– Ya has bebido suficiente -le dijo Anderson con voz pastosa.
– Habla por ti, Chauncey -dijo Gus procurando no pensar en cómo usaban la boca las prostitutas, a medida que las náuseas se iban apoderando de él.
– Todos hemos bebido suficiente -dijo Poppy -. Sé que va a pasar algo.
– De verdad que eres una chica encantadora, Poppy -dijo Anderson vertiendo la mitad del contenido de su vaso sobre el bolso dorado.
– Rebaño de cochinos borrachos -dijo Poppy.
– Perdona, Poppy -dijo Anderson -. Lo siento de veras.
Anderson se terminó la consumición y pidió otra ronda aun cuando Poppy no había tocado su vaso y finalmente Anderson se bebió el manhattan suyo y el de Poppy al conminarle Fluffy a que lo hiciera. A Gus le dolía la cabeza y seguía sintiendo náuseas al recordar haber escuchado una vez a una prostituta decir en la furgoneta que había realizado veintidós trabajos de cabeza en una sola noche y miró la boca de Fluffy que había tocado el interior de la suya. Volvió a enjugarse la boca con otro trago y apartó a Fluffy cada vez que ésta se le acercaba y le pellizcaba el muslo y ahora advirtió que todo empezaba a fastidiarle a pesar de que momentos antes se había sentido muy contento. Miró furioso el ralo bigote de Anderson y pensó que éste era un miserable hijo de perra.
– No me encuentro muy bien, Poppy -dijo Anderson que había estado acariciando la mano de ésta y diciéndole que los negocios le iban mal porque el año pasado sólo había ganado cincuenta mil y ella le miró como si no pudiera creerle.
– Vámonos todos de aquí -dijo Poppv -. ¿Puedes anclar, Fluffy?
– Puedo hasta bailar -dijo Fluffy cuya cabeza parecía hundirse en la masa de su cuerpo.
– Me encuentro mal -dijo Anderson.
– Besa al hijo de perra -le susurró Gus de repente al oído a Fluffy.
– ¿Qué? -preguntó Fluffy aspirando una indómita gota de moco que le colgaba de la nariz.
– Que abraces al bastardo como has hecho conmigo y que le des un beso bien mojado y procura meterle bien la lengua dentro.
– Pero si no me gusta este cerdo-murmuró Fluffy.
– Te daré cinco dólares de más después -murmuró Gus.
– Muy bien -dijo Fluffy inclinándose sobre la mesa y tirando un vaso al suelo al rodear con los brazos al sorprendido Anderson y pegar la boca contra la de éste hasta que él pudo conseguir rechazarla y obligarla a sentarse de nuevo en su silla.
– ¿Por qué lo has hecho? -preguntó Anderson jadeando.
– Porque te quiero, cerdo -dijo Fluffy y al pasar la camarera con una bandeja de cervezas para la mesa de al lado, agarró un vaso de cerveza, introdujo la barbilla en la espuma diciendo-: Miradme, soy una cabra macho.
Anderson pagó la cerveza y le entregó a la enojada camarera dos dólares de propina.
– Vamos, Fluffy -dijo Poppy al marcharse la camarera, vamos al lavabo y lávate la maldita cara y después nos iremos con Lance al motel inmediatamente. ¿Lo entiendes, Lance?
– Claro, Poppy, claro -dijo Gus dirigiéndole una sonrisa al enojado Anderson y volviendo a recuperar la alegría.
Al marcharse ambas, Anderson se inclinó hacia adelante, casi estuvo a punto de caerse al suelo y miró dolorosamente a Gus.
– Plebesly, estamos demasiado borrachos para poder hacer el trabajo. ¿Te das cuenta?
– No estamos borrachos, sargento. Estás borracho tú -dijo Cus.
– Me estoy empezando a encontrar mal, Plebesly -le dijo Anderson con voz suplicante.
– ¿Sabes lo que me ha dicho, Fluffy, sargento? -dijo Gus -. Me ha dicho que ha estado trabajando todo el día en una casa de tolerancia y que ha trabajado a veintidós individuos.
– ¿Eso ha hecho? -dijo Anderson acercándose la mano a la boca.
– Dice que lo hace con la boca o a la francesa si un individuo quiere, porque es demasiado pesado acostarse.
– No me digas eso, Plebesly -dijo Anderson -. Me encuentro mal, Plebesly.
– Siento que te haya besado, sargento -dijo Gus -. Lo siento porque estos espermatozoos ya te estarán bajando por la garganta, dándole latigazos en la amígdalas con sus colas.
Anderson maldijo, se levantó y se dirigió tambaleándose hacia la salida. Las esposas se le cayeron estrepitosamente al suelo. Gus se agachó con extremo cuidado, recogió las esposas y siguió vacilante a Anderson entre las mesas. Ya en la calle, desde la acera, Gus pudo escuchar las imprecaciones de Poppy al regresar y encontrar la mesa vacía. Después Gus cruzó la calle, siguiendo cuidadosamente la ondulada línea blanca hasta el bordillo de enfrente. Le parecía que había andado un quilómetro cuando llegó al oscuro aparcamiento donde encontró a Anderson vomitando junto a un coche y a Bonelli mirándole a él con simpatía.
– ¿Qué ha sucedido allí dentro? -preguntó Bonelli.
– Hemos estado bebiendo con dos prostitutas.
– ¿No os buscaron? ¿No os hicieron ningún ofrecimiento?
– Sí, pero ya habían sucedido demasiadas cosas entre nosotros. No hubiera podido detenerlas.
– Has emborrachado a Anderson, muchacho -dijo Bonelli sonriendo.
– Le he emborrachado a base de bien, Sal -dijo Gus con una risa chirriante.
– ¿Cómo te encuentras?
– Mal.
– Vamos -dijo Bonelli rodeando con su velloso brazo los hombros de Gus y dándole unas palmadas en la mejilla-. Vamos a tomarnos un café, hijo.
15 Concepción
El traslado a la comisaría de la calle Setenta y Siete había sido un golpe desmoralizador. Ahora, cuando ya llevaba cuatro semanas en la división, Roy aún se resistía a creer que hubieran podido hacerle eso. Sabía que la mayoría de sus compañeros de clase de la academia habían sido trasladados a tres divisiones pero él esperaba poder escapar a la tercera. Al fin y al cabo, en la División Central estaban contentos de él y ya había trabajado en la calle Newton y no se imaginaba que quisieran hacerle trabajar en otra zona negra. Todo lo que se hacía en el Departamento carecía de sentido y era ilógico y ninguno de los comandantes se preocupaba lo más mínimo por cosas intangibles como la moral, por ejemplo, mientras fueran eficientes, heladamente eficientes, y mientras el público conociera y apreciara su eficiencia. ¡Pe'ro por el amor de Dios, pensó Roy, la División de la Setenta y Siete! ¡Calle Cincuenta y Nueve y Avalon, Slauson y Broadway, Noventa y Dos y Beach, Cien y Tercera, hasta Watts por si fuera poco! Era la calle Newton elavada a la décima potencia, era violencia y crimen y cada noche se veía metido en ríos de sangre.
Las tiendas, los despachos, incluso las iglesias parecían fortalezas con barrotes, enrejados y cadenas protegiendo las puertas y las ventanas y hasta había visto guardias particulares uniformados en las iglesias durante los servicios religiosos. Era imposible.
– Vamos a trabajar -les dijo el lugarteniente Feeney a los oficiales de la guardia de noche.
Feeney era un hombre lacónico que llevaba veinte años de servicio, tenía un rostro melancólico y a Roy le parecía un comandante comprensivo, aunque tenía que serlo porque en aquella endiablada división, un rígido ordenancista hubiera provocado el amotinamiento de los hombres.
Roy se puso el gorro, se guardó la linterna en el bolsillo y recogió los cuadernos. No había escuchado ni una sola de las cosas que se habían dicho en la sala de pasar lista. Últimamente estaba empeorando a este respecto. Cualquier día se perdería algo importante. "De vez en cuando deben decir algo importante", pensó.
Roy no bajó las escaleras con Rolfe, su compañero. Las risas y las voces de los demás le irritaban sin motivo aparente. El uniforme se le pegaba húmedamente a la piel en aquella cálida noche, le cubría y le aplastaba como un opresivo sudario azul. Roy se acercó de mala gana al coche radio y se alegró de que le tocara conducir a Rolfe esta noche. Él no tenía ánimos. Sería una noche sofocante y calurosa.
Roy escribió mecánicamente su nombre en el cuaderno de notas y escribió debajo el nombre de Rolfe. Hizo algunas otras anotaciones y después cerró el cuaderno mientras Rolfe salía del aparcamiento de la comisaría y él giraba el cortavientos para que la brisa que pudiera haber le refrescara un poco.