– Muchas gracias, señor, yo la acompaño luego. Vive en mi casa.
Y el señor saluda y se va.
– ¿Qué va a ser? -pregunta el camarero desde la barra.
– Yo una coca-cola. ¿Tú qué quieres, Fuencis? ¿Un vaso de agua?
– No, guapo, mejor un gin-tónic.
Y cuando nos lo traen y Fuencisla da el primer sorbo y me pregunta que de dónde salgo, me doy cuenta de que tiene la misma voz que ponen los borrachos en el cine. Yo también quisiera imitar a un artista de cine, ser mayor para ayudarla. Pero la miro con tanto cariño que las palabras me salen ellas solas. Le cojo las manos por encima de la mesa. Las tiene muy frías.
– ¿Sabes lo que te digo, Fuencis? Que tu novio no me gusta. Le sacas la cabeza, no tiene media bofetada, y encima es un cobarde. No vuelvas a ir detrás de él, porque tú vales el doble. Si fuera mayor, le iría a buscar y le traería aquí para que te pidiera perdón de rodillas.
Miro el local. Se ha convertido en un escenario de película, hay un calendario con una mujer desnuda.
– ¡Qué bueno eres, Baltita, hijo! Pero él también me tiene que perdonar, no te creas, le doy mucho la lata, soy celosa como un moro. Y encima me da por beber. Lo peor es cuando bebo.
– ¡Pues no bebas más! Se acabó. Y a tu novio que le den morcilla.
– Bueno, no es del todo mi novio. Una pasión.
Cuando ya estamos en la calle, se para y me pregunta:
– ¿Verdad que no te vas a chivar?
Cruzo el índice sobre el pulgar y me lo beso.
– ¡Por éstas que son cruces!
Se ríe, pero también llora. Vamos arrimados a la pared, cuesta arriba, cogidos de la mano, como sombras. Ya se atisba la plaza.
– ¿Te encuentras mejor? -le pregunto.
– Sí, mucho mejor. Anda, vamos a entrar en la catedral a echar un padrenuestro, a ver si se me van los demonios.
XIV. BIOLOGÍA E HISTORIA
Al cabo del tiempo, he ido entendiendo que mis hermanos nunca quisieron mal a papá, que le están agradecidos, cada cual a su manera, y que piensan que para nuestra madre fue una suerte encontrarse con él. Esto no lo pillas así de repente. Hace falta ser pescador de caña, de los que se tiran mañanas enteras sin esperar que salte ningún pez del fondo de esa cinta mecánica que es el río de los días pasando.
Ellos decían Damián y yo padre, parece que no es nada, pero es. Pues bueno, ¿a qué andarse inventando más crucigramas? Pero lo que sí noté desde pequeño es que con ellos, hasta para reñirlos, era más natural que conmigo. Que yo le cohibía. Y eso me hizo comerme el coco un montón y estar a la defensiva, como en los juegos difíciles. Ha tenido que pasar del todo hasta que por fin me he acercado al redondel de luz que oscurecen los tópicos. Porque ¡anda que no crecen los tópicos alrededor de la familia! Bosque puro. Y si vives en una provincia pequeña, más todavía.
Yo veía a papá a veces por la calle, riéndose o discutiendo con amigos, tan seguro y tan bien vestido, y no se me ocurría echar a correr para darle un beso. Y en cambio Pedro y Máximo se podían tomar una caña con él en un bar o irle a consultar algo a la oficina o pedirle dinero, o criticarlo. Que Lola era la que más lo criticaba, pero también decía que era muy guapo.
Todo tiene su núcleo escondido, como las células. Y el de aquella cuestión a la que tantas vueltas le di cuando niño está en que parentesco propiamente dicho entre él y mis hermanos no lo había. Se usa la palabra «padrastro», como para los pellejos que nos crecen al borde de la uña, que te los muerdes y sale sangre. Son pegotes, igual que «cuñada» o «suegro». Te los encuentras de repente ahí a esos seres, han tomado posesión de un terreno que no era suyo, y te pueden caer bien -como Bruno a mamá- o mal -como a mí Bea-, pero las secuelas que te deja tratarlos no son iguales a las de un virus.
Yo ya he ido diferenciando un poco en esto de los parentescos. Claro que también me ha ayudado leer a Shakespeare, Los hermanos Karamazov y las tragedias griegas. Aparte de muchos tramos de la Historia de España. Se escribe «Historia» con mayúsculas, por ser asignatura de libro, pero se coció como la de cualquier hijo de vecino por dentro de las casas, que es donde se conspira, tengan almenas y foso o techo de uralita. Basta con mirar las páginas de sucesos que tanto estremecían a Fuencis para comprender, como decía ella, que «a todos nos viste el mismo sayal». No hace falta ser rey ni vivir en un palacio con murallas.
Y el parentesco fetén (no hablo del light) es igual a una celda pequeña que te impide moverte con soltura. Ahí es donde se crían los malentendidos, los lazos que te atan al otro preso de por vida, y si se escapa, peor me lo pones. A veces me pregunto si el vivir yo casi cuatro años sin pronunciar palabra no lo consideraría mi padre una rebeldía o una ofensa que no fue capaz de soportar. Yo no creo haberlo hecho a mala idea para darle caña, pero a saber, otras veces cuando lo pienso me parece que sí. Que mi silencio le ponía nervioso, más que a ninguno en casa, desde luego lo noté, y acabé dedicándoselo a él casi en exclusiva, ésa es la verdad. ¿Y por qué? Pues no sé; porque ensayas tus bazas en plan ruleta rusa, a ver qué pasa, y si de todas todas el tiro da en el blanco, te gusta sin remedio. Sospechas que puedes empezar a ser malo, aunque de momento te guardes la munición.
Luego, cuando empecé a hablar, también fue mala suerte, porque casi al mismo tiempo me enteré de que la señora del palo era mi abuela, otro parentesco de rock duro, y las cosas se viciaron. Porque él no me dio pie a nada, dio por hecho que lo sabía y punto. Los vi una vez en una cafetería sentados, ella de espaldas, pero papá me pescó mirándolos y fingió que no se había dado cuenta, le tendió un pañuelo a ella, que supongo que habría llorado. En aquel momento tendría que haberme acercado a darle un beso y decirle: «¿Me puedo sentar con vosotros, papá?», es una gozada imaginarlo, de pocas cosas me arrepiento más en el mundo que de no haber aprovechado la ocasión de hacer eso, qué orgulloso de mí habría estado Máximo. Por las noches me cuento cómo se habría desarrollado la escena y cada vez le añado un detalle nuevo. Me da una rabia bestial haberme largado a la calle con mi helado Frigo como un cobardica. Era muy pequeño, sí, pero los niños tienen más bula que los mayores. Simplemente mirarla y decir: «Tú eres mi abuela, ¿no?», en vez de escaparme por las fantasías de Fuencisla y acabar escribiendo grafitis en la pared del huerto de doña Baltasara. Que fue una provocación, lo reconozco, pero él no dijo ni mu, a pesar de que tuvo que enterarse. Me juego los ahorros de la hucha.
En fin, por lo que sea, papá estaba más incómodo conmigo que con mis hermanos, que no eran nada suyo y podían contestarle si les daba la gana (y todavía hoy pueden): «¿Sabes, Damián, lo que te digo? Que te metas en tus cosas.» Yo no. Yo cómo se lo voy a decir, si entre sus cosas, las que pueda rumiar cuando tenga insomnio, seguro que aparece en primera fila mi cara mirándolo, un problema que no sabe cómo enfocar, que no entiende, que siempre le dio miedo. Se lo dijo a mamá hace mil años y yo lo oí: «Tiene un modo de mirarme que casi me da miedo.» Con eso dejó abierta la puerta de su mal rollo, pobre papá, un error como otro cualquiera. Y por allí me colé a esconderme, quién hubiera resistido la tentación. Desde ese momento lo tuve en mis manos. Pero al mismo tiempo sigo estando dentro de él, como una célula que crece, contamina las suyas y se las va engullendo. De un manotazo me lo podría cargar si quisiera.
Luego, con el paso del tiempo, he conocido a muchos amigos que confiesan haber sudado tinta china para librarse del miedo que le tenían de pequeños al padre. A ver, el propio Kafka. Ejemplo más típico no lo hay. Pues yo al revés, teniendo en un puño al mío y sin saber por qué ni de qué me vale, que también es un rato molesto. Porque, además, no te puedes desahogar con los amigos. Alguna vez lo he intentado, pero una cosa así no la entienden, o me toman por un mitómano o le buscan explicaciones que de imaginativo no tienen nada, pero ¿compadecerme por algo que ven como un chollo?, eso ni soñarlo. «Te tendrá miedo porque habrás descubierto algún secreto suyo, y creerá que le vas a hacer chantaje.» Los dejo por imposible. Ven demasiado cine.