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El vagabundo dejó el bulto en el suelo con deliberada lentitud mientras el aterrorizado hombre se subía la cremallera de los pantalones. Mientras el hombre se deslizaba hacia la puerta pisando el resbaladizo suelo de los retretes, el vagabundo arrojó una botella de vino que fue a estrellarse contra el dintel de la puerta e inundó al hombre de fragmentos de vidrio. El vagabundo se acercó a la puerta para contemplar a su enemigo en fuga, después se volvió para recoger el bulto, se lo echó a la espalda y abandonó los retretes con una sonrisa triunfal.

– A veces tiene uno ocasión de hacer una buena acción en este trabajo -dijo Simeone encendiendo un cigarrillo que le hizo pensar a Roy que ojalá éste no fumara en la agobiante atmósfera oscura del cobertizo.

Habían pasado unos cinco minutos cuando se escucharon otros pasos. Un hombre alto y musculoso de treinta y tantos años entró y se dirigió hacia el lavabo pasándose cuidadosamente un peine por su ondulado cabello castaño sin mirar a la izquierda. Después se examinó el ancho cuello de una camisa verde de sport lucida bajo un bonito jersey ligero color limón. A continuación se dirigió hacia los compartimentos y estudió el interior de los mismos. Se dirigió posteriormente al urinario que previamente había sido ocupado por el hombre pálido, se desabrochó la cremallera de los pantalones y se quedó allí sin orinar. Ranatti hizo un movimiento de asentimiento con la cabeza en dirección hacia Roy pero Roy no podía creer que fuera un afeminado. El hombre permaneció en el urinario casi cinco minutos estirando de vez en cuando el cuello en dirección a la puerta cuando escuchaba algún ruido. Roy creyó por dos veces consecutivas que iba a entrar alguien y comprendió naturalmente qué estaba esperando el hombre; experimentó un estremecimiento en el cogote y decidió que no iba a mirar cuando entrara otro, no sentía curiosidad por mirar porque ya estaba empezando a experimentar ligeras náuseas. Siempre le había parecido que los afeminados tenían que poseer un aspecto inconfundible y le repugnaba ver a aquel hombre de aspecto normal y no quería mirar. Después entró un hombre mayor. Roy no le vio hasta que hubo franqueado la puerta y avanzó cautelosamente hacia el urinario del otro extremo de la hilera. El hombre debía tener unos setenta años y vestía elegantemente con un traje rayado azul de hombros naturales y chaleco a juego y una corbata azul de seda sobre una camisa azul pálido. Tenía el cabello blanco perla peinado con esmero. Tenía las manos levemente surcadas de venas y se quitó nerviosamente una hilacha invisible del impecable traje. Miró al hombre alto del otro urinario y sonrió; la luz arrancó destellos de su alfiler de corbata de plata y a Roy le asaltó una oleada de náuseas, no imperceptible como antes sino de las que revuelven el estómago, cuando el hombre mayor con las manos todavía junto a las ingles fuera del alcance de la vista de Roy, recorrió todos los urinarios hasta quedar junto al hombre alto. Rió suavemente y el hombre alto se rió también diciéndole:

– Es demasiado viejo. Roy le susurró incrédulamente a Ranatti: -¡Es un hombre mayor! ¡Dios mío, es un hombre mayor! -Y qué creías -murmuró secamente Ranatti -, los afeminados también se hacen viejos.

El hombre mayor se marchó tras ser rechazado por segunda vez. Se detuvo junto a la puerta pero al final se marchó abatido.

– En realidad, no ha cometido ningún acto inmoral -le susurró Simeone a Roy-. Se ha limitado a permanecer de pie junto a él en el urinario. Ni siquiera se ha movido. No se le puede detener.

Roy pensó "al diablo con ello"; ya había visto bastante y decidió reunirse con Gant sobre la fresca y saludable hierba, al aire libre, cuando escuchó voces y pies arrastrándose y decidió ver quién entraba. Escuchó a un hombre decir algo en rápido español y a un niño contestar. Lo único que Roy entendió fue "sí, papá". Después Roy escuchó al hombre alejarse de la puerta y escuchó otras voces de niños hablando en español. Un niño de unos seis años entró en los retretes sin mirar al hombre alto, corrió hacia un inodoro, se volvió de espaldas a los observadores, se bajó los pantalones cortos hasta el suelo dejando al descubierto su moreno y regordete trasero y orinó en el inodoro al tiempo que canturreaba una canción infantil. Roy sonrió por unos momentos pero después recordó al hombre alto. Vio la mano del hombre alto moverse frenéticamente junto a la entrepierna y después vio al hombre salir del urinario y masturbarse mirando al niño, pero regresó inmediatamente al urinario al escuchar la aguda risa de un niño atravesar el silencio desde el exterior. El niño se subió los pantalones y salió corriendo de los retretes sin dejar de canturrear y Roy le escuchó gritar: "¡Carlos! ¡Carlos!" a otro niño que le contestó desde la distancia al otro lado del parque. El niño no había visto al hombre alto que ahora refunfuñaba en su sitio al tiempo que su mano se movía más frenéticamente que antes.

– ¿Lo ves? Nuestro trabajo vale la pena -dijo Simeone sonriendo maliciosamente-. Atrapemos a este bastardo.

Al trasponer los tres la puerta del cobertizo, Simeone silbó y Gant se acercó corriendo desde el bosquccillo de ondulantes olmos. Roy vio a un hombre y tres niños cruzar la extensión de oscuridad a través de la hierba portando bolsas de compra. Casi habían salido clel parque.

Simeone entró el primero en los retretes con la placa en la mano. El hombre miró a los cuatro oficiales secretos y quiso subirse desmañadamente la cremallera de los pantalones.

– ¿Le gustan los niños? -le dijo Simeone sonriendo -. Apuesto a que tiene usted también algunos mascadores cíe chicle. ¿Qué te apuestas, Rosso? -dijo volviéndose a Ranatti.

– ¿Qué es eso? -preguntó el hombre, pálido como la cera y temblándole la mandíbula.

– ¡Contésteme! -le ordenó Simeone -. ¿Tiene hijos? ¿Y mujer?

– Ya me iba -dijo el hombre dirigiéndose hacia Simeone que volvió a empujarle contra la pared del retrete.

– No es necesario -dijo Gant que observaba desde la puerta.

– No quiero hacerle daño -dijo Simeone -. Sólo quiero saber si tiene mujer e hijos. Casi siempre tienen. ¿Verdad, hombre?

– Sí, claro. ¿Pero por qué me detienen? Dios mío, yo no he hecho nada -dijo mientras Simeone le esposaba las manos a la espalda.

– Siempre hay que esposar a los afeminados -le dijo Simeone a Roy sonriendo -. Siempre. Sin ninguna excepción.

Mientras abandonaban el parque, Roy caminó al lado de Gant.

– ¿Qué te parece trabajar afeminados, muchacho? -preguntó Gant.

– No me gusta demasiado -contestó Roy.

– Mira allí -le dijo Gant señalándole el estanque donde un joven delgado con ajustados pantalones color café y una camisa de encaje anaranjada avanzaba junto al borde del agua.

– Así es como creía yo que eran todos los afeminados -dijo Roy.

El joven se paraba a cada nueve metros más o menos, se arrodillaba, se persignaba y rezaba en silencio. Roy contó seis genuflexiones antes de verle alcanzar la calle y desaparecer entre los peatones.

– Muchos de ellos son muy devotos. Éste trataba de resistir la tentación -dijo Gant encogiéndose de hombros y ofreciéndole a Roy un cigarrillo que éste aceptó -. Son los sujetos más promiscuos que puedas imaginarte. Están tan descontentos que siempre andan en busca de algo. Ahora ya comprendes por qué preferimos trabajar prostitutas, jugadores y bares. Y, recuerda, puedes pasarlas moradas trabajando afeminados. Por si fuera poco toda la comedia que hay que hacer, es el trabajo más peligroso que existe.

La mente de Roy retrocedió en el tiempo, a la universidad. Se acordó de alguien. ¡Claro!, pensó de repente, al recordar los modales amanerados del profesor Raymond. ¡Jamás se le había ocurrido! ¡El profesor Raymond era afeminado!

– ¿Podemos trabajar prostitutas mañana por la noche? -preguntó Roy.

– Claro, muchacho -dijo Gant riéndose.

Hacia la medianoche, Roy ya empezaba a cansarse de permanecer sentado en el despacho observando a Gant escribir mientras hablaba de base-ball con Phillips y el sargento Jacovitch. Ranatti y Simeone no habían regresado de acompañar al homosexual a la cárcel pero Roy escuchó a Jacovitch mencionar sus nombres en el transcurso de una conversación telefónica, maldecir al colgar y murmurarle algo a Gant mientras Roy examinaba informes secretos en la otra habitación.