– Yo no era nada -le corrigió ella.
– Tú lo eres todo. Eres belleza y amor y bondad, pero, sobre todo, eres orden, Y ahora me hace falta orden, Laura. Tengo mucho miedo, ¿sabes? Fuera hay el caos.
– Lo sé.
– No había tenido tanto miedo desde que tú me quitaste el hábito de la bebida y me enseñaste a no tener miedo. Dios mío, tendrías que ver cómo es este caos, Laura.
– Lo sé, lo sé- dijo ella acariciándole el cuello.
– Ya no puedo estar apartado de ti -dijo él observando el grifo que vertía esporádicamente alguna que otra gota de agua sobre la espuma -No me atrevía a vivir contigo, Laura. Necesito paz y tranquilidad y sabía que nos enfrentaríamos juntos con el odio y no me atrevía. Pero ahora que he vuelto a aquel solitario apartamento, ya no me atrevo a vivir lejos de ti y ahora que he vivido esta noche toda esta oscuridad y esta locura, jamás podría vivir sin ti y…
– No hables más, Roy -le dijo ella levantándose -. Espera a mañana. Espera a ver cómo te sientes mañana.
– No -dijo él agarrándole el brazo con la mano mojada y jabonosa -. No se puede esperar a mañana. Te digo que tal y como están las cosas fuera, no se puede esperar a mañana. Yo vivo para ti. Ya no podrás librarte de mí. Nunca.
Roy la atrajo hacia sí y la besó en la boca y después le besó la palma de la mano mientras ella le acariciaba el cuello con la otra y le decía "cariño, cariño", tal como siempre hacía para consolarle.
Todavía estaban despiertos, tendidos de espaldas y desnudos, cubiertos sólo con una sábana, cuando amaneció en Los Ángeles.
– Tendrías que dormir -le murmuró ella -. Esta noche tienes que volver a la calle.
– Ahora ya no será tan grave -dijo él.
– Sí. Quizá la Guardia Nacional controlará la situación.
– No me importa que no lo haga. Ahora ya no será tan grave. Empiezo las vacaciones el primero de septiembre. Para entonces todo habrá terminado. ¿Te importa que nos casemos en Las Vegas? Podemos hacerlo sin necesidad de esperar.
– No hace falta que nos casemos. No importa que estemos casados.
– Creo que debo tener todavía uno o dos huesos convencionales en el cuerpo. Hazlo por mí.
– Muy bien. Por ti.
– ¿No te educaron en el respeto de la institución del matrimonio?
– Mi padre era un predicador baptista -dijo ella riendo.
– Bueno, entonces todo arreglado. A mí me educaron en la fe luterana pero no íbamos mucho a la iglesia exceptuando los casos en que las apariencias así lo exigían por lo que me parece que educaremos a nuestros hijos como baptistas.
– Ahora no soy nada. No soy baptista. Nada.
– Lo eres todo.
– ¿Tenemos derecho a tener hijos?
– No te quepa la menor duda.
– El caballero dorado y su dama negra -dijo ella-. Pero tú y yo sufriremos. Te lo prometo. No sabes lo que es una guerra santa.
– La ganaremos.
– Nunca te había visto tan contento.
– Es que nunca había estado tan contento.
– ¿Quieres saber por qué te amé desde el principio?
– ¿Por qué?
– Porque no eras como los demás blancos que bromeaban conmigo y me citaban en sus apartamentos o en cualquiera de estos bonitos lugares apartados a los que suelen ir parejas mixtas. Jamás pude confiar realmente en un hombre blanco porque comprendía que veían en mí algo que deseaban pero que no era yo.
– ¿Qué era?
– No sé. Quizá simplemente lujuria hacia un pequeño animal moreno. La vitalidad primitiva de los negros, cosas así.
– Por lo que veo, estás intelectual esta noche.
– Esta mañana.
– Bueno, pues, esta mañana.
– Después había liberales blancos que hasta me hubieran llevado a un baile del gobernador pero creo que, con esta gente, cualquier negra puede servir. Tampoco me fío de esta gente.
– Después vine yo.
– Después viniste tú.
– El borracho de Roy.
– Ya no.
– Porque te pedí prestado un poco de tu valor.
– Eres un hombre tan humilde que hasta me fastidias.
– Antes era arrogante y engreído.
– No puedo creerlo.
– Yo tampoco ahora. Pero es verdad.
– Eras distinto a todos los hombres blancos que yo había conocido. Necesitabas algo de mí pero era algo que un ser humano puede darle a otro y no tenía nada que ver con mi condición de negra. Siempre me consideraste una mujer y una persona, ¿lo sabes?
– Creo que no debo ser muy sensual.
– Eres muy sensual -dijo ella riéndose -. Eres un amante maravilloso y sensual y en este momento te estás comportando como un tonto.
– ¿Dónde pasaremos la luna de miel?
– ¿Pero es que también vamos a hacerla?
– Claro -dijo Rov-. Soy convencional, ¿no lo recuerdas?
– San Francisco es una ciudad bonita. ¿Has estado allí alguna vez?
– No, vayamos a San Francisco.
– Es también una ciudad muy tolerante. Desde ahora habrá que tener en cuenta cosas como ésta.
– Todo está tan tranquilo ahora -dijo Roy-. Anoche, cuando estaba muy asustado, pensé durante un buen rato que el fuego no cesaría jamás. Pensé que siempre escucharía el fuego rugiendo en mis oídos.
22 Reunión
– Creo que a partir de mañana volveremos prácticamente a los despliegues normales de fuerzas -dijo Roy.
Le agradaba decirlo porque él y Laura habían decidido que, en cuanto cesaran por completo los disturbios, él pediría unos cuantos días de permiso y se irían a pasar una semana a San Francisco tras contraer matrimonio en Las Vegas donde podrían quedarse algunos días, aunque también era posible que, estando en Las Vegas, se fueran a pasar una noche a Tahoe…
– Desde luego será estupendo poder librarse de los turnos de doce horas -dijo Roy en un estallido de exuberancia al pensar que iba a hacerlo y ahora que él y Laura iban a hacerlo todas sus dudas se desvanecieron.
– Ya estoy harto-dijo Serge Durán efectuando un desganado viraje en U en Crenshaw donde se encontraban patrullando la zona perimétrica, y a Roy le gustó la seguridad en conducir de Durán, más aún, le gustaba Durán al que sólo había visto como unas doce veces en el transcurso de aquellos cinco años y al que jamás se había molestado en intentar conocer mejor. Pero sólo habían pasado dos horas juntos esta noche y le había gustado y estaba contento de que, al establecerse las patrullas de perímetro, Durán le hubiera dicho al sargento:
– Déjeme trabajar con mis dos compañeros de clase Fehler y Plebesly.
Y Gus Plebesly le parecía muy honrado y Roy esperó poder hacerse amigo de aquellos dos hombres. Era agudamente consciente de que no tenía amigos entre los policías, jamás había tenido ninguno, pero lo cambiaría, estaba cambiando muchas cosas.
– Ahora que los disturbios casi han terminado, cuesta creer que haya podido suceder -dijo Gus y Roy pensó que Plebesly había envejecido mucho en cinco años. Recordaba a Plebesly como un muchacho tímido, quizás el de más baja estatura de la clase, pero ahora parecía más alto y más fuerte. Recordaba desde luego el inhumano aguante de Plebesly y sonrió al pensar que su resistencia había sido una amenaza para su instructor de adiestramiento, el oficial Randolph.
– No cuesta creer que haya podido suceder si se baja por la avenida Central o por las calles Cien y Tercera -dijo Serge -. ¿Estuviste por allí el viernes por la noche, Roy?
– Estuve -dijo Roy.
– Creo que nosotros también estuvimos -dijo Cus -, pero estaba demasiado asustado para saberlo seguro.
– Igual te digo, hermano -dijo Roy.
– Pero yo estaba tan asustado que apenas puedo recordar lo que sucedió -dijo Gus y Roy vio que la tímida sonrisa seguía siendo la misma al igual que aquellos modales desaprobatorios que solían molestar a Roy porque era por aquel entonces demasiado estúpido para comprender que eran auténticos.