Выбрать главу

– ¿Quieres trabajar denuncias o prostitutas? -le preguntó Bonelli.

– Tenemos algunas tres dieciocho que parecen divertidas -dijo Gus -. La de las partidas de cartas esporádicas del hotel tiene que ser buena, pero sólo las celebran los sábados.

– Sí, trabajemos prostitutas entonces -dijo Bonelli.

– ¿Seguimos o actuamos?

– ¿Te apetece actuar?

– No me importa. Tomaré mi coche -dijo Gus.

– ¿Tienes suficiente gasolina? Este tacaño de Anderson no soltará más dinero hasta la semana que viene. Parece como si se tratara de su propio pan y no del de la ciudad.

– Tengo gasolina -dijo Gus -. Me daré una vuelta por Washington y La Brea y me reuniré contigo dentro de quince minutos en la parte de atrás del restaurante al aire libre. Si atrapo a una prostituta, será antes.

– Atrapa a una prostituta. Necesitamos detenciones. Ha sido un mes muy flojo.

Gus bajó por el boulevard Oeste hacia Washington y por Washington hacia La Brea pero, no había avanzado todavía dos manzanas de Washington, cuando ya descubrió a dos prostitutas. Se estaba disponiendo a acercarse al bordillo cuando vio que una de ellas era Margaret Pearl, a la que ya había detenido hacía casi tres meses, recién llegado al equipo de la secreta; pensó que seguramente le reconocería y pasó de largo. Los latidos del pulso ya se le estaban acelerando.

Gus recordó qué había sentido la primera vez que había trabajado en el equipo de la secreta, pero en realidad no podía recordarlo claramente. Aquellas primeras noches y aquellas primeras detenciones le resultaban difíciles de recordar con coherencia. Había una nube roja de temor que rodeaba los recuerdos de aquellas noches y eso era algo que no podía entender. ¿Por qué veía o, mejor dicho, sentía como una niebla roja en los recuerdos cuando estaba muy asustado? ¿Por qué todos aquellos recuerdos se le aparecían teñidos de rojo? ¿Era sangre o fuego o qué? Le había asustado tremendamente que las prostitutas se acercaran a su coche con sus ofrecimientos, sin preguntarle su identidad. No se habían imaginado que pudiera ser un policía y él se había convertido en un agente secreto de mucho éxito. Ahora que ya había adquirido más seguridad y ya no sentía tanto miedo, exceptuando las cosas de las que hay que tener miedo, tendría que trabajar mucho más duro para conseguir un ofrecimiento. De vez en cuando era rechazado por algunas mujeres que sospechaban que era policía. Sin embargo, podía detener al doble de mujeres que los demás simplemente porque parecía mucho menos policía que ellos. Bonelli le había dicho que no era simplemente por su estatura. En realidad, era tan aito y pesaba tanto como Marty Hunter. Era su timidez y Bonelli dijo que era una pena porque los humildes heredarían esta miserable tierra y Gus era un muchacho demasiado simpático para tener que cargar con ella.

Gus pensó que ojalá pudiera detener a una prostituta blanca esta noche. Había detenido a muy pocas prostitutas blancas y siempre en bares de Vermont. Jamás había conseguido atrapar a una prostituta callejera blanca a pesar de que había algunas en aquella zona de la División de Wilshire, de todos modos no eran muchas. Pensó que la División de Wilshire era una buena división para trabajar, por la variedad. Podía salir de esta zona negra y dirigirse al nordeste de la división y encontrarse en el sector de los teatros y los restaurantes. Había una enorme variedad en pocos quilómetros cuadrados. Estaba contento de que le hubieran trasladado aquí y casi inmediatamente había sido señalado como un futuro agente secreto por su comandante de guardia, el lugarteniente Goskin, que finalmente le recomendó al producirse una vacante. Gus se preguntó cuántos de sus compañeros de clase de la academia trabajarían ya de paisano. Estaba bien y estaría mejor cuando desapareciera aquel nauseabundo temor, el temor de encontrarse sólo en la calle sin la seguridad del uniforme azul y la placa. En realidad, no había muchas más cosas que temer porque, si se tenía cuidado, no era necesario luchar solo contra nadie. Si uno tenía cuidado, podía tener siempre a Bonelli al lado y Bonelli era tan fuerte y tranquilizador como Kilvinsky pero, naturalmente, no poseía la inteligencia de Kilvinsky.

Gus recordó que no había contestado a la carta de Kilvinsky y se prometió hacerlo al día siguiente. Le había preocupado. Kilvinsky ya no hablaba de la pesca ni del lago ni de la paz de las montañas. Hablaba de sus hijos y de su exesposa y Kilvinsky nunca había hablado de ellos cuando estaba aquí. Le decía que su hijo pequeño le había escrito y que su respuesta al niño le había sido devuelta sin abrir y que él y su ex-esposa habían acordado años antes que sería mejor que el niño le olvidara, pero no decía por qué. Gus sabía que jamás se había trasladado al Este para visitarles en casa de su ex-esposa y Gus no sabía por qué y pensó que daría cualquier cosa por enterarse de los secretos de Kilvinsky. Las últimas cartas indicaban que éste deseaba hablar con alguien, deseaba hablar con Gus, y Gus decidió pedirle al gran hombre que viniera a visitarle a Los Angeles antes de que terminara el verano. Dios mío, le encantaría ver a su amigo, pensó Gus.

Después Gus recordó que también tenía que enviarle un talón a su madre y a John, porque resultaba menos doloroso que acudir a visitarles y escucharles decir que no podían arreglárselas con los setenta y cinco al mes que les entregaba, incluso contando con el cheque de la beneficencia, porque todo está tan caro hoy en día y el pobre John no puede trabajar con el disco desplazado, lo cual Gus sabía que era una excusa para percibir la indemnización laboral y la ayuda de Gus. Se avergonzó del desagrado que experimentó al pensar en aquellos débiles y después pensó en Vickie. Se preguntó por qué su madre, su hermano y su mujer eran unos débiles que dependían completamente de él y la cólera le hizo sentirse mejor, le purificó como siempre. Vio a una rechoncha prostituta negra bajar por el boulevard Washington en dirección a Cloverdale. Se aproximó al bordillo cerca de ella y simuló la nerviosa sonrisa que siempre solía resultarle tan natural.

– Hola, nene -dijo la prostituta mirando hacia la ventanilla del coche mientras Gus ponía en práctica la comedia de mirar a su alrededor como temeroso de ver a la policía.

– Hola -dijo Gus -. ¿Quieres montar?

– No estoy aquí para dar paseos, nene -dijo la prostituta observándole de cerca-. Por lo menos no estoy aquí para montar en coche.

– Bueno, yo estoy dispuesto a lo que sea -dijo Gus cuidando de no usar ninguna de las palabras de engañar prohibidas, aunque Sal discutía a menudo con él al respecto diciéndole que resultaba evidentemente imposible engañar a una prostituta, y que del engaño sólo tenía que preocuparse más tarde, al redactar el informe, porque seguir las reglas del juego era una locura. Pero Gus contestaba que las reglas lo civilizaban todo un poco.

– Mira, oficial -le dijo la mujer de repente -, ¿por qué no te vas a la academia y juegas un bonito partido de balonmano?

– ¿Qué? -dijo Gus, débilmente, mientras ella le miraba a los ojos.

– Es una broma, nene -le dio ella finalmente -. Tenemos que tener cuidado con los policías de paisano.

– ¿Policías de paisano? ¿Dónde? -dijo Gus haciendo rugir el motor-. Será mejor que lo dejemos.

– No te pongas nervioso, cariño -dijo ella subiendo al coche y acercándose a él-. Te dedicaré una sesión a la francesa tan maravillosa que te alegrarás de haber bajado aquí esta noche y no te preocupes por los policías de paisano, los tengo a todos comprados. Nunca me molestan.

– ¿Hacia dónde vamos? -preguntó Gus.

– Bajando por La Brea. Al motel Notel. Tienen camas eléctricas que vibran y espejos en las paredes y el techo; tengo una habitación reservada y no te va a costar ningún dinero extra. Todo será para ti por quince dólares.