El puente, a todo esto, recibía las sacudidas causadas por los disparos de las cercanas baterías antiaéreas americanas, y por el estallido de los obuses de 200 mm. alemanes. A las tres de la tarde del 17 de marzo, los ingenieros militares americanos estuvieron en condiciones de soldar una gran plancha de acero sobre el arco que casi estaba seccionado. Una vez que la pieza estuviese en su sitio, el puente quedaría seguro. El teniente coronel Clayton Rust, comandante del 276.° Batallón de Ingenieros de Combate, se hallaba en el centro del puente, observando la realización de los trabajos, cuando oyó un estallido seco, como el disparo de un fusil. Cuando miró a su alrededor oyó otra detonación, y vio que parte de la estructura se desprendía. Antes de que pudiera dar la voz de alarma, el puente se estremeció y empezó a levantarse polvo de la estructura de madera. Los soldados que se hallaban trabajando arrojaron sus herramientas y corrieron hacia la orilla más próxima. Rust echó a correr en dirección a Remagen, cuando el centro del puente vibró y lentamente se hundió en las aguas, en medio de una serie de chirridos metálicos. Todo el puente desapareció en el Rhin. Rust y muchos de sus hombres fueron arrastrados corriente abajo hasta el pontón auxiliar, donde los extrajeron del agua, pero veintiocho soldados murieron en el derrumbe o se ahogaron en las aguas.
En Spa, el general Hodges estaba en ese momento llamando por teléfono a Millikin para decirle que se le relevaba del mando del Tercer Cuerpo.
– Tengo malas noticias que darle -comenzó diciendo Hodges.
– Señor -le interrumpió Millikin-, también yo debo darle una mala noticia: el puente del ferrocarril acaba de hundirse.
Desaparecido el puente de Lundendorff, los hombres rana de Skorzeny decidieron destruir el otro pontón que había corriente arriba. Hacia las siete se sumergieron en las frías aguas del Rhin, llevando cada uno un recipiente con cuatro paquetes de explosivos plásticos. Pero antes de que llegaran a su objetivo, los descubrieron los americanos con el poderoso reflector secreto CDL -cuyo foco no podía detectarse-, y comenzaron a disparar sobre los osados nadadores. Dos de los hombres rana murieron, y los restantes fueron capturados.
Entretanto, todo el Grupo de Ejército B, de Model, había sido aniquilado, y sus restos fueron rechazados más allá del Rhin por Montgomery y Rodges, que en conjunto habían capturado 150.000 prisioneros. Más al Sur, el Grupo de Ejército G, del general Paul Hausser, estaba siendo empujado contra la orilla occidental del río y se hallaba en peligro de quedar cercado entre el Tercer Ejército de Patton, por el Norte, y el séptimo Ejército del teniente general Alexander Patch, por el Sur. Hausser, un ingenioso y cáustico alemán de sesenta y cinco años, comprendió que se enfrentaba con el desastre, y rápidamente pidió a Kesselring que le permitiera cruzar el Rhin antes de que fuese demasiado tarde.
– La política de defensa a ultranza al Oeste del río sólo puede dar lugar a tremendas pérdidas y a una probable aniquilación de las tropas -manifestó.
Kesselring se mostraba vacilante.
– Es menester decidir rápidamente una retirada más allá del Rhin -añadió Hausser, impaciente.
– Rechazado -contestó al fin Kesselring, secamente-. Mantenga sus posiciones.
Hausser repitió sus argumentos, pero Kesselring se limitó a mover la cabeza negativamente, y dijo en tono de disculpa:
– Esas son mis órdenes. Debe usted resistir.
Sin embargo, en cuanto Kesselring hubo abandonado la habitación, Hausser dijo a sus comandantes que se preparasen para una retirada en el mayor secreto.
Dos días más tarde, el 15 de marzo, Patton irrumpió a través del Ejército que Hausser tenía más al Norte, y avanzó en dirección al Rhin. Hausser ordenó una retirada y luego llamó a Kesselring pidiendo autorización para llevarla a cabo.
– Mantenga sus posiciones -dijo Kesselring-, pero evite que le rodeen.
Eso era lo que Hausser quería oír.
– Está bien, ¡gracias! -manifestó, y colgó el auricular rápidamente. Pero ya era demasiado tarde. La mayor parte del Grupo de Ejército G se hallaba ya sentenciada.
El mismo día en que el puente de Ludendorff se hundió, Eisenhower decía a Patton con toda seriedad:
– Lo malo de ustedes, los del Tercer Ejército, es que no se dan cuenta de su propia grandeza. No son lo suficientemente astutos. Dejen que el mundo sepa lo que están haciendo, pues de otro modo el soldado americano no será apreciado en todo lo que vale.
Luego, Patton y su ayudante, el coronel Charles Codman, se trasladaron con Eisenhower en avión hasta el cuartel general del Séptimo Ejército, situado en Lunéville. Por el camino, el comandante supremo siguió elogiando al Tercer Ejército.
– George -dijo Eisenhower, con tono expresivo-, no sólo es usted un buen general, sino que también es un general afortunado, y, como recordará, Napoleón estimaba más la suerte de un general que su capacidad.
– Vaya -dijo riendo Patton-, éste es el primer elogio que me hace, en los dos años y medio que llevamos sirviendo juntos.
Durante la entrevista de Lunéville, Eisenhower manifestó que el Muro Occidental aún se mantenía en pie ante el Séptimo Ejército de Patch, en tanto que Patton ya había abierto una brecha. Preguntó entonces Eisenhower a Patch si permitiría que Patton atacase por el sector norte del Séptimo Ejército. Patch accedió en seguida.
– Estamos todos en el mismo conflicto -manifestó.
De vuelta ya al cuartel general del Tercer Ejército, Patton se mostró alegre y optimista durante la cena.
– Creo que Ike lo ha pasado bien -afirmó-. Tendría que salir más a menudo.
– Lo que no llego a comprender es eso de que el Tercer Ejército no es lo bastante astuto -musitó Gay-. ¿Cómo explicaría usted esas palabras?
– Es fácil -respondió Patton, mientras removía la sopa con la cuchara-. Dentro de poco, Ike estará preparando su candidatura para presidente. El Tercer Ejército supone un buen número de votos.
Al ver las sonrisas que aparecían en el rostro de los que le rodeaban, Patton añadió:
– ¿Creen que bromeo? De ningún modo. Esperen y verán.
Capítulo quinto. Operación «Amanecer»
1
Al regresar a Italia, Karl Wolff pudo comprobar que su preocupación acerca del futuro se veía compartida por uno de sus oficiales de Estado Mayor, el SS standartenführer (coronel) Eugen Dollmann, un mundano y apuesto militar que se caracterizaba por su mordacidad. Para los amigos, Dollmann era un hombre de ingenio, y para los enemigos, un malicioso. Su madre era italiana, y él tenía numerosos vínculos sociales e intelectuales en Italia. Hasta el mismo Wolff le llamaba Eugenio. También Wolff había tenido varias conversaciones sobre este tema con el doctor Rudolf Rahn, el embajador alemán ante el Gobierno neofascista de Mussolini. Dos años antes, cuando era ministro plenipotenciario en Túnez, Rahn había contribuido a salvar del exterminio a la población judía de aquel país.
Los tres hombres tenían la seguridad de que los partisanos del norte de Italia establecerían un Gobierno comunista, si la resistencia alemana cedía repentinamente. Junto con los comunistas franceses del Oeste, y Tito en el Este, constituirían un amplio cinturón bolchevique que se extendería por el sur de Europa. La única solución consistía en concertar una rendición condicional de las fuerzas alemanas, con el fin de que los occidentales pudieran hacerse con el norte de Italia antes de que los partisanos estableciesen allí su control.