– Prepárense a disparar sobre la línea de retaguardia.
Pero Timmermann consideró que era una tarea que debía dejarte a los tanques y la artillería. No era momento adecuado para cometer un error, ya que se trataba de su primer día en el mando. Timmermann era alto, rubio, de semblante serio. La mayor parte de sus hombres sentían simpatía por él, pero algunos consideraban que era demasiado estricto en los asuntos de disciplina, y en las reuniones de oficiales se había opuesto algunas veces a sus superiores con comentarios demasiado atrevidos.
El comandante de la fuerza especial, coronel Engeman, se dirigía también hacia la cabeza de la columna en su «jeep» y un minuto más tarde se encontró junto a los demás. Era un hombre de rápidos movimientos, bajo y rechoncho. Manifestó que aquello era una suerte, una increíble suerte. Después de observar el tránsito que se advertía sobre el puente, dijo a sus artilleros que preparasen las piezas.
Mientras tanto, la Fuerza Especial Prince se dirigía rápidamente hacia el sudeste, casi sin hallar oposición alguna, y recibía en cada pueblo la bienvenida de los civiles alemanes, que les saludaban agitando trapos blancos. A varios kilómetros al oeste del Rhin dieron la vuelta hacia el sur, y cruzaron con tal ímpetu el río Ahr, en dirección a Sinzig, que tomaron totalmente por sorpresa a los defensores que hallaban apostados en las casamatas de hormigón.
Trescientos alemanes cayeron prisioneros. El teniente Fred De Rango interrogó por su parte a varios civiles de la localidad, y uno de ellos le informó que el puente de Ludendorff iba a ser volado a las 16 horas. De Rango envió un mensaje al nuevo cuartel general de Hoge, en Bierresford, y trató también de ponerse en comunicación directamente por radio con la Fuerza Especial Engeman. Como no lo consiguiera, De Rango inició la marcha con su pelotón hacia el puente, rogando para sus adentros que pudiera llegar a tiempo para inutilizar las cargas de dinamita.
5
Engeman ordenó a la Compañía A que saliese hacia Remagen a pie, y a la C que siguiera, pocos minutos después, a la anterior en camiones. A continuación dijo al teniente John Grimball, del 14.° Batallón de carros de asalto, un larguirucho abogado de Carolina del Sur:
– Quiero que dispare hacia Remagen, John. Cubra bien el puente con el fuego de los tanques, y líbrese de cualquiera que pretenda volarlo.
A las 13,50 Timmermann envió a todos sus efectivos, menos a un pelotón de la Compañía A, hasta la sinuosa carretera que conducía a Remagen, con el pelotón del teniente Burrows a la cabeza. El otro pelotón, que mandaba el agresivo sargento De Lisio, cortó camino colina abajo, a través de un escarpado terreno cubierto de viñedos. Pasaron detrás de la famosa iglesia de San Apolinario, reconstruida en los siglos XIII, XVII y XIX a partir de una capilla erigida en tiempos de los romanos, y luego penetraron en la carretera Bonn-Remagen, que bordeaba la orilla occidental del Rhin. Allí encontró De Lisio un puesto de carretera abandonado. Dejó en él una ametralladora con sus servidores, para defender la posición, y se adelantó sin vacilar hacia las márgenes del río. Una vez allí torció hacia la derecha, en dirección a la ciudad y al puente, que estaba más allá de la misma. De unas casas cercanas partieron algunos disparos, pero cuando llegaron a ellas se encontraban ya vacías.
En ese momento un soldado se aproximó corriendo hacia De Lisio.
– ¡El sargento Foster acaba de capturar a un general alemán! -gritó el soldado, lleno de excitación.
De Lisio siguió al soldado hasta una casa, donde Foster y su escuadra rodeaban a un alemán de uniforme y a dos mujeres.
– ¿Qué te parece esto, Joe?-inquirió Foster.
De Lisio comenzó a reírse y manifestó:
– Dejad marchar a ese hombre. Lo que habéis capturado es un empleado de ferrocarriles.
Siguió De Lisio por las márgenes del río hasta Remagen. Un kilómetro más allá divisó lo que parecían las dos torres de un castillo, y que eran el extremo occidental del puente de Ludendorff.
Escondidos de De Lisio, detrás de la fábrica de muebles de Becher, se hallaban el capitán Friesenhann y cuatro ingenieros voluntarios, en cuclillas alrededor de una carga de dinamita que iban a colocar en el extremo occidental del puente. Con ella pretendían hacer en la carretera un orificio lo suficientemente grande como para detener a cualquier vehículo americano. Una unidad de artillería, en retirada, debería llegar de un momento a otro, y Friesenhann estaba esperando hasta el último momento para colocar la carga.
Al acercarse la Compañía A al puente se dejó oír el fuego de armas ligeras alemanas, y los tanques de Grimball comenzaron a disparar sobre el lugar donde se hallaban los ingenieros militares alemanes. Friesenhann aún no se decidía a volar la calzada, pero cuado oyó la sirena de la fábrica de muebles, y advirtió el brillo de los cascos americanos en las ventanas de la misma, el capitán alemán se resolvió y lanzó la orden:
– ¡Fuego!
Uno de los soldados oprimió el percutor, y todos se pusieron a cubierto. Seis segundos más tarde, a las 14,35, se produjo una explosión. Cuando el humo se disipó, Friesenhann comprobó satisfecho que en la carretera aparecía un cráter de unos diez metros de diámetro. Hizo una señal a sus hombres, y retrocedió atravesando a la carrera el puente. Una granada de un tanque «Pershing» estalló a unos pocos metros del capitán alemán, que quedó inconsciente en el suelo. Quince minutos más larde, Friesenhann volvió en sí y avanzó tambaleándose hacia la orilla oriental.
Más atrás, otras dos siluetas se escabulleron hacia el puente. Eran el sargento Gerhard Rothe, encargado de los puestos de vigilancia de Viktoriaberg, y otro suboficial. Ambos hombres bordearon el gran agujero de la carretera, pero Rothe, herido tres veces en una pierna, se tambaleó al llegar al puente. Mientras se arrastraba penosamente hacia el otro extremo, las balas se estrellaban a su alrededor. Sólo le faltaban recorrer trescientos metros, pero la distancia le parecía interminable.
El general Hoge recibió informes de Cothran acerca del puente y se encaminaba en esos momentos en su coche hacia el lugar de la operación. Cuando descubrió que el puente aún se hallaba intacto, casi no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, y de pronto recordó lo que Leonard le había dicho por la mañana. Ninguno de los dos creía aún que podía llevarse a cabo aquello. Tal vez los alemanes esperarían a que los hombres de Engeman cruzasen, para volar el puente.
– Apodérense del puente! -gritó Hoge a Engeman.
De pronto, a Hoge todo le pareció que marchaba con demasiada lentitud.
– Tome algunos tanques -añadió-, colóquelos en la orilla y haga que disparen sobre la margen opuesta. Cuando el fuego le proporcione la superioridad deseada, envíe a la infantería a través del puente.