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– La gente nunca está contenta -dijo Hunter.

– A propósito, Marty, ¿tienes algo que ver con este movimiento liberal blanco que se está promiciendo en el ghetto estos días? -preguntó Bernbaum.

– Esta vez Marty va a pasar el examen del sargento, ¿verdad, Marty? -dijo Bonelli -. El sargento le dará cuarenta puntos y ellos le darán cuarenta más por ser negro.

– Y cuando estemos en la cumbre, lo primero que haré es quitarle la chica, Sal -dijo Hunter, levantando los ojos del informe.

– Por el amor de Dios, Marty, hazme un favor, quítame a Elsie ahora mismo. La muy perra no hace más que hablarme de matrimonio y yo con tres divorcios a la espalda. Necesitaría otra mujer como…

– ¿Alguno de vosotros tiene gomas? -preguntó el sargento Anderson acercándose de repente a la zona de trabajo del despacho de la secreta, separada de su escritorio por una hilera de armarios.

– No, si creemos que una mujer no sirve para gomas, generalmente preferimos un trabajo de cabeza-dijo Farrell mirando divertidamente a Anderson con sus ojos azules contraídos.

– Me refería al empleo de gomas como contenedores de pruebas -dijo Anderson fríamente -. Las seguimos usando para verter bebidas, ¿no es cierto?

– Tenemos una caja en el armario, Mike -dijo Bonelli y todos guardaron silencio al ver que al sargento le había desagradado el chiste de Farrell-. ¿Trabajamos un bar esta noche?

– Hemos recibido una denuncia acerca de La Bodega, de eso ya hace dos semanas. He pensado que podríamos intentar sorprenderles.

– ¿Sirven después de haber cerrado? -preguntó Farrell.

– Si no perdieras tanto tiempo escribiendo chistes y miraras las denuncias secretas verías que el propietario de La Bodega vive en el apartamento de arriba y que, después de las dos de la madrugada, invita a veces a algunos clientes a su casa donde sigue explotando el bar. Después de cerrar.

– Iremos esta noche, Mike -dijo Bonelli en tono conciliador, pero Gus pensó que los ojos castaños de éste enmarcados por espesas cejas no poseían expresión conciliadora. Miraban fijamente a Anderson con expresión blanda.

– Quiero trabajarlo yo -dijo Anderson -. Me encontraré contigo y Plebesly a las once en la esquina de la Tercera con Oeste y decidiremos entonces si ir juntos o por separado.

– Yo no puedo ir de ninguna manera -dijo Bonelli -. He practicado demasiadas detenciones por allí. El propietario me conoce.

– Sería quizás una buena idea que fueras con uno de nosotros- dijo Bernbaum rascándose su hirsuto cabello rojo en cepillo con el lápiz-. Podríamos tomar un trago y marcharnos. No sospecharían que todo el tugurio estuviera lleno de policías. Probablemente se tranquilizarían cuando nosotros dos nos marcháramos.

– Creo que hay un par de prostitutas que trabajan allí -dijo Hunter-. Yo y Bonelli estuvimos allí una noche y había una pequeña morena muy fea y una vieja que, desde luego, parecían rameras.

– Muy bien, nos encontraremos todos en el restaurante Andre's a las once y lo decidiremos -dijo Anderson regresando a su escritorio-. Y, otra cosa, me dicen que las prostitutas callejeras son muy numerosas las noches del domingo y del lunes. Deben saber que son las noches libres de los equipos secretos, o sea que algunos de vosotros vais a empezar a trabajar los domingos.

– Escuchad, ¿habéis visto estas revistas que los del turno de día han encontrado en casa de un individuo? -preguntó Bernbaum reanudando la conversación tras haber terminado Anderson.

– He visto suficiente basura de ésta para que me dure el efecto toda la vida -dijo Bonelli.

– No, no eran desnudos corrientes -dijo Bernbaum -. Eran desnudos de mujeres pero alguien había sacado como unas cien fotografías Polaroid de miembros de hombres, las había recortado y las había pegado a las mujeres de las revistas.

– Psicópatas. El mundo está lleno de psicópatas -dijo Farrell.

– A propósito, ¿vamos a trabajar afeminados esta noche, Marty? -preguntó Petrie.

– No, por el amor de Dios. La semana pásada atrapamos suficientes para todo el mes.

– Creo que trabajaré una temporada de día -dijo Bernbaum -. Me gustaría trabajar en apuestas y apartarme de todos estos cerdos que hay que detener por la noche.

– Pues te garantizo que los corredores de apuestas son unos sinvergüenzas -dijo Bonelli-. La mayoría son judíos, ¿verdad?

– Ah, sí, y en la Mafia son todos judíos también -dijo Bernbaum -. Según me han dicho hay algunos corredores de apuestas italianos por la calle Octava.

Gus advirtió que Bonelli le miraba a él al decir eso Bernbaum y comprendió que Bonelli estaba pensando en Lou Scalise, el agente corredor de apuestas y recaudador por cuenta de los usureros que Bonelli odiaba con un odio que hizo que a Gus le sudaran las manos al pensarlo.

– A propósito, Petrie -dijo Marty Hunter cerrando el cuaderno de notas -, la próxima vez que cojamos a un camorrista, ¿qué te parecería si le dieras con el látigo a él y no a mí? La noche pasada entramos en el Salón de Cocktel Biff's y les sorprendemos sirviendo a un borracho y al ir a detener al borracho éste empieza a forcejear y mi compañero me atiza con el látigo.

– Tonterías, Marty. Sólo te rocé el codo con el látigo.

– Siempre que hay más de un policía interviniendo en la detención de algún sospechoso, alguno de los policías acaba lastimado -dijo Farrell -. Recuerdo la noche del leñador -todos se echaron a reír y Farrell miró a Bonelli con simpatía -. Sí, el individuo era un leñador de Oregón. Y era un afeminado. Viene a Los Ángeles con los ojos maquillados. Se estaba paseando por el parque Lafayette y va y acosa a Bonelli, ¿te acuerdas, Sal?

– Jamás me olvidaré de aquel cerdo.

– Aquella noche estábamos cinco en el parque y durante quince minutos luchamos contra este asqueroso. A mí me echó al estanque y a Steve lo echó dos veces. Nos lo fuimos sacudiendo de encima unos a otros a latigazos y al final todo terminó cuando Sal consiguió mantenerle con. la cabeza bajo el agua unos minutos. Él no recibió ningún latigazo ni se lastimó, en cambio a todos nosotros tuvieron que ponernos parches.

– Es curioso -dijo Bernbaum -, cuando Sal le había medio ahogado y se estaba muriendo de miedo, ¿sabéis lo que hizo? Gritó: "¡Socorro, policías!" Imaginaos, con cinco policías encima y gritar eso.

– ¿Pero sabía que erais policías? -preguntó Gus.

– Claro que lo sabía -dijo Farrell -. A Bonelli le dijo: "No hay ningún policía que pueda atraparme". Sin embargo, no había contado con cinco.

– Una vez hubo un individuo que también gritó eso yendo yo de uniforme -dijo Bernbaum -. Es curioso las cosas que dice esta gente cuando forcejeas con ellos para llevarlos a la cárcel.

– Basura -dijo Bonelli -, basura.

– Cuando se maneja a estos asquerosos hay que lavarse después las manos antes de emprender cualquier otra tarea -dijo Hunter.

– ¿Te acuerdas de la vez en que un afeminado te besó, Ben? -le dijo Farrell a Bernbaum, y el joven policía de cara colorada hizo una mueca de desagrado.

– Entramos en un bar donde habíamos recibido una denuncia en la que se decía que allí bailaban unos homosexuales -dijo Hunter -, y un pequeño afeminado rubio se acerca a Ben mientras estábamos sentados junto a la barra y le estampa un beso en la boca y después se aleja bailando en la oscuridad. Ben se va al lavabo y se lava la boca con jabón y nos marchamos sin trabajar siquiera el tugurio.

– Ya he escuchado suficiente. Me voy al lavabo y empezaremos a trabajar -dijo Bonelli levantándose y frotándose el estómago mientras se dirigía a los lavabos del otro lado del pasillo.

– ¿Dices que te vas allí dentro a dar a luz a un sargento? -le dijo Farrell guiñándole el ojo a Petrie que sacudió la cabeza y murmuró:

– A Anderson no le gustan tus bromas.

Al volver Bonelli, éste y Gus recogieron sus gemelos, las pequeñas linternas y las porras que colocarían debajo de los asientos del coche secreto, para casos de emergencia. Tras asegurarle a Anderson que no se olvidarían de reunirse con 61, se dirigieron al coche sin haber decidido todavía lo que iban a hacer.