Cuando despertó eran las siete y un sol neblinoso se colaba en la cabina. Sentado en la cama y rascándose por encima de la camiseta, admiró con luz natural el lujo y el tamaño de su camarote. «Qué suerte que la vieja es una señora, así tiene que dormir con las otras», pensó satisfecho al calcular la independencia y la importancia que le daba el camarote privado. Camarote número cuatro, del señor Atilio Presutti. ¿Subimos arriba a ver lo que pasa? El barco parecería que está parado, a lo mejor ya llegamos a Montevideo. Uy Dió qué cuarto de baño, qué inodoro, mama mía. ¡Con papel color rosa, esto es grande! Esta tarde o mañana tengo que estrenar la ducha, debe ser fenómena. Pero mira este lavatorio, parece la pileta de Sportivo Barracas, aquí te podes lavar el pescuezo sin chorrear nada, qué agua más tibia que sale…
El Pelusa se enjabonó enérgicamente la cara y las orejas, cuidando de. no mojarse la camiseta. Después se puso el piyama nuevo a rayas, las zapatillas de basket y se retocó la peinada antes de salir; en el apuro se olvidó de lavarse los dientes y eso que doña Rosita le había comprado un cepillo nuevo.
Pasó ante las puertas de los camarotes de estribor. Los punios estarían roncando todavía, seguro que era el primero en salir a la cubierta de proa. Pero allí se encontró cc.i el chiquilín que viajaba con la madre y que lo miró amistosamente.
– Buen día -dijo Jorge-. Les gané a todos, vio.
– Qué tal, pibe -condescendió el Pelusa. Se acercó a la borda y se sujetó con las dos manos.
– Sandio -dijo-. ¡Pero estamos anclados delante de Quilmes!
– ¿Eso es Quilmes, con esos tanques y esos fierros? -preguntó Jorge-. ¿Ahí fabrican la cerveza?
– ¡Pero vos te das cuenta! -repetía el Pelusa-. Y yo que ya creía que estábamos en Montevideo y que a ló mejor se podía bajar y todo, yo que no conozco…
– ¿Quilmes debe estar bastante cerca de Buenos Aires, no?
– ¡Pero claro, te tomas el bondi y llegas en dos patadas! Capaz que la barra del Japonés me está manyando desde la orilla, son todos de por ahí… ¿Pero qué clase de viaje es éste, decime un poco?
Jorge lo examinó con ojos sagaces.
– Hace una hora que estamos anclados -dijo-. Yo subí a las seis, no tenía más sueño. ¿Sabe que aquí nunca se ve a nadie? Pasaron aos marineros apurados por alguna cosa de la maniobra, pero creo que no me entendieron cuando les hablé. Seguro que eran lípidos.
– ¿Lo qué?
– Lípidos. Son unos tipos muy raros, no hablan nada. A menos que sean prótidos, debe ser fácil confundirlos.
El Pelusa miró a Jorge de reojo. Iba a preguntarle algo cuando la Nelly y su madre aparecieron en la escalerilla, las dos de pantalones y sandalias de fantasía, anteojos de sol y pañuelos en la cabeza.
– |Ay, Atilio, qué barco tan divino! -dijo la Nelly -. ¡Todo brilla que da gusto, y el aire, qué aire!
– ¡Qué aire! -dijo doña Pepa-. Y usted qué madrugador, Atilio.
Atilio se acercó y la Nelly le presentó la mejilla, en la que él depositó un beso. Inmediatamente tendió el brazo y les señaló la costa.
– Pero eso yo lo conozco -dijo la madre de la Nelly.
– ¡Berisso! -dijo la Nelly.
– Quilmes -dijo el Pelusa, lúgubre-. Digamén qué categoría de crucero es éste.
– Yo me pensaba que ya estaríamos mar afuera y que el barco no se movía nada -dijo la madre de la Nelly -. Vaya a saber si no tienen algo roto y lo tienen que componer.
– A lo mejor vinieron a cargar nafta -dijo la Nelly.
– Estos barcos cargan fuel-oil -dijo Jorge.
– Bueno, eso -dijo la Nelly -. ¿Y este nene aquí solo? ¿Tu mamita está abajo, querido?
– Sí -dijo Jorge, mirándola de través-. Está contando las arañas.
– ¿Las qué, nene?
– La colección de arañas. Siempre que hacemos estos viajes las llevamos con nosotros. Anoche se nos escaparon cinco, pero creo que mamá ya encontró tres.
La madre de la Nelly y la Nelly abrieron la boca. Jorge se agachó para esquivar el manotazo entre amistoso y pesado del Pelusa.
– ¿Pero no se dan cuenta que el pibe las está cargando? -dijo el Pelusa-. Subamos arriba a ver si nos dan la leche, que tengo un ragú que me muero.
– Parece que el desayuno en estos barcos sabe ser muy surtido -dijo la madre de la Nelly con aire displicente-. He leído que ofrecen hasta jugo de naranja. ¿Te acordás, nena, de aquella película? Esa donde trabajaba la muchacha… que el padre era algo de un diario y no la quería dejar salir con Gary Cooper.
– Pero no, mamá, no era esa.
– Sí, no te acordás que era en colores y que ella cantaba por la noche ese bolero en inglés… Pero claro, entonces no era con Gary Cooper. Esa del accidente en el tren, te acordás.
– Pero no, mamá -decía la Nelly -. Qué cosa, siempre se está confundiendo;
– Servían jugo de frutas -insistió doña Pepa.
La Nelly se colgó del brazo de su novio para subir hasta el bar, y en el camino le preguntó en voz baja si le gustaba con pantalones, a lo que Atilio respondió emitiendo una especie de bramido sofocado y apretándole el brazo hasta machucárselo.
– Pensar -dijo el Pelusa hablándole al oído- que ya podrías ser mi esposa si no sería por tu papá.
– Ay, Atilio -dijo la Nelly.
– Tendríamos el camarote para los dos y todo.
– ¿Vos crees que yo no pienso de noche? Quiero decir, que ya podríamos estar casados.
– Y ahora hay que esperar hasta que tu viejo largue la casita.
– Y sí. Vos sabés cómo es mi papá.
– Una mula -dijo el Pelusa respetuosamente-. Menos mal que podemos estar juntos todo el viaje, jugar a las cartas y de noche salir a la cubierta, viste, ahí donde hay unos rollos de soga… Fenómeno para que no nos vean. Tengo un ragú, tengo…
– El aire del río es muy estimulante -dijo la ííelly-. ¿Qué me decís de mamá con pantalones?
– Le quedan bien -dijo el Pelusa, que jamás había visto nada más parecido a un buzón-. Mi vieja no se quiere poner esas cosas, ella es a la antigua, cuantimás que el viejo en una de esas la empieza a las patadas. Vos sabés cómo es.
– En tu casa son muy impulsivos -dijo la Nelly -. Anda a llamar a tu mamá ysubimos. Mira esas puertas, qué limpieza.
– Oí cómo chamuyan en el bar -dijo el Pelusa-. Parece que a la hora del completo pan y manteca todos se constituyen. Vamos juntos a buscar a la vieja, no me gusta que subas sola.
– Pero Atilio, no soy una nena.
– Hay cada tiburón en este barco -dijo el Pelusa-. Vos venís conmigo y se acabó.
XX
El bar estaba preparado para el desayuno. Había seis mesas tendidas y el barman colocaba en su sitio la última servilleta de papel floreado cuando López y el doctor Restelli entraron casi al mismo tiempo. Eligieron mesa, y en seguida se les agregó don Galo, que parecía darse por. presentado aunque todavía no había hablado con nadie, y que despidió al chófer con un seco chasquido de los dedos. López, admirado de que el chófer fuera capaz de subir la escalera con don Galo y la silla de ruedas (convertida para la ocasión en una especie de canasta que se sostenía en el aire, y en eso estaba la hazaña) preguntó si la salud era buena.
– Pasable -dijo don Galo con un acento gallego en nada deteriorado por cincuenta.años de comercio en la Argentina -. Demasiada humedad ambiente, aparte de que anoche no se cenó.
El doctor Restelli, de blanco vestido y con gorra, entendía que la organización era un tanto deficiente si bien las circunstancias atenuaban la responsabilidad de las autoridades.
– Nada, hombre, nada -dijo don Galo-. Positivamente intolerable, como siempre que la burocracia pretende suplantar la iniciativa privada. Si este viaje hubiera sido organizado por Exprinter, tengan ustedes la seguridad de que nos hubiéramos ahorrado no pocos contratiempos.