Himmler permaneció unos momentos silencioso, y luego dijo:
– Mi querido general, es demasiado pronto para eso.
– No le comprendo. No son las doce menos cinco, ahora, sino las doce y cinco. Si no negociamos en este momento, ya nunca podremos hacerlo. ¿No se da cuenta de lo desesperada que es nuestra situación?
A pesar de los razonamientos, Himmler se negó a comprometerse. Prefería llevar las negociaciones en la forma subrepticia que le caracterizaba.
Después de la conferencia de la noche, Hitler pidió a Guderian que se quedase con él.
– Me he dado cuenta de que sus inquietudes han tomado el peor cariz -manifestó.
Sólo el oír a Guderian pronosticar la derrota en el Este causaba a Hitler una cólera creciente, y deseaba reemplazarle por alguien que no fuera un derrotista.
– Debe usted tomarse inmediatamente cuatro semanas de descanso -añadió el Führer.
Guderian comprendió lo que había detrás de las palabras de Hitler, pero replicó:
– En este momento no puedo dejar mi puesto, porque no tengo sustituto.
En efecto, el general Hans Frebs, reemplazante de Wenck, había sido herido en un reciente bombardeo al Alto Mando del Ejército, situado en Zossen. Aunque no tenía la menor intención de cumplir su promesa, Guderian añadió:
– Trataré de hallar un relevo lo más rápidamente posible, y entonces me marcharé.
Un ayudante les interrumpió. El ministro de Producción, Albert Speer, deseaba hablar con el Führer en privado.
– No puedo ver al ministro en estos momentos… ni hasta dentro de tres días -contestó Hitler irritado, y volvió a encararse con Guderian-. Cuando alguien quiere verme a solas, en estas circunstancias, es porque tiene algo desagradable que notificarme. Sus notas (las de Speer) comienzan siempre con las palabras «¡La guerra está perdida!», y eso es lo que quiere decirme de nuevo. Por eso aparto siempre sus notas sin leerlas.
Aunque Zhukov tenía tres cabezas de puente al oeste del Oder -una al sur de Francfort, otra sobre Küstrin, y la tercera a mitad de camino entre ambas ciudades-, los alemanes aún conservaban dos posiciones en la orilla oriental, en Küstrin y Francfort. Esas dos zonas eran blancos inevitables para el ataque final de Zhukov a Berlín, ya que de ellas partían directamente las autopistas hasta la capital.
La zona de Küstrin se hallaba bajo e] mando del SS oberstgruppenführer Heinzs Rheinefarth, un jefe de policía poco versado en la táctica militar. El comandante de Francfort, Ernst Biehler, aunque sólo tenía el grado de coronel, era un competente y enérgico miembro de la Wehrmacht que había convertido a su ciudad natal en un formidable bastión. Después de haber sido herido en una pierna cuando se hallaba en el Frente Oriental, a fines de 1944, Biehler fue enviado a un hospital de Francfort. Cuando los rusos avanzaban a fines de enero de 1945 hacia el Oder, Biehler salió en muletas del hospital para detenerlos con una fuerza compuesta de convalecientes, rezagados, Volkssturm y unos tres mil artilleros.
Un día de principios de febrero, Biehler estaba tomando la merienda con su mujer y sus cuatro hijos, cuando le llamaron al teléfono. Al regresar a la mesa dijo serenamente:
– Francfort del Oder tiene que convertirse en un bastión, y tengo que conseguirlo.
Cinco semanas más tarde, Biehler disponía de treinta mil hombres. La mitad de ellos fueron colocados en las colinas situadas al este del río, en tanto que la otra mitad permanecía en la orilla occidental del Oder, para su entrenamiento. La artillería de Biehler era una abigarrada colección de armas, en número de cien aproximadamente, que comprendía desde cañones yugoslavos hasta morteros alemanes y franceses. Luego le enviaron veinticinco decrépitos tanques «Panzer», y Biehler los hizo ocultar hasta la torreta en puntos estratégicos. Su única fuerza acorazada móvil era un total de veintidós camiones blindados ingeniosamente construidos a partir de materiales de desecho.
Sin embargo, Biehler no dejaba de sentirse asaltado por inquietantes dudas.
– ¿Qué utilidad tiene realmente lo que yo pueda hacer en este agujero?-preguntó a Goebbels en una de las últimas inspecciones que éste hizo al frente.
– Necesitamos esta zona del otro lado del Oder, porque planeamos una ofensiva contra los rusos hasta Posen.
Biehler le miró con gesto de incredulidad, y Goebbels prosiguió impertérrito:
– Estamos pensando en firmar la paz con Occidente, y entonces los americanos y los ingleses nos ayudarán a luchar contra los rusos. O al menos, nos permitirán trasladar todos nuestros ejércitos del Oeste al Este. Así podremos contraatacar, y tomaremos de nuevo Posen. Tal vez no tenga sentido para usted el permanecer aquí, pero es una cabeza de puente para el futuro.
Tranquilizado, Biehler arengaba a sus soldados:
– Si no resistís, los rusos se apoderarán de nuestra patria… ¡y de vuestras mujeres y vuestros hijos! ¡Debemos mantenernos firmes!
El hombre elegido para reemplazar a Himmler era un militar bajo y entrado en años. Gotthard Heinrici era hijo de un pastor protestante, pero por parte materna los hombres habían sido soldados desde el siglo XII. Era Heinrici un individuo metódico, competente y digno de confianza; precisamente el hombre que se necesitaba para hacer frente a la caótica situación que imperaba en la zona. Durante más de dos años su Cuarto Ejército había luchado bien en el sector de Moscú, pero su promoción al rango de generaloberst se vio retrasada por su insistencia de que la Gestapo dejase de inmiscuirse en su mando. Después del éxito de sus batallas defensivas contra los rusos, fue al fin ascendido, y luego se le concedió la cruz de Caballero con Hojas de Roble.
El 22 de marzo Heinrici fue a ver a Guderian, quien era buen amigo suyo desde hacía tiempo. Las calles de Zossen estaban aún cubiertas por los escombros de las incursiones aéreas de los rusos. Después de saludarle afectuosamente, Guderian le dijo:
– Personalmente le he mandado venir aquí. Eso es imposible con Himmler, quien nunca cumple una orden, ni proporciona los necesarios informes. He dicho a Hitler que es un incompetente, y que nunca ha mandado un solo pelotón a través del río.
Heinrici pidió que le describiera la situación general. Guderian vaciló y al fin explicó:
– La situación es muy difícil, y tal vez la única solución pueda hallarse en el Oeste.
Heinrici se preguntó cuál sería el significado de aquellas palabras, pero cambió de tema y comenzó a preguntar a Guderian acerca de las tácticas de combate. No comprendía por qué seguía aún defendiendo Curlandia. Guderian se agitó inquieto y luego explicó la «insensata» porfía de Hitler para que se defendiese a toda costa dicha zona.
– ¡Me llaman de Berlín a cada momento! -estalló al fin, y señaló los defectos de Hitler como Comandante Supremo.
Heinrici escuchó todo aquello, aunque con creciente impaciencia. Al fin interrumpió a Guderian.
– ¿Qué ocurre a orillas del Oder?
Guderian señaló los principales hechos: Himmler tenía dos ejércitos en el Oder para proteger a Berlín. A la izquierda se hallaba Manteuffel y a la derecha, entre Küstrin y Francfort, el Noveno Ejército del general Theodor Busse.
– No conozco muchos detalles -dijo Guderian en tono de disculpa, y lo achacó a Himmler, el cual daba, como siempre, respuestas imprecisas a las preguntas que se le hacían-, pero tengo entendido que mañana comenzará un contraataque general al sur de Küstrin.
Siguió diciendo que la más peligrosa de las tres cabezas de puente a través del Oder era la que se hallaba entre Küstrin y Francfort. Esta tenía casi veinticinco kilómetros de ancho y cinco de profundidad, y en ella se hallaba una enorme cantidad de efectivos rusos de artillería. La Luftwafe la había atacado una y otra vez, pero con escaso éxito a causa de lo eficaces que eran las defensas antiaéreas.