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La academia estaba medio oculta entre dos cadenas montañosas en las estribaciones de Elysian Park, a un tiro de piedra del estadio de los Dodgers. Los edificios eran de estilo español y estaban situados bajo altos pinos rojos y eucaliptos. Desde donde habían dejado el coche se veía el enorme aparcamiento, las tribunas y los asientos de la primera base. Era como estar dentro del campo. El encargado de organizar los actos lúdicos del distrito de Rampart se había cerciorado, muy acertadamente, de que los Dodgers no estuvieran en Los Ángeles antes de reservar la Academia aquel domingo en concreto para el picnic del día familiar. Así no tenían que preocuparse por el tráfico del público que acudía al partido, aunque los policías también habían reunido muchos coches. Un inspector de robos con allanamiento de morada llamado Warren Steiner y uno de los agentes de uniforme de Rampart más veteranos, el capitán Dennis O'Halloran, intentaban forzar la cerradura de la puerta de los Dodgers para que las familias que fueran llegando pudieran dejar el coche en el aparcamiento del estadio, pero no estaban teniendo demasiado éxito en el intento.

Pike llevó a Karen hasta arriba, pasando por la caseta del vigilante y el arsenal, por una carreterita asfaltada que atravesaba el pinar hasta llegar al campo de tiro y el centro de formación de reclutas. Ya había unas doscientas personas distribuidas por la pista de atletismo. Algunas se habían reservado un sitio extendiendo mantas en el suelo, mientras que otras lanzaban discos voladores o pelotas de béisbol, aunque en su mayoría permanecían de pie y sin moverse, porque aún no habían bebido suficiente cerveza. En el extremo más alejado del campo se habían colocado tres largas parrillas de barbacoa, junto a las mesas de picnic, que desprendían un humo que ocultaba los árboles, además del característico olor a pollo quemado. Aquel año les había tocado preparar la comida a los de Homicidios de Rampart. Llevaban todos la misma camiseta, que decía: «No nos preguntes de dónde hemos sacado la carne». Humor de policías.

– ¿Ves a algún conocido? -preguntó Karen.

– Los conozco a casi todos.

– ¿Quiénes son tus amigos?

Joe no supo qué responder a eso. Estaba buscando a Wozniak e intentaba reconocer las caras que había visto en Parker Center. Pensó que era posible que Asuntos Internos hubiera conseguido de los jefes de Rampart un agente que continuara la vigilancia, pero desechó la idea. Wozniak llevaba muchos años en el cuerpo y los de Asuntos Internos no debían de estar seguros de a quién iba a ser leal el jefe de Rampart.

Karen le tiró del brazo y le sonrió.

– No podemos quedarnos aquí pasmados. ¡Venga!

El distrito había montado una mesa de refrescos ante un muro de cemento pintado con el símbolo de la Academia y el lema del Departamento de Policía de Los Ángeles: «Proteger y servir». Cuando Pike era recluta, una calurosa tarde de invierno en que su clase estaba haciendo entrenamiento en la pista de atletismo, el profesor les gritó que si no movían el culo no iban a estar en forma y no podrían proteger una mierda de perro ni servir una cerveza caliente. Un chaval negro, Elihu Gimble, contestó que él estaba encantado de servir, pero que antes quería un café con leche y un bollo, y toda la clase tuvo que correr seis kilómetros más. Cinco meses después, cuando hacía prácticas de patrulla por la zona este de Los Ángeles, Gimble recibió un tiro en la espalda de un desconocido mientras atendía una denuncia por malos tratos. Jamás identificaron al que había disparado.

Pike llevó a Karen hasta la mesa e hicieron cola juntos para beber algo. Karen, que iba de su brazo, enseguida empezó a hablar con todo el mundo. Pike la admiraba. Él casi nunca decía nada, pero ella hablaba constantemente. Él se sentía en evidencia y alejado de los demás, pero ella se hacía un hueco fácilmente con una franqueza que era correspondida rápidamente. Cuando les dieron los refrescos ya habían encontrado a otra pareja con la que sentarse, una mujer de tez pálida con dos hijos gemelos cuyo marido era agente de uniforme. Se llamaba Casey y trabajaba en el turno de noche. Pike no le había visto nunca.

Estaban extendiendo las mantas en el suelo cuando Palette Wozniak apareció a su espalda.

– Hola, Joe. ¿Es ésta la jovencita de la que tanto hemos oído hablar?

Karen mostró su sonrisa amplia y cordial y le tendió la mano.

– Karen García. No me creo que Joe haya dicho nada, pero si ha hablado de mí me alegro. Es buena señal.

Las dos mujeres se dieron la mano. Paulette devolvió la sonrisa. La suya era lenta, auténtica y pura, y a Pike le recordó una piscina limpia y profunda.

– Paulette Wozniak. Soy la mujer de Abel, el compañero de Joe. Todo el mundo le llama Woz.

Señaló los árboles del otro extremo del campo, donde los de Homicidios estaban asando la carne misteriosa. Abel Wozniak y una niña pequeña salían de entre los árboles. Pike supuso que Woz había ido a enseñarle la pista de obstáculos a su hija.

– Es ése, el de las piernas arqueadas que va con una niña.

Paulette tenía ocho años más que Joe, el pelo castaño claro y corto, los ojos marrones y tiernos, y los dientes bien alineados. La piel, bastante clara, estaba empezando a arrugársele en torno a los ojos y en las comisuras de los labios. No parecía que a ella le molestara, y a Pike eso le gustaba. Casi nunca llevaba maquillaje y eso también le complacía a Pike. Las arrugas hacían su rostro interesante y maduro.

Le puso la mano en el brazo a Joe.

– ¿Puedo raptarte durante un minuto, Joe? -Y sonriendo a Karen, añadió-: No le entretendré mucho.

– Voy a acabar de colocar la manta -contestó la chica.

Joe siguió a Paulette hasta la pista y observó que se colocaba en un lugar desde el que pudiera ver a su marido. La sonrisa había desaparecido y en su frente se había dibujado una tensa arruga. Woz se había detenido para hablar con una pareja.

– Joe -empezó Paulette-, ¿le pasa algo a Woz?

Pike no contestó.

– ¿Por qué está haciendo tantos turnos extras?

Pike negó con la cabeza y sintió que se cerraba por dentro.

Ella torció el gesto y Pike pensó que sería capaz de cualquier cosa para borrar aquel ceño, pero no sabía qué hacer. No le parecía que fuera cosa suya decirle lo que debería contarle el propio Woz.

– Dime algo, Joe. Tengo miedo, y estoy preocupada por él.

– No sé qué decirte -contestó Pike, y era cierto: no tenía ni idea de qué decir.

Paulette volvió a mirar a su marido y cruzó los brazos.

– Creo que tiene una novia -anunció. Clavó los ojos en Joe, pero aquella vez mostrando una gran fuerza interior. Pike sintió ganas de abrazarla al ver aquella firmeza, pero al darse cuenta retrocedió medio paso. Ella no lo notó-. Quiero saber si se está viendo con alguien.

– No sé nada de ninguna novia, Paulette.

– Incluso cuando no hace turnos extras se va de casa. Y cuando está, anda siempre malhumorado. Él no es así.

Pike miró a Woz y vio que él también los observaba. La pareja negra se alejó, pero Wozniak se quedó allí. No sonreía.

Pike volvió a mirar hacia la mesa de las bebidas y vio a dos hombres que no reconoció hablando con el jefe del distrito. Tras ellos, otro hombre les enfocaba con una cámara con teleobjetivo. Podía estar dirigida al jefe y a los dos que estaban con él, pero Pike sabía que a quien fotografiaban era a él. Ya tenían una imagen suya hablando con la mujer de Wozniak. Estaban vigilando incluso allí, en el picnic de los agentes del distrito.