Krantz estaba causando buena impresión y Bishop parecia satisfecho.
Harvey Krantz se lo contó todo, reconoció que había un total de cinco asesinatos y que hacía casi un año que habían montado un grupo operativo. Montoya preguntó por las primeras cuatro víctimas y Krantz repasó los nombres, empezando por el de Julio Muñoz.
Al oírlos, Frank se puso tenso, me miró primero a mí y luego a Dolan.
– Son las personas por las que me preguntó.
Krantz negó con la cabeza, convencido de que Frank se equivocaba.
– No, señor García. Cole no puede haberle preguntado por ellos. No sabía nada.
– Cole no. Ella.
Dolan carraspeó y se movió intranquila en la silla. Se miró un momento las manos abiertas sobre la mesa, y después afrontó la mirada de Krantz.
– Cole lo sabía todo.
La sala se quedó en silencio.
– ¿De qué está hablando, inspectora? -preguntó Krantz.
– Cole vino a verme y sabía lo de las cinco víctimas. Sabía cuál era la firma del asesino y conocía las identidades de los muertos, así que le conté lo del grupo operativo. Me consiguió una visita con el señor García para poder preguntarle por las cuatro primeras víctimas.
Krantz se quedó estudiando a Pike, y en cierto modo parecía satisfecho.
– Si lo sabía él, también lo sabía Pike.
– Sí -contestó el propio Pike.
– Supongo que ya sabemos quién se ha ido de la lengua.
– ¡Y una mierda, Harvey! -intervino Dolan-. Ellos no han dicho nada.
Frank García estaba dolido.
– ¿Lo sabíais y no me lo dijisteis?
– Fue lo mejor -se defendió Pike-. Krantz tiene razón en eso. Era lo más conveniente para la investigación.
– Iba a ir a contárselo al señor García, pero le convencí para que no lo hiciera, Harvey -explicó Dolan-. ¿Para qué iba a filtrar la información a la prensa? No tenía nada que ganar.
– ¿Cómo te enteraste de lo de las demás víctimas, Cole? -quiso saber Bishop.
– Soy investigador privado. Lo investigué.
Krantz se incorporó, indignado.
– ¿Ves lo que pasa cuando se mete a extraños en el caso? -dijo dirigiéndose a Bishop-. Llevamos un año con esto y ahora nos han jodido por culpa de estos tíos. Y de Dolan.
Dolan se puso en pie, con los ojos duros como casquillos de bala.
– ¡Vete a la mierda! Era lo único que podía hacer, cagón.
A Krantz se le encendió el rostro.
Bishop carraspeó y se acercó a Maldonado.
– No estamos jodidos, Harvey. De todos modos, vamos a realizar una detención -aseguró, dirigiéndose en realidad al concejal. Se giró hacia Dolan antes de continuar-. Me parece increíble que haya puesto en peligro nuestra investigación, inspectora. Esto es una infracción grave. Muy grave.
– Yo ya lo sabía, Bishop -dije-. Tenía las víctimas, lo de los federales, y estaba al tanto de que habíais montado un grupo operativo. Sólo quería saber por qué os interesaba tanto Dersh.
Krantz apretó las mandíbulas.
– ¿Qué demonios quiere decir eso? Nos interesa Dersh porque es el asesino.
– No tenéis ninguna prueba. Estáis presionando a Dersh porque necesitáis un culpable desesperadamente.
Frank desplazó la silla hacia adelante y tropezó con Montoya.
– Un momento, un momento. ¿Dersh no es el asesino?
– Sí. Sí que lo es -respondió Krantz.
– Lo único que tienen es un retrato psicológico que dice que el asesino probablemente sea alguien como Dersh. No tienen ninguna prueba de que realmente sea él. Nada.
Williams se inclinó hacia delante. Fue el primero de los demás en decir algo.
– Esto no viene al caso, Cole. Los federales nos avisaron de que el asesino intentaría meterse en la investigación, quizás inventándose que sabía algo, y eso es justo lo que hizo Dersh. Ya has leído los interrogatorios. Dersh convenció a Ward para bajar por aquella cuesta con el propósito de encontrar el cadáver -argumentó. De pronto comprendió lo que acababa de decir y se ruborizó-. Lo siento, señor García.
Frank quería que todo tuviera sentido porque lo que le interesaba era saber quién había matado a su hija.
– O sea que dice que ese Dersh es el asesino pero no puede probarlo, ¿no es así?
Krantz abrió las manos, conciliador.
– Aún no. Creemos que ha sido él pero de momento no tenemos ninguna prueba directa que le vincule con los crímenes. En eso Cole tiene razón.
– Entonces, ¿qué están haciendo para atrapar a ese hijo de puta?
Krantz y Bishop intercambiaron una mirada.
– Bueno -dijo Krantz encogiéndose de hombros-, ahora que hemos perdido la ventaja que teníamos lo único que podemos hacer es apretarle las tuercas. Vamos a tener que ponernos duros, registrar su casa en busca de pruebas y mantener la presión hasta que confiese o cometa un error.
– Estás chiflado, Krantz -exclamé.
Levantó las cejas.
– Menos mal que no llevas tú esta investigación…
Bishop observaba a Maldonado, a la espera de su reacción.
– ¿Qué le parece eso, concejal? -preguntó.
– Nuestro único interés es que se detenga al asesino, capitán. Por el asesinato de Karen García, desde luego, pero también por el bien de nuestra ciudad y por las demás víctimas. Queremos justicia.
Krantz inclinó la cabeza hacia donde estábamos Joe y yo.
– Antes que nada, lo mejor será ver dónde está la fuga.
– No hemos sido nosotros, Krantz -aseguré-. Podría haber sido algún agente de uniforme que oyera algo o quizás algún periodista listo que descubriera los hechos. O puede que hayas sido tú.
– He oído que tu novia trabaja en la KROK -dijo con una sonrisa-. Quizás eso tenga alguna relación.
Todos se me quedaron mirando, incluso Dolan.
– No se lo he contado a nadie, Krantz. Ni a mi novia ni a nadie.
Krantz volvió a sentarse a la mesa y dirigió a Maldonado una mirada cargada de intención.
– Bueno, ya lo descubriremos, pero ahora tenemos a un maníaco suelto. Hemos tenido una fuga de información muy importante y no podemos permitirnos otra. Si se repite, es posible que demos al traste con la operación y no consigamos detener al culpable.
Frank me miró, y luego a Joe. Éste observaba al anciano y me pregunté qué estaría pensando.
– No creo que ninguno de los dos haya dicho nada -afirmó Frank.
Maldonado mantuvo el contacto visual con Krantz y se encogió de hombros.
– Frank, me parece que la policía ha demostrado que podemos confiar en su labor. Espero sinceramente que el señor Pike y el señor Cole no estuvieran detrás de este… error, pero si confiamos en la policía, no hay motivo para no trabajar directamente con ellos.
– Atrapen a Dersh -replicó Frank.
– Exacto, señor García -confirmó Krantz-. Tenemos que atrapar a Dersh. No podemos permitirnos distracciones.
Frank tendió una mano a Joe.
– Tiene sentido, ¿verdad, Joe? No creo que se lo hayáis contado a nadie, pero si la policía está haciendo tan buen trabajo no es preciso que pierdas el tiempo y te quedes con ellos, ¿verdad?
– Verdad, Frank -contestó Joe, tan bajito que casi no le oí.
Krantz fue hasta la puerta y la abrió. Nadie dijo nada mientras nos íbamos.
Volvimos a pasar por la sala general y llegamos a mi coche.
– ¿Son imaginaciones mías o acaban de despedirnos? -pregunté.
– No son imaginaciones tuyas.
El Jeep de Pike seguía en la iglesia. Entré por el camino de acceso en dirección contraria para dejarle allí y paré delante de la puerta del coche. No habíamos hablado durante el trayecto y yo me preguntaba, como tantas otras veces, qué debía de sentir Joe tras las gafas de sol y la máscara inexpresiva de su rostro.
Tenía que estar dolido. Tenía que sentirse abandonado, furioso y avergonzado.
– ¿Quieres venir conmigo a casa para hablar?
– No hay nada de que hablar. Nos han echado. El caso es de Krantz.