– ¿Recuerdas cómo se identifica un verdadero hogar impropio? -dijo Gus sonriendo.
– Claro. Si golpeas con el pie en el suelo y las cucarachas están tan domesticadas que ni siquiera huyen, entonces se sabe que es un verdadero hogar impropio.
– Exacto -dijo Gus sonriendo -. Y si pudiéramos embotellar la peste, ganaríamos todos los casos en los tribunales.
Gus atravesó el túnel de la calle Segunda, avanzó por la carretera de Harbor, giró al Norte y después en dirección Oeste hacia Temple; el sol que se ponía iluminaba el horizonte con un resplandor rosa sucio. Había sido un día brumoso.
– Creo que debe ser aquella casa blanca -dijo Lucy señalando un edificio de estuco de tres plantas con una fachada imitando la piedra.
– Dieciocho trece. Es ésta -dijo Gus aparcando y preguntándose si llevaría dinero suficiente para pagarse una cena como era debido. Con los demás, o bien comía hamburguesas o bien se lo traía de casa, pero Lucy comía bien y le gustaba cenar caliente. Él le seguía la corriente fingiendo que a él también le gustaba a pesar de no tener ni cinco dólares hasta el día de cobro y a pesar de no tener más que medio depósito de gasolina en el coche. El lunes por la noche tuvo una discusión con Vickie por culpa del cheque que le entregaba a su madre y que se había reducido a cuarenta y cinco dólares mensuales porque John estaba en el servicio, gracias a Dios.
La discusión fue tan violenta que le puso enfermo. Lucy advirtió su depresión a la noche siguiente. Y ahora pensó en cómo se había desahogado con Lucy aquella noche y en lo amable que ella se había mostrado y en lo avergonzado que se había sentido él, y todavía se sentía, por habérselo dicho. Sin embargo, ello había contribuido a proporcionarle cierto optimismo. Y, pensándolo bien, ella no había pedido comer en un restaurante desde aquella noche y había insistido en pagar los cafés y las Cocas con más frecuencia de la debida.
Aquella casa había sido construida para durar poco tiempo, al igual que tantas otras del sur de California. Gus aparcó y ambos subieron los veinticuatro peldaños que conducían al segundo piso. Gus advirtió que la barandilla de metal, que se parecía vagamente al hierro forjado, estaba suelta. Apartó la mano y pensó que cualquier día un borracho saldría de su apartamento, se golpearía contra la barandilla y caería sobre el pavimento de hormigón seis metros más abajo, aunque, estando borracho, probablemente sólo se produciría leves magulladuras. El apartamento veintitrés se encontraba en la parte de atrás. Las cortinas estaban corridas y la puerta cerrada lo cual le hizo suponer a Gus que no había nadie en la casa porque, en todos los restantes apartamentos ocupados, las puertas aparecían abiertas. Todas tenían persianas exteriores y la gente procuraba beneficiarse de la brisa nocturna porque había sido un día caluroso y neblinoso.
Gus golpeó la puerta y pulsó el timbre y volvió a golpear. Finalmente, Lucy se encogió de hombros y ambos se volvieron de espaldas. Gus se alegró porque no le apetecía trabajar; le apetecía recorrer el parque Elysian simulando ir en busca de bebedores juveniles y limitarse a mirar a Lucy y hablar con ella tal vez en el camino superior de la zona Este junto al estanque que parecía hielo negro a la luz de la luna.
– ¿Son ustedes los policías? -murmuró una mujer que repentinamente hizo su aparición detrás de la polvorienta persiana del apartamento número veintiuno.
– Sí. ¿Ha llamado usted? -preguntó Gus.
– Yo he llamado -dijo la mujer-. He llamado pero he dicho que no deseaba que lo supiera nadie. Ahora no están en casa pero el chiquillo está dentro.
– ¿Y qué es lo que sucede? -preguntó Gus.
– Bueno, pasen ustedes. Me parece que tendré que verme mezclada tanto si me gusta como si no -murmuró ella levantando la persiana y pasándose la lengua por los labios absurdamente maquillados hasta medio camino de la distancia que los separaba de la nariz. En realidad, todo su maquillaje presentaba una exageración teatral y destinada a un público situado a mucha distancia.
– He hablado con el lugarteniente como se llame y le he dicho que este sitio no resulta adecuado ni siquiera para los cerdos y que al niño le dejan solo y que apenas le sacan nunca. Anoche gritaba y gritaba y creo que el hombre debía estar pegándole porque la mujer también gritaba.
– ¿Conoce a la gente que vive en este apartamento? -preguntó Gus.
– Qué va. Son basura -dijo la mujer tirando de un rígido mechón de su cabello rubio con raíces grises -. Sólo llevan viviendo aquí un mes y salen casi cada noche y a veces dejan a alguien cuidando al niño, una prima o quien sea. Pero a veces no dejan a nadie. Hace tiempo que aprendí a no meterme en lo que no me importa, pero hoy hacía mucho calor y ellos tenían la puerta abierta, yo pasé por delante por casualidad y la casa parecía una trinchera estrecha y sé lo que son las trincheras estrechas porque me gustan las novelas de guerra. Había excrementos de perro, del pequeño y sucio terrier que tienen, y comida y porquería por el suelo y, cuando hoy han dejado al niño, me he dicho, qué demonios, voy a llamar y permaneceré en el anonimato pero ahora me parece que no podrá ser, ¿verdad?
– ¿Cuántos años tiene el niño? -preguntó Gus.
– Tres. Es pequeño. Casi nunca sale a la calle. El hombre es un borracho. La madre parece normal. Una sucia ramera, ya me entienden. Un borracho y una ramera. Creo que el hombre la golpea cuando está borracho pero seguramente a ella no le importa demasiado porque suele estar borracha cuando él lo está. Menudos vecinos. Hace algunos años, esta zona tenía clase. Yo voy a marcharme.
– ¿Cuántos años tienen? ¿Los padres?
– Gente joven. Quizá no tengan treinta años. Pero gente sucia.
– ¿Está usted segura de que el pequeño está solo en la casa? ¿En este momento?
– Les he visto salir, oficial. Estoy segura. Está dentro. Es un niño silencioso. Nunca le he oído rechistar. Está dentro.
– ¿En qué apartamento vive la dueña? Necesitaremos una llave.
– Martha se ha ido al cine esta noche. Me dijo que iría. No pensé en la llave.
La mujer sacudió la cabeza y tiró de la deshilachada cintura de los pantalones elásticos color aceituna que no estaban pensados para estirarse tanto.
– No podemos echar la puerta abajo por una simple información.
– ¿Por qué no? El chiquillo sólo tiene tres años y está solo.
– No -dijo Gus sacudiendo la cabeza -. Podía estar dentro y podían habérselo llevado cuando usted no mirara. Muchas cosas pueden haber sucedido. Tendremos que volver más tarde cuando hayan regresado a casa y procurar entrar para echar una ojeada al interior.
– Maldita sea -dijo la mujer-. La única vez que llamo a la policía para hacer una buena acción y mira lo que pasa.
– Déjeme probar la puerta -dijo Gus -. A lo mejor está abierta.
– La única vez que llamo a la policía -le dijo la mujer a Lucy mientras Gus salía y se dirigía al apartamento número veintitrés. Abrió la persiana, giró el tirador y la puerta se abrió.
– Lucy -llamó y penetró en el asfixiante apartamento buscando cuidadosamente al "pequeño y sucio terrier" que podía aparecer de repente y morderle un tobillo.
Rodeó un apestoso montículo marrón que se encontraba en el centro de la habitación y llegó a la conclusión de que el perro debía ser de gran tamaño para tratarse de un terrier. Después escuchó rumor de patas sobre el pavimento de vinilo y salió del cuarto de baño un flaco perro gris que miró a Gus, meneó la cola, bostezó y regresó al cuarto de baño. Gus miró hacia el dormitorio y le señaló a Lucy el montículo del suelo al entrar ésta en la casa. Lucy lo rodeó y le siguió a él al cuarto de estar.
– Gente sucia -dijo la mujer que había seguido a Lucy al interior.
– Desde luego, de acuerdo con las disposiciones que definen a los hogares impropios, éste no está mal -explicó Gus -. Tiene que ser auténticamente peligroso, ventanas rotas, estufas que despiden emanaciones, ropa tendida cerca del fuego. Excrementos hasta la altura de la rodilla, no un simple montículo en el suelo. Y basura por el suelo. Inodoro atascado. He visto sitios donde las paredes parece que se mueven y después se comprende que se trata de una sábana de cucarachas. Esto no está mal. Y no veo a ningún niño en el dormitorio.