– Hoy justamente estaba yo pensando lo mismo -dijo Serge -. La noche del viernes se está convirtiendo en una especie de bruma en mi cerebro. No puedo recordar grandes retazos. Exceptuando el miedo, claro.
– ¿Tú también piensas lo mismo. Serge? -dijo Gus-. ¿Y tú, Roy?
– Pues claro, Gus -dijo Roy -. Tenía un miedo de muerte.
– Es curioso -dijo Gus y se sumió en el silencio y Roy supuso que Gus se sentía tranquilizado.
Resultaba consolador hablar con un policía que, al igual que uno, se sentía evidentemente embargado por las dudas y ahora compadeció a Gus y experimentó la atracción de la amistad.
– ¿Terminaste la universidad, Roy? -preguntó Serge -. Recuerdo que en la academia me hablaste de obtener el título en criminología. Ya te faltaba poco entonces.
– Nunca llegué a terminar, Serge -dijo Roy riendo y le asombró no descubrir ironía alguna en su risa y supuso que, al final, había hecho las paces con Roy Fehler.
– Yo tampoco pasé muchos exámenes -dijo Serge asintiendo con la cabeza en señal de comprensión-. Ahora me arrepiento porque se acerca el primer examen para el puesto de sargento. ¿Y tú, Gus? ¿Estudias algo?
– De vez en cuando -dijo Gus-. Espero conseguir el título de administración comercial dentro de un año más o menos.
– Estupendo, Gus -dijo Roy -. Cualquier día trabajaremos a tus órdenes.
– Oh, no -dijo Gus excusándose-. No he estudiado para el examen de sargento y, además, en los exámenes me quedo como helado. Sé que fracasaré miserablemente.
– Serás un gran sargento, Gus -dijo Serge y parecía ser sincero.
Roy experimentó una oleada de simpatía hacia ambos y quiso hablarles de su próxima boda -quiso hablarles de Laura, de un policía blanco con una esposa negra, y hubiera querido saber si pensaban que estaba loco porque estaba seguro de que eran compasivos. Pero aunque pensaran que estaba loco y se lo dieran a entender mediante un cortés asombro, nada cambiaría.
– Está oscureciendo, gracias a Dios -dijo Gus -. Hoy ha sido un día muy brumoso y caluroso. Me encantaría poder nadar un poco. Un vecino nuestro tiene piscina. Quizá mañana le pida permiso.
– ¿Y qué te parecería esta noche? -dijo Serge -. Cuando terminemos de trabajar. Hay piscina en mi edificio. Sería mejor que lo aprovecháramos porque pronto me voy a trasladar.
– ¿Dónde te trasladas? -preguntó Gus.
– Mi novia y yo vamos a comprar una casa. Tendremos que cortar césped y arrancar hierbas en lugar de nadar a la luz de la luna, creo.
– ¿Te casas? -preguntó Roy-. Yo me casaré en cuanto pueda conseguir una semana de vacaciones.
– ¿Tú también vas a caer? -dijo Serge sonriendo -. Me tranquiliza.
– Creía que ya estabas casado, Roy -dijo Gus.
– Lo estaba cuando estudiábamos en la academia. Me divorcié poco tiempo después.
– ¿Tienes hijos, Roy? -preguntó Cus.
– Una niña -dijo Roy y entonces pensó en el domingo anterior cuando la había llevado al apartamento de Laura. Pensó en cómo había jugado Laura con ella y en cómo ésta se había ganado el cariño de Becky.
– ¿No te has hartado del matrimonio? -le preguntó Serge.
– No tengo nada en contra del matrimonio -dijo Roy-. Te dan hijos y Gus podrá decirte lo que los hijos le dan a uno.
– No podría vivir sin ellos -dijo Gus.
– ¿Cuánto tiempo llevas casado, Gus? -preguntó Serge.
– Nueve años. Toda la vida.
– ¿Cuántos años tienes?
– Veintisiete.
– ¿Cómo se llama tu novia, Serge? -preguntó Roy al ocurrírsele una idea.
– Mariana.
– ¿Qué os parece si fuéramos a nadar mañana? -dijo Roy-. Quizá Gus y su mujer y Laura y yo podríamos venir a tu casa y conocer a tu novia y podríamos nadar y tomarnos unas cervezas antes de entrar a trabajar por la tarde.
Ya estaba hecho, pensó. Sería la primera prueba.
– Muy bien -dijo Serge entusiasmado -. ¿A ti te parece bien, Gus?
– Bueno, mi mujer no se ha encontrado bien últimamente pero a lo mejor le apetecerá venir aunque no se bañe. A mí me encantará.
– Estupendo. Os espero -dijo Serge -. ¿Qué os parece a las diez de la mañana?
– Muy bien -dijo Gus y Roy pensó que aquella sería la mejor manera de comprobarlo. Llevarla consigo y ver qué sucedía. Al diablo las excusas y las advertencias. Que la vieran, en cantidad, con sus largas piernas, tan bien formada e incomparable en traje de baño. Entonces sabría cómo iba a ser, lo que podía esperar…
– Sería demasiado… -dijo Gus vacilando-. Me fastidia pedírtelo… Si a la casera no le gusta o quizá no quieres tener cerca a una manada de niños ruidosos… lo comprendo…
– ¿Quieres traer a los niños? -dijo Serge sonriendo.
– Me gustaría.
– Tráelos -dijo Serge -. A Mariana le encantan los niños. Quiere tener seis u ocho.
– Gracias -dijo Gus-. Mis niños estarán muy contentos. Tiene un nombre muy bonito tu novia. Mariana.
– Mariana Paloma -elijo Serge.
– ¿Es español, verdad? -preguntó Gus.
– Es mexicana -dijo Serge -. De Guadalajara.
– Pensándolo bien, ¿Durán no es un apellido español?
– Yo también soy mexicano-dijo Serge.
– Quién lo hubiera dicho. Jamás se me había ocurrido -dijo Roy buscando en Serge algún rasgo mexicano y sin encontrar ninguno, exceptuando quizá la forma de los ojos.
– ¿Eres de ascendencia mexicana por parte de padre y madre? -preguntó Gus -. No lo pareces.
– Cien por cien -dijo Serge riéndose -. Creo que soy probablemente más mexicano que ninguno de los que conozco.
– ¿Entonces hablas español?
– Apenas -contestó Serge -. De niño sí, pero lo he olvidado. De todos modos, creo que volveré a aprenderlo. El domingo por la tarde fui a casa de Mariana y, tras recibir la bendición del señor Rosales que es su padrino, me dirigí a ella y procuré pedirla en matrimonio en español. Creo que al final terminé hablando más en inglés que en español. Debió ser todo un espectáculo, un enorme payaso tartamudo con los brazos cargados de rosas blancas.
– Debías estar extraordinario -dijo Roy sonriendo y preguntándose si presentaría él un aspecto tan satisfecho como Serge.
– Mariana está informada de que en casa hablaremos exclusivamente en español hasta que mi español sea tan bueno por lo menos como su inglés.
– Es estupendo -dijo Gus y Roy se preguntó si ella le habría exigido cortejarla según las antiguas costumbres mexicanas. Se preguntó si Serge debía llevar conociéndola mucho tiempo antes de besarla por primera vez. "Me estoy volviendo cursi", pensó Roy sonriendo.
– Normalmente, los hombres mexicanos dominan a sus mujeres -dijo Serge -hasta que se hacen viejos y entonces mamá es el jefe y el viejo paga su tiranía. Pero me temo que Mariana y yo estamos empezando justo al revés.
– No hay nada malo en una mujer fuerte -dijo Roy -. A un policía le hace falta.
– Sí -dijo Gus mirando el encendido ocaso-. Hay pocos hombres que puedan hacer este trabajo solos.
– Bueno, ahora ya somos veteranos -dijo Serge -. Cinco años. Podemos cosernos en la manga una marca; creía que íbamos a tener una reunión de clase al cabo de cinco años.
– Hubiera sido bonito -dijo Gus -. Mañana por la tarde podríamos celebrar una pequeña fiesta de reunión. Si nos vuelven a llevar a todos al puesto de mando, es posible que podamos volver a trabajar juntos mañana por la noche.
– Yo creo que mañana regresaremos a nuestras divisiones -dijo Serge -. Los disturbios han terminado.
– No sé cuánto tiempo les llevará a los expertos elaborar las teorías de las causas -dijo Roy.
– Esto no es más que el principio -dijo Serge -. Empezarán a nombrar comisiones y los intelectuales que conocen a dos o tres negros demostrarán su pericia en relaciones raciales y no será más que el principio. Los negros no son ni mejores ni peores que los blancos. Creo que liarán todo lo que puedan y lo que se espere de ellos y de ahora en adelante habrá muchos negros que acomodarán su vida a las noticias de prensa referentes al negro encolerizado.