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Holly leyó las dos tarjetas y me sonrió con cautela.

– ¿De verdad es detective privado?

– Bueno, soy lo que podría considerarse el mejor ejemplo posible de la profesión -contesté, intentado parecer modesto.

Holly sonrió un poco más.

– Sé que tiene una teleconferencia dentro de poco, pero estoy segura de que querrá hablar con usted.

– Gracias, Holly.

Dos minutos después, Riley Ward salía tras Holly a la recepción con las dos tarjetas en la mano. Llevaba una camisa granate abrochada hasta el cuello, pantalones grises y mocasines italianos del mismo color, pero ni siquiera la ropa cara podía ocultar su incomodidad.

– ¿Señor Cole?

– Sí. Le agradezco que me reciba, teniendo en cuenta lo que está pasando.

Agitó las tarjetas nerviosamente. Parecía alterado.

– Ni se lo imagina. Está siendo una pesadilla.

– Estoy seguro.

– Es que lo único que hicimos fue encontrarla y, bueno, Gene no es ningún asesino. Y ya está. Dígaselo a la familia, por favor. Ya sé que no me creerán, pero es la verdad.

– Sí, se lo diré, aunque no he venido a hablar del señor Dersh. Estoy intentando disipar algunas de las dudas de la familia, no sé si me entiende. Me refiero a dudas acerca del cadáver.

Miré de reojo a Holly antes de decirlo, para dar a entender que las incertidumbres de la familia era mejor tratarlas en privado.

Ward asintió.

– Bueno, muy bien. ¿Por qué no pasa a mi despacho?

Era una habitación grande, con un gran tablero que hacía las veces de mesa, un sofá mullido y sillas a juego. Varias fotos de Ward con una mujer atractiva y dos niños de dientes prominentes cubrían una mesa alargada situada tras el tablero. Ward señaló el sofá.

– ¿Le apetece un café?

– No, gracias.

Riley miró por la ventana las furgonetas de los periodistas y después se sentó en la silla que quedaba ante las fotografías.

– Me están trastornando. Han ido a mi casa. Cuando he llegado esta mañana ya estaban aquí. Esto es una locura.

– Estoy seguro.

– Y ahora tengo que perder el día buscando un abogado, y para el pobre Gene es mucho peor.

– Sí, desde luego -corroboré, sacando un cuaderno como si fuera a tomar notas. Me incliné hacia él, mirando de reojo las ventanas como si temiese que nos oyeran-. Señor Ward, lo que voy a decirle ahora, bueno, le agradecería que no lo comentara, ¿de acuerdo? La familia le estará agradecida. Si alguien se entera de esto podría repercutir negativamente en la investigación.

Me escrutó con cierto nerviosismo. Casi se le oía pensar: «Y ahora, ¿qué?».

Hice una pausa.

Se dio cuenta de que estaba esperando su respuesta y asintió.

– Muy bien. Sí, desde luego.

– La familia considera que la policía anda despistada con lo del señor Dersh. No estamos convencidos de que hayan encontrado al culpable.

Un rayo de esperanza le iluminó el semblante. Me sentí como un perro.

– Pues claro que no. Gene es incapaz de una cosa así.

– Estoy seguro. Bueno, pues la familia está investigando por su cuenta, no sé si me entiende.

Asintió. Veía una escapatoria para su amigo Gene.

– Y tengo unas cuantas preguntas, ¿sabe?

– Cómo no. Le ayudaré en todo lo que pueda.

Ya estaba deseando colaborar, estaba impaciente por ayudar.

– Muchas gracias. Está relacionado con el motivo por el que se alejaron del sendero.

De repente ya no pareció tan deseoso de hablar.

– Queríamos contemplar el lago.

Sonreí, todo amabilidad.

– Bueno, ya lo sé, pero después de leer sus declaraciones fui al lago y recorrí el camino con la policía.

Ward torció el gesto y miró el reloj.

– Holly, ¿aún no ha llamado el dichoso abogado?

– Todavía no -contestó su secretaria.

– Encontré la cinta que habían utilizado para marcar el punto en el que ustedes se apartaron del sendero principal. El sotobosque es bastante denso por allí.

Cruzó los brazos y frunció más el entrecejo. Era evidente que estaba incómodo.

– No lo entiendo. ¿Esto es lo que quiere saber la familia?

– Es que siento curiosidad por saber por qué se alejaron del sendero justo allí. Había otros sitios desde los que era más fácil bajar.

Riley Ward se me quedó mirando durante unos treinta segundos sin moverse, y luego se humedeció los labios mientras pensaba tan afanosamente que casi se veían las ruedecitas y los engranajes girando en su cabeza.

– Bueno, no nos lo pensamos mucho. Quiero decir que no exploramos para ver si era el mejor sitio para bajar. Bajamos sin más.

– Diez metros más allá hay mucha menos maleza.

– Queríamos bajar al lago y así lo hicimos.

Se puso en pie de repente, se dirigió a la puerta y volvió a llamar a Holly.

– ¿Quieres hacer el favor de telefonearle otra vez? No soporto esta espera. -Se metió las manos en los bolsillos, las sacó y me hizo un gesto-. ¿A quién le importa por qué nos salimos del sendero por allí? ¿Qué interés puede tener eso?

– Pues bastante, sobre todo si fue porque alguien de aspecto amenazador los asustó. Esa persona podría ser el asesino.

Ward se relajó de repente, como si lo que le preocupaba se hubiera alejado hasta un lugar remoto en el horizonte, y esbozó una sonrisa.

– No, lo siento. No nos asustó nadie. No vimos a nadie.

Fingí que anotaba algo.

– Así que básicamente lo que pasó fue que a Gene se le ocurrió bajar al lago justo en aquel momento, y bajaron sin más. ¿Y ya está?

– Así es. Ojalá hubiera visto a alguien allí arriba, señor Cole. Sobre todo tal como están las cosas. Siento lo de la chica. Me gustaría ayudarle, pero no puedo. Ojalá pudiera hacer algo por Gene.

Fijé la vista en el cuaderno como si faltara algo. Le di unos golpecitos con el bolígrafo.

– Bueno, ¿podría haber otro motivo?

– No entiendo a qué se refiere.

– Un motivo que les empujara a salirse del sendero en algún punto en concreto -expliqué-. A lo mejor estaban haciendo algo que no querían que nadie viera.

Riley Ward palideció.

Holly apareció en el umbral de la puerta.

– El señor Mikkleson al teléfono.

Ward dio un respingo como si le hubieran aplicado una picana.

– ¡Gracias a Dios! Es el abogado, señor Cole. Es una llamada muy importante.

Se sentó a la mesa y levantó el auricular. Salvado por la campana.

Guardé el cuaderno y me acerqué a Holly, que seguía junto a la puerta.

– Le agradezco que me haya dedicado su tiempo, señor Ward. Gracias.

Titubeó, cubriendo el teléfono con la palma de la mano.

– Señor Cole, no se olvide de dar el pésame a la familia de mi parte. Gene no le hizo ningún daño a la chica. Sólo quería ayudar.

– Se lo transmitiré. Gracias.

Salí tras Holly a la recepción y fuimos hasta la puerta principal. Los periodistas seguían allí, agrupados en la calle. Había aparecido una cuarta furgoneta.

– Parece buena persona -comenté.

– Huy, Riley es un sol.

– Es comprensible que esté nervioso -dije.

Holly me sostuvo la puerta e intentó contener una sonrisita.

– Bueno, ha tenido que responder muchas preguntas delicadas.

– ¿A qué te refieres?

– Riley y Gene son muy buenos amigos. -Me miró fijamente-. Muy buenos amigos.

Salí al porche, pero ella se quedó dentro.

– ¿Más que dos amigos que van de paseo juntos por la montaña?

Asintió.

– ¿Son amigos muy, muy íntimos?

Salió y se puso a mi lado, cerrando la puerta tras ella.

– Riley no sabe que lo sabemos, pero ¿cómo puede ocultarse algo así? Gene se quedó prendado de Riley la primera vez que vino a la oficina, y desde entonces le persiguió descaradamente.