Los colaboradores políticos y los funcionarios del Partido Nazi, que habían dominado en la ciudad, no osaban aparecer en público con sus uniformes pardos. Por las noches, las carreteras se llenaban de gente que había contado con influencia suficiente para obtener permisos de salida.
La mayoría no podía huir, pero siendo vieneses, no perdían su buen humor, y una de las últimas frases que circulaban era: «El Domingo de Resurrección podremos tomar el tranvía hasta el frente de batalla.» Aquello no resultó ser una broma, y en dicho día se corrió el rumor de que Tolbukhin había irrumpido a través de las líneas defensivas de Dietrich, situadas al sudeste de Viena, y se hallaba a sólo trece kilómetros de los suburbios. El gauleiter, y en esos momentos comisario de Defensa, Baldur von Schirach, antiguo jefe de las Juventudes Hitlerianas, declaró Festung a la ciudad, y llamó a los Volkssturm para que prestasen servicio inmediato. Niños y ancianos comenzaron a construir trincheras en los alrededores de la población, y todos los civiles se vieron obligados a erigir barreras antitanques en las calles, y barricadas con piedras, árboles y raíles de los tranvías. Los miembros de las Juventudes Hitlerianas recibieron la orden de apostarse con bazookas en las trincheras.
– ¡Ha llegado la hora de Viena, el momento de la prueba decisiva! -proclamó Schirach.
Un periódico escribió: «El odio es nuestra plegaria, y la venganza nuestra consigna.» A su vez, Sepp Dietrich dijo por radio:
– ¡No es por nosotros, sino por el Partido! ¡Viva nuestro Führer!
A última hora de ese mismo día, Szokoll se enteró al fin de la posición y la consigna de los últimos refuerzos de Dietrich, formados por dos divisiones de las SS. Ya en poder de esta información, Szokoll reunió urgentemente a los dirigentes del grupo «O-5».
La entrevista se celebró en secreto, la noche del 2 de abril, en uno de los lugares más insospechados: el puesto de mando del Distrito XVII del Ejército, situado en Stubenring, donde Szokoll tenía su despacho.
– ¿Quién de ustedes, señores, se ofrece voluntario para exponer mi plan al alto mando soviético?-inquirió Szokoll.
Observó a los que le rodeaban en la habitación, y su mirada se detuvo en Ferdinand Käs, un fornido individuo de treinta y un años. Ambos se conocían desde hacía once años, y sus padres habían servido en el mismo regimiento durante la Primera Guerra Mundial.
– Ha llegado el momento, sargento -dijo Szokoll.
– Estoy dispuesto, comandante -declaró Käs, al tiempo que daba un paso al frente.
Szokoll dio instrucciones para que rodease la línea principal de fuego, situada al sudeste de la ciudad, y le entregó un salvoconducto falso y un pequeño mapa de la zona. Luego los dos hombres se estrecharon la mano.
Käs se encaminó hacia el Sur en el coche que conducía el chófer del comandante, cabo Johann Reif. Después de recorrer veinticuatro kilómetros, llegaron al famoso balneario de Baden, donde Tolbukhin rompería las líneas alemanas más tarde. Siguieron hacia el Sur veinticuatro kilómetros más, hasta llegar al Wiener Neustadt. Allí comenzaron a rodear hacia el Sudoeste, por carreteras secundarias, y poco antes del amanecer del 3 de abril alcanzaron un sector tranquilo, por donde esperaban filtrarse a través de las posiciones alemanas. Penetraron sin inconvenientes en la línea de batalla, pero cuando lanzaron el coche para atravesarla, los centinelas de los últimos puestos de avanzada comenzaron a disparar sobre el automóvil. El «Opel» resultó alcanzado y varios centenares de metros más adelante se detuvo. Käs y Reif saltaron a una zanja y comenzaron a arrastrarse entre una lluvia de balas.
Poco después, un soldado ruso tocado con un gorro de pieles, y que llevaba en una mano una balalaika, y en la otra un fusil, salió de detrás de un árbol y exclamó:
– Rukiv verkh! (¡Arriba las manos!)
Pasaron varias horas mientras los dos austríacos eran llevados de un puesto de mando a otro, y hasta las diez de la noche no llegaron al cuartel general del Tercer Frente ucraniano, situado en Hochwolkersdorf, pueblo a unos dieciséis kilómetros al sur de Wiener Neustadt. Después de una hora de espera, Käs fue introducido en el salón de una gran mansión. Tres generales y media docena de oficiales tomaron asiento alrededor de una mesa y escudriñaron a Käs con mirada recelosa. Uno de los oficiales, el de mayor graduación, coronel general Alexei Sergeievich Zheltov, pidió cortésmente a Käs que tomase asiento, y luego, con acento más tajante le dijo:
– Nachinaj! (¡Empiece!)
Käs reseñó el plan de Szokoll, pero manifestó que el mismo no sería puesto en práctica a menos que los rusos dieran algunas garantías: los ataques aéreos contra Viena debían cesar; los miembros del grupo «O-5» no serían detenidos por los soviéticos, y los prisioneros de guerra austríacos serían liberados antes que los demás.
Disgustados ante las exigencias austríacas, los demás oficiales rusos se mostraron menos corteses que Zheltov, y comenzaron a bombardear a Käs con preguntas:
– ¿Qué es el grupo «O-5»?¿Poseen armas, municiones, tropas?¿Quiénes son los jefes?¿Qué son: sociales demócratas, socialistas, comunistas o fascistas?¿Cuál es la situación política de Austria?¿Cuál es la fuerza actual del Partido Social Demócrata?¿Y la del Partido Comunista?¿Acaso no son nazis todos los austríacos? De no ser así, ¿por qué acogieron con tanto entusiasmo a Hitler cuando éste entró en Austria?
Käs comprendió que estaban tratando de tenderle una trampa y contestó con mucha cautela. Por fin colocaron un gran mapa sobre la mesa, y Käs señaló Hochwolkersdorf.
– ¿Cómo sabe usted dónde nos encontramos?-le preguntó uno de los presentes, sorprendido.
– Porque hay una señal sobre el cuartel de bomberos -contestó, y todos se echaron a reír.
Käs mostró las posiciones germanas sobre el mapa, y luego dijo:
– La guerra ha terminado prácticamente, y cada soldado que muere ahora, muere en vano. Nosotros, los austríacos, queremos que ustedes consideren a Viena como una ciudad abierta. Los nazis la han declarado ya Festung. El movimiento de resistencia no es lo suficientemente poderoso para evitar la destrucción de Viena, pero puede conducir las tropas rusas hasta la ciudad, sin que se produzcan muertes inútiles.
Käs demostró la forma en que el Ejército Rojo podría avanzar a través de los bosques de Viena, de Baden, y luego dar un rodeo y entrar en la capital por el Oeste. Allí los miembros del «O-5» entrarían en contacto con los rusos y les conducirían hasta el corazón de la ciudad, mientras otras fuerzas de la Resistencia se apoderaban de lugares estratégicos.
Un oficial ruso de Inteligencia comprobó la situación de las fuerzas germanas que Käs había dibujado en el mapa, y manifestó que todo estaba de acuerdo con sus informes. Esto impresionó favorablemente a varios oficiales rusos, pero otros aún seguían teniendo sospechas. Uno de ellos, un ceñudo general de división, dijo que no creía que Käs fuera sólo un sargento mayor, sino que evidentemente era un oficial enviado por el Alto Mando alemán para atraer a una trampa a las tropas soviéticas. Käs se dirigió al general Zheltov, que le había parecido un hombre inteligente y objetivo, y se ofreció voluntario para dirigir el primer tanque de la columna rusa. Zheltov quedó convencido, pero afirmó que la aprobación final debería darla el Alto Mando de Moscú. La respuesta llegaría pocas horas más tarde.
Al día siguiente, 4 de abril, despertaron a Käs muy temprano y le llevaron hasta la habitación donde se había celebrado la entrevista el día anterior. El ambiente era más propicio y Käs vio algunas caras nuevas. Un general de edad avanzada, que el día anterior apenas había hablado, se puso de pie, y después de encender un cigarrillo, dijo en alemán: