– Aún podemos encontrarte un sitio, Roy. Claro que no puedes esperar empezar como un socio con igualdad de derechos, pero después… al fin y al cabo, es el negocio de la familia y tú eres mi hermano… Siempre he pensado que podrías ser un buen hombre de negocios si te decidías a sentar la cabeza y ahora espero que el haber estado al borde de la muerte te haya hecho recapacitar y comprender cuál es el lugar que te corresponde y abandones este capricho; recuerdas, Roy, que cuando era niño yo quería ser policía también, y bombero, pero pude superarlo y tú mismo has confesado que no te gusta este trabajo y si no te gusta nunca podrás esperar tener éxito como policía, si es que así puede llamarse, y debes comprender, Roy, que nunca conseguirás obtener el título de criminología. Roy, no te apetece tomar de nuevo los libros y yo no te culpo porque, por qué demonios ibas a querer ser un criminólogo si ya no deseas serlo; bien, Roy, ésta es la mejor noticia que recibo de ti desde hace tiempo; bueno, te haremos sitio en el negocio y pronto podremos llamarlo Fehler e Hijos y algún día, Roy, será Fehler Hermanos y Dios sabe que papá y mamá estarán contentos y haré todo lo que pueda para ayudarte y convertirte en un hombre de negocios digno del nombre de la familia, y sabes que será distinto a trabajar para un jefe que es un patrón impersonal porque yo conozco tus faltas y defectos, Roy. Dios sabe que todos tenemos defectos y yo seré comprensivo porque al fin y al cabo eres mi hermano.
Cuando al final Roy decidió regresar al trabajo y trasladarse a su apartamento, Carl se asombró enormemente. "Dios mío, necesito tranquilizarme", pensó Roy mirando a Dugan que estaba conduciendo lentamente controlando los números de las matrículas de los coches con los de la lista de vehículos robados. Dugan controló miles de números de matrícula.
– Llévame a la esquina de la Ochenta y Dos con Hoover -dijo Roy.
– Muy bien, Roy. ¿Para qué?
– Quiero usar la caja telefónica.
– ¿Para llamar a la comisaría? Creía que íbamos allí a entregar el informe.
– Quiero llamar a R &I. Y todavía no quiero volver a la comisaría. Patrullemos un poco más.
– De acuerdo. Hay una caja telefónica al final de la calle.
– No funciona.
– Sí funciona. Yo la usé la otra noche.
– Mira, Dugan, llévame a la Ochenta y Dos Hoover. Ya sabes que es la caja que yo utilizo siempre. Siempre funciona y me gusta utilizarla.
– Muy bien, Roy -dijo Dugan riéndose -. Creo que yo también empezaré a acostumbrarme a una rutina cuando tenga un poco más de experiencia.
A Roy le latió el corazón apresuradamente mientras permanecía de pie oculto tras la puerta metálica de la caja telefónica bebiendo ávidamente. Pensó tristemente que quizá sólo tuviera que efectuar una llamada a R &I esta noche. Tendría que mostrarse extremadamente precavido con un novato como Dugan. La garganta y el estómago le estaban ardiendo pero bebió una y otra vez. Estaba muy nervioso esta noche. A veces le sucedía. Sentía las manos pegajosas y la cabeza como ausente y necesitaba tranquilizarse. Después estuvo chupando un momento caramelos de menta contra el mal aliento y un chicle enorme. Regresó al coche y encontró a Dugan tecleando nerviosamente el volante con los dedos.
– Ahora vamos a la comisaría, Dugan, muchacho -dijo Roy ya más tranquilo, sabiendo que la depresión iba a desaparecer.
– ¿Ahora? Muy bien, Roy. Pero creía que habías dicho que iríamos más tarde.
– Tengo que ir al lavabo -dijo Roy sonriendo; encendió un cigarrillo y canturreó una cancioncilla mientras Dugan aceleraba.
Mientras Dugan se encontraba en la sala de informes completando el informe del robo, Roy fue a levantarse, vaciló y se levantó para encaminarse al aparcamiento. Luchó consigo mismo mientras permanecía parado junto a.la portezuela de su Chevrolet amarillo pero entonces comprendió que otro trago le tranquilizaría un poco y derrotaría por completo el terrible espectro de la depresión que era la cosa más difícil de combatir sin ayuda. Miró a su alrededor y al no ver a nadie en el oscuro aparcamiento, abrió el Chevrolet, sacó una botella de un cuartillo de la guantera e ingirió un buen trago. Volvió a tapar la botella, dudó, la destapó de nuevo y se tomó un trago y otro más y después la guardó.
Dugan ya había terminado cuando entró de nuevo en la comisaría.
– ¿Dispuesto a que nos marchemos, Roy? -le preguntó Dugan sonriendo.
– Vamos, muchacho -dijo Roy riéndose pero, antes de haber patrullado media hora, Roy tuvo que llamar de nuevo a R &I desde la caja telefónica de la Ochenta y Dos Hoover.
Eran las once de la noche. Roy se encontraba maravillosamente bien y empezó a pensar en la chica. Pensó también en la botella que ella guardaba y se preguntó si la muchacha se encontraría tan a gusto como él se encontraba. Pensó también en su esbelto y suave cuerpo.
– Era una chica muy bonita esta Laura Hunt -dijo Roy.
– ¿Quién? -preguntó Dugan.
– La chica. El informe del robo. Ya sabes.
– Ah, sí, muy bonita -dijo Dugan -. Me gustaría poder poner una multa de tráfico. Todavía no he hecho nada este mes. Lo malo es que todavía no he aprendido a atrapar a la gente. A no ser que un individuo pase un semáforo rojo o algo evidente como eso.
– Estaba muy bien formada -dijo Roy -. Me ha gustado, ¿a ti no?
– Sí. ¿Conoces un buen sitio donde podamos apostarnos? ¿Un buen sitio donde podamos poner una buena multa?
– Un manzanal, ¿verdad? Bueno, pues baja por Broadway, te enseñaré un manzanal, una señal de parada en la que la gente no gusta de detenerse. Podrás poner seis multas si quieres.
– Me basta una. Creo que debiera procurar poner una al día. ¿Tú qué crees?
– Una en días alternos es suficiente para satisfacer al jefe. Tenemos cosas más importantes que hacer que poner multas en esta maldita división. ¿No te has dado cuenta?
– Sí -dijo Dugan riendo -, creo que aquí estamos ocupados con cosas más importantes.
– ¿Cuántos años tienes, Dugan?
– Veintiuno, ¿por qué?
– Me lo preguntaba.
– ¿Parezco muy joven, verdad?
– Unos dieciocho. Ya sabía que tenías que tener veintiuno para conseguir el empleo pero parece que tengas dieciocho.
– Lo sé. ¿Tú cuántos años tienes, Roy?
– Veintiséis.
– ¿Sólo? Creía que eras mayor. Me parece que, al ser un novato, creo que todo el mundo es mayor.
– Antes de poner la multa, baja por Vermont.
– ¿A algún sitio determinado?
– Al apartamento. Donde hicimos el informe del robo.
– ¿Algún motivo especial? -preguntó Dugan mirando a Roy astutamente y exhibiendo grandes porciones del blanco de sus grandes ojos ligeramente saltones; y aquellos ojos brillando en la oscuridad hicieron reír a Roy.
– Voy a hacer un poco de relaciones públicas, Dugan, muchacho, quiero decir relaciones públicas.
Dugan condujo en silencio y cuando llegaron a la casa, giró en la primera travesía y apagó los faros.
– Todavía estoy en período de prueba, Roy, No quiero meterme en líos.
– No te preocupes -dijo Roy riendo y dejando caer la linterna al suelo al descender del coche.
– ¿Y yo qué tengo que hacer?
– Esperar aquí, ¿qué otra cosa? Sólo voy a concertar algo para después. Volveré dentro de dos minutos, hombre.
– Muy bien. Lo decía porque estoy en período de prueba -dijo Dugan mientras Roy avanzaba vacilante hacia la fachada del edificio echándose a reír casi en voz alta al tropezar con el primer peldaño.
– Hola -dijo sonriendo antes de que ella tuviera ocasión de hablar mientras el timbre de la puerta resonaba todavía por el aire-. Estoy a punto de terminar el servicio y me preguntaba si va usted a emborracharse en serio. Yo tengo intención de hacerlo y un borracho triste siempre busca a otro, ¿verdad?