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Luego la artillería comenzó a rugir a lo largo de todo el sector del Segundo Ejército, en un espectacular despliegue de poderío. Más atrás, en Venlo, el viejo soldado que era Montgomery, que conocía el valor que tenía el sueño, se había retirado a su camión de campaña y se encontraba durmiendo, mientras Brooke y Churchill paseaban llenos de excitación a la luz de la luna, comentando lo trascendental de la situación. Aquel momento les traía a la memoria luchas pasadas, y ambos se acordaron de El Cairo, donde Alexander y Montgomery habían iniciado su carrera y donde Churchill hubo de confiar en la elección de Brooke. Más tarde, de vuelta a su cuartel general, Brooke escribió lo siguiente en su Diario:

«…Se encontraba (Churchill) del mejor de los talantes, y demostraba su agradecimiento por todo cuanto había hecho por él, en una forma que no era muy corriente.»Luego nos aproximamos a la caravana, y él procedió a examinar su caja, que acababa de llegar. En ella se hallaba un telegrama de Molotov -que constituyó para él un gran motivo de preocupación-, relacionado con la actitud rusa respecto a las negociaciones de paz que Wolff está tratando de llevar a cabo en Berna, y expresando su temor de que firmásemos una paz por separado en el Frente Occidental. Dictó entonces una contestación, y cuando su secretario ya había salido de la camioneta le volvió a llamar, la examinó de nuevo, redactó otra, y por fin lo dejó todo para pensarlo con mayor detenimiento al día siguiente.

»Estoy a punto de acostarme. Resulta difícil imaginar que a menos de veinticuatro kilómetros centenares de hombres se encuentran entregados a una lucha a muerte en las márgenes del Rhin, en tanto que otros tantos centenares tratan de mantenerse en su puesto, en una de las pruebas más duras de su vida. Con tal pensamiento en la mente resulta difícil acostarse y descansar pacíficamente.»

La Primera Brigada de Comandos estaba preparándose para cruzar el río hacia Wesel. En la orilla, el periodista Richard McMillan hablaba con un coronel de comandos joven y calvo.

– Me pregunto qué hará Jerry al otro lado -dijo el corresponsal, mientras se untaba el rostro con grasa oscura, y bebía un jarro de té.

A las 22 horas los comandos, que usaban gorros verdes en lugar de cascos, comenzaron a cruzar en los voluminosos «búfalos». El estampido de las granadas al estallar resultaba ensordecedor. Al cabo de varios minutos, los vehículos regresaban vacíos para recibir una nueva carga.

– La cosa no está tan mal en la otra orilla como creíamos -dijeron los conductores a McMillan.

A las 22,30 doscientos bombarderos de la RAF comenzaron a lanzar un millar de toneladas de explosivos sobre Wesel, y cuando los aparatos daban la vuelta para dirigirse hacia Inglaterra, los comandos convergieron hacia la ciudad pulverizada.

Pocos kilómetros más al sur, cerca de Alpen, Simpson y Eisenhower ascendieron a la torre de una iglesia para observar el fuego de artillería del Noveno Ejército. A la una de la madrugada del 24 de marzo, cuarenta mil artilleros norteamericanos comenzaron a efectuar un rápido fuego desde unas baterías localizadas en las llanuras al oeste del río. Durante más de una hora dos mil cañones machacaron los blancos alemanes. De pronto cesó el mortífero bombardeo y la primera oleada de la 30.ª División, con tres batallones en vanguardia, comenzó el cruce del Rhin en lanchas de desembarco propulsadas por motores fuera borda. Más al Sur, hacia la derecha, la 79.ª División bordeaba la margen occidental del río, preparándose para el cruce una hora más tarde. Ninguna de las tropas de asalto portaba máscaras antigás. Después de hacer un cálculo de probabilidades, Simpson decidió que las máscaras sólo contribuirían a aumentar el número de soldados ahogados.

Eisenhower dijo que deseaba ver el cruce de las tropas a la otra orilla, y Simpson le acompañó hasta las márgenes del Rhin, donde ambos hombres se encontraron con un grupo de infantes de la 30. ª División, que con alta moral se dirigían hacia las embarcaciones de asalto. Notó Eisenhower que uno de los muchachos parecía atemorizado.

– ¿Cómo te encuentras?-le preguntó.

– Mi general, estoy muy nervioso. Me hirieron hace dos meses y llegué del hospital ayer mismo. No me encuentro bien.

– Entonces tú y yo hacemos una buena pareja, porque yo también me encuentro nervioso. Pero debes saber que hemos planeado este ataque durante mucho tiempo, y hemos reunido todos los aviones, las tropas y los cañones que pudimos, con objeto de aplastar a los alemanes. Tal vez si marchamos juntos hasta el río, los dos nos sintamos mejor.

– Bueno, quiero decir que estaba nervioso. Ya se me ha pasado, y me parece que no se está tan mal, por aquí.

En el momento en que las primeras tropas británicas iniciaban el cruce del Rhin, Bradley se dirigía de nuevo al teléfono para atender una llamada de Patton.

– Brad -dijo éste, con voz aguda-. Por todos los cielos, ¡haga saber al mundo que hemos cruzado! Hemos abatido treinta y tres Fritz en el día de hoy, cuando se acercaron a nuestro pontón. ¡Quiero que el mundo sepa que el Tercer Ejército lo ha conseguido antes que Montgomery!

Los alemanes, en efecto, estaban ya actuando con evidente pánico ante el cruce de Patton en Oppenheim. Kesselring se mostró anonadado. Había advertido al comandante del Séptimo Ejército de una posible tentativa de cruce en su zona, y los americanos lo habían conseguido ya con toda facilidad. Pensó que aquello permitiría a Patton avanzar por detrás del Primer Ejército alemán, que aún se encontraba en la orilla occidental, y adelantarse profundamente en territorio del Tercer Reich. Remagen había sido la tumba del Grupo de Ejército de Model, y Kesselring temía que Oppenheim fuera la de Hausser.

4

A primeras horas de aquel día, en Washington, Roosevelt recibió el último informe de la junta de jefes de Estado Mayor, número 1.067, que contenía las directrices de la política de Estados Unidos para la ocupación de Alemania. En ella se atenuaba la proposición de Morgenthau de convertir Alemania en una nación agraria. Lo único que quedaba a este respecto era una vaga declaración de que el Gobierno y la economía alemana deberían ser descentralizados. Se ponía de manifiesto, sin embargo, que el potencial bélico alemán debería ser destruido.

«…Como parte del programa para alcanzar este objetivo, todos los suplementos de guerra y los elementos especializados… deberán ser apartados y destruidos. Deberá prohibirse el mantenimiento y la producción de toda aeronave o instrumento de guerra.»

Pero esto sólo eran palabras, y su eficacia dependería en gran parte de la persona que se encargase de aplicarlas.

Al mediodía Roosevelt habló con los cinco miembros bipartitos del Congreso, que representarían a Estados Unidos en la próxima Conferencia de las Naciones Unidas, de San Francisco. El almirante Leahy, el secretario de Estado en funciones, Joseph Grew, así como James Dunn y «Chip» Bohlen, del Departamento de Estado, también se hallaban presentes.

– Esta conversación no va a registrarse -comenzó diciendo el presidente.

Luego se refirió a la petición de Stalin de obtener dos votos más en las Naciones Unidas, y explicó la razón de que él y Churchill hubiesen apoyado la demanda.