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Baum hizo un balance de sus fuerzas. Había comenzado la expedición con 307 hombres y ahora sólo disponía de un centenar en condiciones para luchar. El mismo se hallaba herido en una mano y una rodilla. Le quedaban seis tanques ligeros, tres medianos, tres cañones de asalto y veintidós camiones oruga. Ordenó entonces que se trasladara la gasolina desde ocho camiones a los tanques.

Se prendió fuego a continuación a los camiones oruga que ya no eran de utilidad, y se colocó a los heridos graves en un edificio donde se pintó el emblema de la Cruz Roja. Luego Baum reunió al resto de sus hombres y les dijo que iban a cruzar a campo través y que se utilizarían los camiones como puentes, si era necesario, para atravesar los ríos. A lo lejos podía oírse el rumor de los tanques enemigos que se acercaban desde el Este. Baum terminó con unas palabras de ánimo, y por fin gritó:

– ¡En marcha!

La Fuerza Especial Baum se hallaba rodeada casi por completo. Por el Sur y el Nordeste se acercaban cañones autopropulsados. Dos compañías de infantería y seis tanques se aproximaban desde el Sudeste, en tanto que seis «Tigres» lo hacían desde el Norte, y una columna de carros blindados por el Noroeste.

Baum acababa de subir a su «jeep» cuando presenció la descarga cerrada de tanques más intensa que jamás había contemplado. Los camiones incendiados hacían que la caravana resultase un blanco perfecto para los alemanes. Los tres cañones de asalto de Baum lanzaron una cortina de humo, en un vano intento por ocultar a los demás vehículos, pero las descargas alemanas siguieron produciéndose con mortífera exactitud. Dos cañones de asalto, así como un tanque ligero y varios camiones oruga fueron alcanzados de lleno, y las llamas que de ellos se alzaron atrajeron nuevas descargas desde varios puntos.

El comando Don Boyer, de la 7.ª División Acorazada, estaba manejando una ametralladora en el interior de un tanque. Aunque maldecía continuamente, no dejaba de sentirse contento por vez primera desde que le habían capturado en la batalla del Bulge. Pero la valentía no era suficiente en aquellas circunstancias, y la Fuerza Especial Baum estaba siendo aniquilada por un enemigo que no alcanzaba a ver. Al cabo de quince minutos todos los vehículos americanos se encontraban en llamas, y los tanques y la infantería alemanes comenzaban a estrechar el cerco. Al quedarse sin tanques, Baum se encaminó a los bosques, donde procedió a reorganizar los restos de sus fuerzas. Varias veces trató de llevar a cabo un ataque contra el lugar que habían abandonado, para ver si aún podía salvarse algo, pero en cada ocasión, el puñado de americanos fue rechazado duramente.

– ¡Formen grupos de cuatro y dispérsense! -exclamó Baum.

Luego dio algunas órdenes apresuradas y se alejó en unión de un exprisionero y del comandante Stiller, el cual demostró ser un valiente y callado luchador. Los tres procuraron ocultarse en una arboleda, pero se vieron perseguidos por una jauría de perros. En la confusión, Baum resultó herido en una pierna. Era la tercera herida que recibía en dos días.

Todo ocurrió tan rápidamente que Baum apenas si tuvo tiempo de librarse de su chapa de identificación, a fin de que los alemanes no descubriesen que era judío. Cuando él y otros seis eran conducidos hacia un granero por un solo soldado alemán, Baum se quitó el casco e iba a golpear con él al desprevenido guardia, cuando Stiller se lo impidió aferrándole por la muñeca.

Los prisioneros fueron sometidos a interrogatorio, y varios ex-cautivos del campamento dijeron a los alemanes que Baum era uno de ellos, y le permitieron unirse al grupo que regresaba hacia el Oflag XIIIB. Apoyándose en Stiller y otro hombre, Baum emprendió la marcha por la carretera.

Las primeras luces del día revelaron una colina sembrada materialmente de restos humeantes de tanques y camiones. También los bosquecillos circundantes se hallaban ardiendo. El edificio señalado con el símbolo de la Cruz Roja estaba en ruinas. Era la tumba de la Fuerza Especial Baum.

La misión de Hammelburg fue un completo fracaso, pero la valiente columna realizó un cometido muy distinto y aún más importante de lo que Patton había previsto. La Fuerza Especial Baum dejó a su paso un reguero de destrucción. Cada una de las ciudades por donde había pasado se hallaba en un estado total de confusión. El cuartel general del Séptimo Ejército alemán aún no estaba del todo al corriente de lo que había sucedido, y lanzó contra la zona el equivalente de varias divisiones, con el fin de vigilar los cruces estratégicos y los puentes, en tanto que otra fuerza considerable recorría las colinas ayudada por perros de presa, procurando rodear al millar de prisioneros que habían escapado del campamento.

El precio de la hazaña no fue pequeño. Además de las pérdidas experimentadas por la fuerza de Baum, John Waters, el yerno de Patton, se hallaba malherido en un hospital de Hammelburg. La bala le había entrado por un muslo, saliéndole por la cadera izquierda. Un médico yugoslavo, el coronel Radovan Danich, equipado sólo con vendajes de papel y un cuchillo de mesa, estaba tratando diestramente de curarle la herida.

El oficial de Prensa del Tercer Ejército se limitó a decir que se había perdido una fuerza especial, y no dio más explicaciones. Algún tiempo más tarde, sin embargo, se revelaron algunos detalles acerca de lo acontecido, y Patton reunió a los corresponsales en una conferencia de Prensa. Manifestó categóricamente a los periodistas que hasta nueve días después de haber llegado Baum a Hammelburg no supo que su yerno se encontraba entre los prisioneros. Para demostrarlo exhibió su Diario oficial y el privado, y declaró a continuación:

– Tratamos de liberar el campamento porque temíamos que los alemanes, al retirarse, pudieran dar muerte a los prisioneros americanos.

Hoge, Abrams y Stiller sabían que las cosas habían ocurrido de modo diferente, pero como buenos soldados guardaron silencio. Stiller murió sin revelar la verdad, y los otros dos esperaron casi veinte años para hacerlo.

Capítulo diez. Decisión en Reims

1

Durante muchos años Danzig había jugado un papel de vital importancia en la historia de la Europa Oriental. No sólo era la principal salida de Polonia al mar, sino que constituía el puerto más valioso del Báltico. En aquel momento, además de ser el punto más importante desde donde huían los alemanes cercados por la ofensiva soviética, era uno de los pocos festungen o reductos que quedaban en el Este. Tal era su importancia que Hitler había ordenado que se defendiese la zona hasta el último hombre. Situado a más de trescientos sesenta kilómetros en línea recta al nordeste de la cabecera de puente más próxima de Zhukov, sobre el Oder, este reducto se había convertido en el amparo de innumerables refugiados civiles y militares que procedían de Prusia, al punto que en esos momentos se apiñaban casi un millón de almas en Danzig y su puesto gemelo, Gotenhafen, situado unos veinte kilómetros al Norte.

A comienzos de marzo, el mariscal Rokossovsky había hecho avanzar su Segundo Frente Ruso Blanco por detrás de Danzig, cortando por completo la retirada hacia el Reich, a excepción de la ruta marítima. El 22 de marzo, el mariscal soviético introdujo repentinamente una cuña entre Danzig y Gotenhafen, Gdynia, para los polacos. Dos días más tarde unos folletos exhortando al cese de la resistencia, firmados por el propio Rokossovsky, fueron lanzados desde aviones soviéticos. El mariscal advirtió que estaba instalando efectivos de artillería para bombardear ambos puertos. «En semejantes circunstancias -escribía-, vuestra resistencia resultará insensata, y sólo tendrá como consecuencia la aniquilación de centenares de miles de mujeres, niños y ancianos… A los que se rindan les garantizo que será respetada su vida y los bienes personales.» Los demás serían muertos durante la lucha.