Se disculpó Hitler de hablar de política durante la comida, y luego añadió:
– Estrújese el cerebro de nuevo y dígame quién puede ser mi sucesor. Eso es algo que me pregunto continuamente, sin hallar jamás una respuesta.
Hitler puso de manifiesto las mismas dudas a otras personas con las que se entrevistó en una de sus últimas «conversaciones privadas». Después de quejarse de que se había visto obligado a llevar a cabo todo en el corto espacio de su existencia, el Führer declaró:
– Ha llegado el momento en que me pregunto si entre mis inmediatos sucesores podrá hallarse un hombre destinado a levantar y seguir portando la antorcha, una vez que ésta haya caído de mis manos. También ha sido mi sino el servir a un pueblo con un pasado tan trágico, a un pueblo tan inestable y versátil como el germano, a un pueblo que va, según las circunstancias, de un extremo al opuesto.
Manifestó que hubiera sido magnífico de haber dispuesto de tiempo para imbuir a la juventud alemana de la doctrina Nacional Socialista, dejando luego que las generaciones futuras emprendieran la inevitable guerra.
– La tarea que me propuse, de elevar al pueblo alemán al lugar que le corresponde en el mundo -siguió diciendo-, no es por desgracia una tarea que pueda llevarse a cabo por un solo hombre, en una sola generación. Pero al menos les he abierto los ojos a la grandeza que ello entraña, y les he inspirado la idea de la unión de los alemanes en un Reich grande e indestructible. He sembrado una buena semilla.
Profetizó luego que alguna vez se recogerían los frutos, y concluyó diciendo:
– El pueblo alemán es un pueblo joven y fuerte; un pueblo con el futuro por delante.
2
La creación de la Nueva Europa, instituida por los enemigos de Hitler en Yalta, comenzaba ya a resquebrajarse. Los Tres Grandes habían trazado el plan dentro de una relativa armonía, pero no se ponían de acuerdo a la hora de llevarlo a la práctica. Las discusiones se centraban en el caso de Polonia. La reunión de los representantes de las tres grandes potencias, celebrada en Moscú, no dio resultado alguno. Molotov proclamó una y otra vez que el Gobierno de Lublin representaba verdaderamente al pueblo polaco, en tanto que Harriman y sir Achibald Clark Kerr, el embajador británico en la Unión Soviética, manifestaban que debía establecerse un Gobierno más representativo, en el que se incluyesen hombres como Mikolajczyk.
Mientras se discutía esto, los polacos de Londres y Norteamérica atacaban los resultados de Yalta, cada vez con mayor aspereza.
– Considero que se ha producido una gran calamidad -dijo el general Anders a Churchill, con acento acusador, y éste le contestó:
– La culpa es de ustedes.
Las palabras de Churchill desmentían su verdadera postura. Estaba luchando en secreto por Polonia, y aún trataba de conseguir el apoyo de Roosevelt para enfrentarse con Stalin. Afirmaba que ambos podían enviar un mensaje al líder soviético, pidiéndole que cumpliese los acuerdos de Yalta y permitiese la instauración de un verdadero Gobierno democrático en Polonia. Por fin, el 11 de marzo Roosevelt contestó a la petición de Churchill en los siguientes términos:
«…Creo que nuestra intervención personal debe ser evitada hasta que se hayan agotado todas las demás posibilidades de llevar al Gobierno soviético por donde corresponde. Desearía por lo tanto que no enviase usted un mensaje al tío José en estas circunstancias, sobre todo porque considero que algunas partes del texto que propone podrían causar una reacción contraria a la que pretendemos…»
En toda la zona de los Balcanes, los soviéticos estaban instalando Gobiernos comunistas en los países liberados, y a menos de que se detuviese el comunismo, en ese momento, Churchill preveía que iba a adquirir un impulso peligroso. De mala gana suspendió el envío del mensaje a Stalin, pero rogó al presidente que permitiese a Harriman y Clark Kerr elevar ante el Gobierno soviético los puntos establecidos en su nota.
«…Polonia ha perdido su frontera. ¿Va a perder ahora su libertad?… Considero que una actitud perseverante y firme en los puntos sobre los que hemos estado tratando, así como mi propuesto mensaje a Stalin, tendrán grandes probabilidades de obtener éxito.»
También Bernard Baruch encontró a Roosevelt reacio para tomar una decisión, cuando visitó la Casa Blanca el 15 de marzo. Primero hablaron de Yalta y luego acerca del mundo de la posguerra.
– Aprendimos buen número de lecciones en la Primera Guerra Mundial -declaró Baruch-. En cuanto se termina la lucha todo el mundo es un héroe. Los esfuerzos de los americanos serán minimizados. Debemos actuar enérgicamente y dejar solucionados los problemas antes de licenciar a las tropas.
– Bernie, ¿cuánto tiempo cree que hará falta para que impere una paz verdadera en el mundo?-inquirió Roosevelt, repentinamente.
– Cinco o diez años.
– ¡No, por Dios!
– Si queremos que haya paz, debemos encontrar hombres que sepan cómo funciona ésta, y cómo se logra que la gente vuelva a trabajar en las actividades de su elección.
Roosevelt pareció de acuerdo con estas últimas palabras, y tras repetirlas, dijo:
– Sí, eso es lo que tenemos que hacer.
– Eso también dependerá de la posición que asumamos en la mesa de la paz. ¿Piensa usted presentarse para otro período presidencial? No podrá hacerlo. Es necesario que piense en el que va a sucederle.
Baruch mencionó a tres o cuatro candidatos, pero Roosevelt siguió mirando por la ventana, hacia el río Potomac.
– Tenemos que tomar alguna decisión -urgió Baruch-. ¿Qué le parece estipular un tratado, especificando la clase de paz a establecer?¿Y qué me dice de pensar en su sucesor?
Pero Roosevelt seguía sin decir nada. Tenía muchos problemas que eran ignorados hasta por un confidente como Baruch. Stimson le había revelado recientemente que a no tardar se hallaría lista para probar una bomba atómica, cuyos efectos en el mundo de la posguerra nadie podía prever.
El presidente se mostraba en aquellos difíciles días cada vez más irritable. Por vez primera su mujer comprendió que «no era capaz de sostener una verdadera discusión». Si ella le contradecía, Roosevelt se encolerizaba. «Franklin había dejado de ser la persona serena e imperturbable que en el pasado me había exhortado a discutir sobre asuntos políticos. Era otra muestra del cambio que a todos nosotros nos costaba reconocer.»
Esto quedó confirmado por la respuesta que Roosevelt dio el 16 de marzo al segundo telegrama de Churchill, para actuar con firmeza contra Stalin en Polonia. Manifestó que no estaba de acuerdo en que se estuviesen dejando de cumplir los acuerdos de Yalta, y pidió que Harriman y Clark Kerr siguieran tratando con Molotov en Moscú. Churchill consideró que éste y otros recientes mensajes no eran los habituales en Roosevelt, y envió al mismo un sentido telegrama que sirviera para «facilitar la marcha cuesta arriba de los asuntos oficiales».
«…Nuestra amistad es la roca con la que cuento para construir el mundo del futuro, puesto que soy yo uno de los constructores. Siempre recuerdo aquellos difíciles días en que usted nos dio su ayuda… Tampoco olvido la parte que nuestras relaciones personales han jugado en favor de la causa del mundo, que se acerca ahora a su primer objetivo militar…
»Como ya he dicho anteriormente, cuando concluya la guerra de gigantes comenzará la de los pigmeos. Habrá un mundo devastado y hambriento para alimentar el conflicto, ¿y qué dirá el tío José o su sucesor de la forma en que actuaremos?
»Mis mejores deseos.
»Winston.»
3
La cabeza de puente de Remagen se había extendido más de dieciséis kilómetros hacia el Este, y las patrullas de la 9.ª División se aproximaban a su objetivo, la autopista de Frankfort a Colonia. A pesar de los ataques aéreos y de artillería, el puente de Lundendorff aún seguía en pie, y en su desesperación los alemanes llevaron a la zona un enorme cañón montado sobre orugas, el «Karl Howitzer», de 540 milímetros. Este monstruo, que pesaba 132 toneladas, disparaba granadas de dos mil kilos. Después de algunas andanadas que no acertaron en el puente, tuvo que ser retirado para someterle a unas reparaciones. Desde Holanda se lanzaron doce V-2 supersónicas, que estallaron en una zona muy amplia, y sólo originaron algún daño al acertar a una casa situada a trescientos metros al este del puente, dando muerte a tres norteamericanos.