Eisenhower llamó por teléfono a Montgomery y con gran tacto le propuso ampliar la cabeza de puente. El mariscal de campo se mostró totalmente de acuerdo.
– Será una grave amenaza para el enemigo, y atraerá buen número de sus fuerzas, distrayéndolas de nuestro asunto del norte -declaró Montgomery, el cual siguió adelante con su minucioso plan para cruzar el Rhin en masa.
Si bien los periodistas aliados habían oído rumores acerca de la captura del puente, y varios de ellos se encontraban ya en Remagen, sólo al anochecer se les proporcionó el informe oficial, y hasta la mañana siguiente los periódicos de Estados Unidos no publicaron la noticia. Desde el día del desembarco en Normandía los americanos no se habían mostrado tan orgullosos.
El New York Times, comentando una noticia de la Associated Press, manifestaba:
«El rápido y sensacional cruce del Rhin ha sido una acción de guerra sin paralelo desde que las legiones de Napoleón cruzaron dicho río a principios del siglo pasado.»
Han Boyle, corresponsal de la ya mencionada agencia de noticias, expresó aún mejor el sentimiento de los soldados norteamericanos:
«Exceptuando la gran batalla de carros de asalto que tuvo lugar en El Alamein, es probable que ningún combate de tanques llegue a recordarse más que el veloz ataque que por vez primera condujo al ejército americano al otro lado del Rhin, en Remagen.
»El hecho fue llevado a cabo por la Novena División Acorazada de Estados Unidos.
»No resulta exagerado afirmar que el rápido cruce del Rhin, efectuado en un lugar relativamente expuesto y por unos hombres que sabían el riesgo que corrían de que el puente volase de un momento a otro bajo sus pies, ha ahorrado a la nación americana cinco mil muertos y diez mil heridos.»
9
El 8 de marzo diez aviones germanos atacaron el puente de Ludendorff, pero las baterías antiaéreas americanas, que habían sido instaladas rápidamente, les hicieron huir antes de que pudieran ocasionar ningún daño de gravedad. El estallido de las granadas artilleras alemanas no podía evitarse, por desgracia, y aunque el farallón de Remagen protegía el puente, las explosiones en las orillas del río provocaban numerosos muertos entre los soldados americanos, y ponían en peligro la ya por sí endeble cabeza de puente.
Poco a poco fue extendiéndose ésta y entonces surgieron los problemas consiguientes. El comando de combate de Hoge, así como sus comunicaciones, no estaban en condiciones de enfrentarse con la situación, y Hoges los reemplazó con un comandante de división. Poco antes de la medianoche, el general Louis Craig, de la Novena División de Infantería, se dispuso a cruzar el puente. Aunque no lo vio, pasó al lado de un cartel que decía:
CRUCE EL RHIN SIN MOJARSE LOS PIES
CORTESÍA DE LA 9.ª DIVISIÓN ACORAZADA
Como en la noche anterior, la oscuridad era tan intensa que el cruce del puente costó no pocas dificultades al conductor del automóvil que llevaba a Craig. Este quedó convencido de que el puente sólo podía ser empleado para conducir efectivos hacia la orilla oriental. Pero hasta en ese sentido quedó interrumpido el tránsito cuando en la tarde siguiente una granada alemana acertó a un camión que transportaba municiones, en el momento en que llegaba al acceso occidental del puente. A pesar de ello, Craig siguió ampliando la cabeza de puente a los lados y en profundidad, y los alemanes, aún sin organizarse, continuaron retrocediendo poco a poco.
La suerte de la cabeza de puente no se decidió en una batalla, sino en la ciudad de Reims. El entusiasmo de Eisenhower sobre Remagen había comenzado a enfriarse. Estaba comprometido con el ataque a realizar por Montgomery, el cual exigiría diez divisiones más después de que la primera hubiese cruzado el Rhin. Por ello decidió enviar sólo cinco divisiones a Remagen. Cuando Hodges llegó al 12.° Grupo de Ejército para recibir una condecoración francesa, Bradley le dio la mala nueva, que significaba que Hodges sólo podría extender su cabeza de puente unos mil metros por día, «lo que no podría impedir que el enemigo minase y levantase trincheras alrededor de la zona». Por otra parte, cuando Hodges llegase a la autopista Bonn-Francfort, debería esperar hasta que Eisenhower le diera la orden de avanzar.
Por una vez Hodges dejó oír sus protestas. El Primer Ejército había conseguido uno de los éxitos más resonantes de la guerra, manifestó, y las posibilidades que el mismo ofrecía eran incalculables. Bradley era del mismo parecer, pero creía que había que esperar hasta que Eisenhower decidiera respecto a un plan que acababan de someterle: un segundo cruce del Rhin, llevado a cabo por Patton, el cual estaba esperando más al sur, simultáneamente con un avance desde la cabeza de puente de Remagen. Cuando las fuerzas de Hodges y de Patton se encontrasen, se dirigirían ambas hacia el Norte, para unirse a los efectivos de Montgomery al este del Rhin, con lo que quedaría cercada toda la zona industrial del Ruhr. Era un plan arriesgado pero interesante, y Eisenhower prometió estudiarlo con atención.
Kesselring llegó a Berlín al mediodía, y mientras esperaba para ver a Hitler en privado, después de la comida, alguien mencionó, como al azar, que le llamaban para que reemplazase a Von Rundstedt. Kesselring creyó que se trataba de una broma, pero Von Keitel y Jodl lo confirmaron. Kesselring, al que apodaban «Alberto el sonriente», a causa de su inagotable optimismo, frunció el ceño. Dijo que le necesitaban en Italia, y que aún no se había recuperado por completo de un accidente de automóvil que sufriera no hacía mucho. Pero Von Keitel y Jodl le aseguraron que tales argumentos no le valdrían con el Führer. Así fue, en efecto. Hitler dijo a Kesselring que la pérdida del puente de Ludendorff requería un cambio en el mando.
– Sólo un comandante más joven y activo, que tenga experiencia en la lucha contra las Potencias Occidentales, y que goce de la confianza de sus hombres, podrá quizá remediar la situación -manifestó Hitler, sin mencionar el nombre de Von Rundstedt. Luego ordenó a Kesselring que «aceptase aquel sacrificio», aun en detrimento de su precaria salud.
– Tengo confianza en que hará usted lo humanamente posible. Es de gran urgencia restablecer la situación, y estoy seguro de que puede hacerse -manifestó el Führer.
Así pues, el hombre que unas horas antes había considerado a Bonn como más importante que Remagen, afirmaba ahora que el punto más vulnerable era el puente de Ludendorff. La prolongada explicación de Hitler impresionó grandemente a Kesselring, al cual le pareció que el Führer era «notablemente lúcido y demostraba una asombrosa percepción de los detalles». También quedó en claro el papel de Kesselring en aquel complejo rompecabezas: lo único que tenía que hacer era «resistir».
La cólera de Hitler ante la captura del puente de Ludendorff por los americanos aún no había cesado, y ello se debía a un motivo especial. La caída del puente significaba igualmente la pérdida de la última defensa natural en el Oeste, es decir, el Rhin. El Führer se hallaba por consiguiente más decidido que nunca a castigar a los «responsables», por más que el culpable era él, en realidad. Su machacona insistencia de mantener a toda costa el frente occidental, había abierto la puerta de Remagen, y su propia orden, prohibiendo que los puentes del Rhin fueran destruidos hasta el último momento, había forzado a Scheller a demorarse tanto tiempo. Eran éste y Model los verdaderos responsables, pero Hitler relevó sumariamente a Von Rundstedt del mando, cuando él era precisamente el que había propuesto con sentido de la realidad una retirada ordenada detrás del Rhin, lo cual hubiera evitado la pérdida de Remagen. Siguiendo el mismo razonamiento, Hitler se preparó a castigar a los que estaban directamente encartados en el asunto, como eran Scheller y Bratge. Si a éstos se les castigaba inmediata y ejemplarmente, se impediría que cundiera la indisciplina y la cobardía en el Frente Occidental. Por consiguiente Hitler creó el «Tribunal Volante Especial del Oeste», una corte móvil que iniciaría sus juicios contra soldados y oficiales de cualquier rango, en el mismo lugar de los hechos, y que podría ejecutar sus sentencias en el acto. Para dirigir este tribunal nombró al SS gruppenführer (general de división) Rudolf Hübner, el cual era un fiel miembro del Partido.