año y ya hace más de dos y no estás nada cerca de conseguir el título. Eso no tendría nada ele malo si te gustara ser policía. Pero yo creo que no. Nunca le ha gustado de verdad.

– Es mejor que trabajar para ganarse la vida.

– Por favor, no gastes bromas ahora, Roy. Es el último consejo desinteresado que te daré. Matricúlate. Aunque ello signifique volver a la tienda de tu padre. Peor podrían irte las cosas. No creo que tengas éxito como policía. Nunca estuviste contento de todos los aspectos de tu trabajo.

– Quizás nunca esté contento con nada.

– Quizás, Roy. Quizás. De todas maneras, haz lo que creas mejor, te veré a menudo cuando vengas a ver a Becky.

– De eso puedes estar segura.

– Adiós, Roy.

Roy se sentó sobre el desordenado escritorio del despacho y empezó a fumar a pesar de haber sufrido una grave indigestión y de sospechar que padecía una úlcera incipiente. Se terminó el primer cigarrillo y utilizó la colilla para encender otro. Sabía que se le agravaría el ardor de estómago pero no importaba. Pensó por unos momentos en la Smith and Wesson de cinco centímetros que descansaba ligeramente apoyada sobre su cadera y que le hacía tan agudamente consciente del hecho de que, por primera vez en su carrera de policía, trabajaba en una misión de paisano. Por primera vez advirtió cuánto había estado deseando que le asignaran aquella misión y cómo había saltado de alegría cuando el comandante de guardia le había pedido si le importaría trabajar en la patrulla secreta durante treinta días. Empezó a sentirse un poco mejor y consideró que era estúpido y melodramático pensar en la Smith & Wesson tal como acababa de hacer. Las cosas no estaban todavía tan mal. Todavía le quedaba esperanza.

Giró la cerradura y la puerta se abrió de golpe; Roy no reconoció al hombre medio calvo y chillonamente vestido que entró con un cinturón de arma colgado del hombro y una bolsa de papel en la mano.

– Hola -dijo Roy levantándose y esperando que no se le notara en la cara que había llorado.

– Hola -dijo el hombre tendiéndole la mano -, debes ser nuevo.

– Me llamo Roy Fehler, esta vez actuaré de paisano. Es la tercera noche que vengo.

– ¿Ah, sí? Yo me llamo Frank Gant. He estado libre de servicio desde el lunes. Ya me dijeron que pediríamos prestado a alguien -. Tenía una mano recia y le estrechó la suya con fuerza -. No creía que hubiera nadie dentro. Generalmente, el primer individuo del turno de noche que llega deja abierta la puerta.

– Perdón -dijo Roy -, la próxima vez la dejaré abierta.

– No te preocupes. ¿Ya conoces a los demás muchachos?

– Sí. Tú eras el único que todavía no conocía.

– Lo bueno siempre se guarda para lo último -dijo Gant sonriendo y colocando la bolsa de papel encima de un archivador metálico.

– Es la comida -dijo señalando la bolsa -. ¿Tú te la traes también?

– No, las dos noches pasadas me la he comprado.

– Es mejor que te la traigas -dijo Gant -. Comprobarás que no resulta muy ventajoso trabajar vestido de paisano. Cuando te quilas el uniforme azul, pierdes los sitios para comer. Tenemos que pagarnos las comidas o traérnoslas de casa. Yo me la traigo. Trabajar de paisano ya es bastante caro.

– Creo que yo también lo haré. No puedo permitirme gastar mucho dinero estos días.

– Pues tendrás que gastar un poco -dijo Gant sentándose junto a la mesa y abriendo el cuaderno de notas para apuntar la fecha de tres de agosto.

– Nos dan unos cuantos dólares a la semana para trabajar y normalmente los gastamos la primera noche. A partir de entonces, tienes que utilizar tu propio dinero si quieres trabajar. Yo procuro no gastar demasiado. Tengo cinco hijos.

– Estoy de acuerdo contigo -dijo Roy.

– ¿Te han dado dinero?

– Anoche trabajamos un bar por infracción de la ley del alcohol -dijo Roy -. Anoté dos dólares pero en realidad gasté cinco. Perdí tres en el negocio.

– Así es el trabajo de paisano -dijo Gant suspirando-. Es estupendo y, si te gusta trabajar, te encantará estar aquí pero los muy bastardos no nos dan suficiente dinero para manejar.

– Me gustaría trabajar de paisano con regularidad. Tal vez fuera ésta una buena ocasión de demostrar lo que puedo hacer.

– Lo es -dijo Gant -abriendo un abultado "dossier" de papel manila y sacando unos impresos que Roy ya sabía que eran informes -. ¿Cuánto tiempo hace que estás en Central, Roy? Me parece que no te había visto nunca.

– Unos cuantos meses. Vine de Newton.

– Allí en la selva, ¿eh? Apuesto a que estás contento de haberte marchado.

– Quería cambiar.

– Cualquier cambio es mejor cuando uno sale de allí. Yo también trabajé en Newton pero fue antes de que empezaran a producirse los desórdenes de los Derechos Civiles. Ahora que a los negros se les ha prometido el Cielo no es lo mismo trabajar allí. Yo no volveré nunca.

– Es un problema muy complicado -dijo Roy encendiendo otro cigarrillo y frotándose su ardiente estómago mientras emitía una nube de humo gris a través de la nariz.

– También tenemos a algunos negros en Central, pero no muchos. En la zona Este y en las urbanizaciones de viviendas baratas, generalmente, y algunos otros desperdigados. Demasiado comercio e industria en la zona del centro para que puedan proliferar.

– Quisiera ayudarte con estos papeles -dijo Roy sintiéndose irritado y molesto tal como siempre le sucedía cuando alguien hablaba así de los negros.

– No te preocupes. Son antiguos informes secretos con continuación. No sabrías qué escribir. ¿Por qué no miras el libro de prostitutas? Es bueno conocer a las habituales. O leer algunos de los informes de detenciones para ver cómo se atrapa a la gente. ¿Has atrapado ya a alguna prostituta?

– No, estuvimos siguiendo a un par anoche pero después las perdimos. Hemos estado trabajando los bares sobre todo. Detuvimos a un tabernero por servir a un borracho pero es la única detención que hemos practicado durante estas noches.

– Bueno, pues ahora que ha vuelto Gant empezaremos a trabajar.

– ¿No serás un sargento, verdad? -le preguntó Roy advirtiendo que todavía no estaba seguro de quiénes eran los policías de servicio y quiénes los supervisores. Todo el ambiente era muy poco etiquetero y muy distinto al de la patrulla.