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– La he estado buscando.

Le conté lo que me había dicho Watts y lo que habían confirmado mis propias pesquisas. En el sistema no había nada de nada sobre una furgoneta negra ni sobre Trudy ni Matt. También le confesé que no tenía ninguna pista.

– Quizá deberías volver al sur -dije-. Tarde o temprano encontraré un indicio que lleve a algo.

– No me voy a ir a México a esconderme, Elvis -replicó moviendo la cabeza de un lado a otro-. Voy a vivir aquí, sea como sea.

– No digo que te vayas para esconderte. Vete para seguir libre. Vivir aquí es un riesgo demasiado grande.

– Estoy dispuesto a correrlo.

– ¿Y a volver a la cárcel?

Hizo una mueca espantosa con los labios.

– No voy a volver jamás a la cárcel.

Entonces miró algo a mi espalda y se puso tan rígido que sentí un hormigueo en la piel.

– Nos siguen.

Un sedán azul de inspector de policía y un coche patrulla se pararon discretamente junto a la furgoneta de García. Un segundo coche patrulla llegó a toda pastilla por el otro lado y se detuvo en el centro de la calzada. No nos quedamos a ver quiénes eran ni qué querían.

Pike se agachó de inmediato y bajó por la escalera de caracol metálica. Yo le seguía a corta distancia. Si conseguíamos alejarnos de la torre de observación estaríamos a salvo, porque el parque daba a una gran extensión de montañas sin urbanizar que por el sur llegaban hasta Sunset Boulevard y por el oeste hasta el mar. Si Pike podía meterse entre los árboles, era imposible que la policía le siguiera sin perros o helicópteros.

– Hay un sendero que va hacia el sur por las montañas hasta una zona de parcelas, por encima de Sunset Strip -dijo mientras bajábamos a toda prisa las escaleras.

– Lo conozco.

– Si bajas por allí te recojo más adelante.

Hacíamos planes en vano, porque al llegar al pie de las escaleras nos esperaban Harvey Krantz y dos agentes de los SWAT con M16.

* * *

Los SWAT apuntaban a Joe Pike como si fuera una cobra a punto de atacar. Se habían colocado a los lados para disparar fuego cruzado, y sus rifles negros apuntaban perfectamente al pecho de Pike incluso a tres metros de distancia. Detrás de ellos, un policía gritaba nuestra situación a los que estaban en la carretera.

Krantz no llevaba arma, pero tenía los ojos clavados en Pike como si estuviera mirándole por el objetivo. Creía que iba a empezar a leernos nuestros derechos o a decirnos que estábamos arrestados, o incluso a regodearse con su éxito, pero no.

– Adelante, Pike. Ábrete paso a tiros y puede que consigas escapar.

Los SWAT se pusieron tensos.

Pike dejó todo el peso sobre la parte anterior de las plantas de los pies, con las manos separadas del cuerpo, relajado como si estuviera en un jardín de piedras zen. Debía de llevar un arma en algún sitio, y estaría pensando si iba a poder sacarla y disparar antes que los SWAT. O quizá no estaba pensando absolutamente en nada e iba a actuar de improviso.

Krantz dio un paso al frente y extendió los brazos.

– Yo no llevo arma, Pike.

Miré a uno y a otro y en aquel momento me di cuenta de que aquello era algo más que una detención. Los SWAT se miraron sin saber muy bien qué hacer, pero no bajaron los fusiles.

– ¿Qué te pasa, Krantz? -pregunté, alzando los brazos-. Levanta las manos, Joe. ¡Levántalas, coño!

Pike no se movió.

Krantz sonrió con una sonrisa forzada y desagradable. Dio otro paso.

– Se te acaba el tiempo, Joe. Vienen más agentes.

– ¡Levanta las manos, joder, o vas a darle la victoria a Krantz!

Pike respiró hondo una vez, miró a los agentes armados sin detenerse en Krantz y dijo dirigiéndose a ellos:

– Voy a levantar los brazos. La pistola está en el cinturón, debajo de la camisa.

Krantz no se movió.

– ¡Joder, Krantz, quítale el arma! -gritó uno de los SWAT.

Krantz sacó su pistola.

Entonces Stan Watts vino corriendo por el sendero, con la respiración entrecortada, y se detuvo al vernos.

– Eh, Watts, quítale el arma a ese cabrón -pidieron los SWAT.

Watts le quitó la pistola, después me quitó la mía y entonces se quedó mirando a Krantz, que seguía allí, con su arma en la mano.

– ¿Qué coño pasa aquí, Krantz? ¿No se lo has dicho?

Krantz tensó la mandíbula como si estuviera masticando un caramelo, pero sin dejar de mirar a Pike.

– Quería que Pike se acojonara, a ver si nos daba una buena excusa.

– Quítale la pistola, Stan. Por favor -supliqué.

Watts observó a Krantz y el arma que empuñaba. Los dedos de Krantz la aferraban como si tuvieran vida propia. La masajeaban y quizá querían levantarla. Stan Watts se acercó, se la arrebató y le dio un empujón.

– Vete al coche a esperar.

– ¡El oficial al mando soy yo!

Watts les dijo a los agentes de los SWAT que podían irse y a nosotros que bajáramos las manos. Se humedeció los labios como si tuviera la boca seca.

– No estás detenido. Branford va a retirar la acusación. ¿Lo has oído, Pike? Ahora mismo está con tu abogado. Los de la SID han encontrado pruebas de que el vehículo de Sobek estuvo en casa de Dersh. Con eso basta para que te dejen en paz.

Agarré a Pike del brazo. John Chen había hecho un buen trabajo.

Krantz apartó a Watts y tocó a Pike con el dedo. Era exactamente el mismo gesto que había hecho en Lake Hollywood la primera vez que le vi.

– Me importa una puta mierda lo que diga la SID, Pike: eres un asesino.

– Déjalo ya, Harvey -pidió Watts.

Krantz volvió a tocar a Pike con el dedo.

– Mataste a Wozniak, y sigo creyendo que te has cargado a Dersh.

Volvió a darle con el dedo y esa vez Pike se lo agarró tan velozmente que lo pilló desprevenido. Soltó un chillido y se tiró al suelo, gritando.

– ¡Estás detenido, cabrón! ¡Eso es una agresión a la autoridad! Estás detenido.

Pike, Watts y yo nos quedamos mirándolo, allí tirado en el suelo, con la cara roja y gritando. Entonces Watts le ayudó a levantarse y le dijo:

– No vamos a detener a nadie, Harvey. Vuelve al coche y espérame.

Krantz se soltó con brusquedad y se alejó sin decir más.

– Apártale de la calle, Watts -rogué-. Ha venido a asesinar a Pike. Lo decía en serio.

Watts frunció el ceño, mirando a Krantz hasta que se hubo alejado, y después observó a Pike.

– Creo que puedes presentar una denuncia. Tienes motivos.

Pike negó con la cabeza.

– ¿Y ya está? -dije yo-. ¿Crees que vamos a olvidarnos de lo que ha pasado aquí?

Watts me miró con cara de inocente.

– ¿Y qué ha pasado, Cole? Hemos venido a informaros y lo hemos hecho.

– ¿Y cómo sabíais que estábamos aquí?

– Hemos tenido pinchados las veinticuatro horas los teléfonos que utilizan los empleados de Pike. Los del equipo de vigilancia han oído cómo uno de ellos te hablaba de este sitio y se han imaginado lo demás.

Watts miró furtivamente la carretera, donde Harvey Krantz esperaba en el coche, solo.

Nos devolvió las armas, pero sin soltar la de Pike cuando éste hizo ademán de agarrarla.

– Lo que ha dicho Krantz de que esperaba que le dieras una excusa es una estupidez. Lo que pasa es que está cabreado. Yo no hago esas cosas, y él tampoco se atrevería. Bauman nos ha dicho que no te habías puesto en contacto con él y hemos pensado que si había oportunidad de encontrarte aquí arriba, valía la pena.

– Sí, claro, Watts -dije.

– Vete a la mierda, Cole. Es la verdad.

– Claro.

Se fue tras los pasos de Krantz y al poco rato todos los policías montaron en sus coches y se alejaron dejando tras de sí grandes nubes de polvo marrón. Supuse que Krantz odiaba tanto a Pike que seguía creyendo que era culpable, a pesar de todo. Era un odio tal que podía empujarle a hacer cosas que de otro modo no haría.