Выбрать главу

– No lo dude, señor -dijo mister Andrews-. Hasta nuestro Harry, desde que hace unos años se metió en política, ya no es el mismo.

Los presentes volvieron a reírse y mister Harry Smith, con una sonrisa en su cara, se encogió de hombros. Seguidamente dijo:

– Es verdad que me he entregado mucho a las campañas, pero sólo a nivel local. Y nunca he tratado con gente comparable en importancia a la que usted trata. Sin embargo, a mi modo, creo que algo aporto. Tal y como yo veo las cosas. Inglaterra es una democracia y, en este pueblo, todos hemos luchado mucho por que así siga siendo. Y ahora nos toca ejercer nuestros derechos, a todos. Muchos jóvenes de este pueblo entregaron sus vidas para darnos este privilegio, y, tal y como yo veo las cosas, ahora tenemos que corresponderles cumpliendo con nuestro papel. Aquí, todos tenemos nuestras opiniones y nuestra responsabilidad es que sean oídas. Estamos lejos de todo, es cierto, somos un pueblo pequeño, vamos envejeciendo y cada vez somos menos, pero, a mi juicio, ante los muchachos del pueblo que dieron su vida ése es nuestro deber. Por eso, señor, dedico tanto tiempo a que nuestras voces se oigan en lugares de mayor relevancia. Si eso me hace cambiar o me conduce a la tumba mucho antes, la verdad es que no me importa.

– Ya se lo decía, señor -terció mister Taylor sonriendo – era imposible que Harry viese pasar por el pueblo a alguien importante y no le hiciera un discursito.

Los presentes volvieron a reírse, pero casi inmediatamente repuse:

– Creo que entiendo lo que dice, mister Smith. Entiendo muy bien su deseo de que tengamos un mundo mejor y que usted y todos sus vecinos puedan contribuir a alcanzar esas mejoras. Es un sentimiento que aplaudo, y me atrevería a decir que fue ese mismo impulso el motivo por el que, antes de la guerra, decidí intervenir en los asuntos públicos. Entonces; como ahora, la paz mundial parecía algo frágil que podía escapársenos de las manos, y decidí igualmente ofrecer mi apoyo.

– Discúlpeme, señor -dijo mister Harry Smith-, pero no es eso exactamente lo que yo quería decir. Para la gente como usted, siempre ha sido fácil tener cierta influencia, puesto que entre sus amigos siempre figuran personas importantes; en cambio, para la gente como nosotros pueden pasar años sin que veamos siquiera a un auténtico caballero, aparte del doctor Carlisle. Como médico, es de primera categoría, pero, con todos mis respetos, lo que son contactos no tiene ninguno. Aquí; olvidarnos de nuestros deberes como ciudadanos es muy fácil. Por eso me gusta participar en las elecciones. Y estén o no los demás de acuerdo, y sé que en esta habitación nadie está de acuerdo con todo lo que digo, al menos les hago pensar. Al menos les recuerdo cuáles son sus deberes. Vivimos en un país democrático. Por eso luchamos, y todos tenemos que participar.

– Me pregunto qué le habrá pasado al doctor Carlisle -dijo mistress Smith-. Estoy segura de que ahora le gustaría hablar con alguien instruido.

Se oyó de nuevo una carcajada.

– Ha sido un verdadero placer conocerles -dije-, pero la verdad es que empiezo a notar el cansancio.

– Claro -dijo mistress Taylor-. Debe de estar muy cansado. Quizá sea mejor que le ponga otra manta. Por las noches empieza a refrescar.

– No es necesario, mistress Taylor. Seguro que dormiré muy bien.

Pero antes de levantarme de la mesa, mister Morgan dijo:

– ¿Sabe?, hay un individuo al que nos gusta oír por la radio, se llama Leslie Mandrake, y me estaba preguntando si le conocería usted.

Le respondí que no, y cuando intenté de nuevo retirarme, volvieron a retenerme con más preguntas sobre todas las personas que había conocido. Seguía, por lo tanto, sentado a la mesa cuando mistress Smith dijo:

– Ah!, viene alguien. Espero que sea el doctor Carlisle.

– De verdad, creo que debería retirarme -dije-. Estoy muy cansado.

– Seguro que es él -dijo mistress Smith-. Quédese sólo unos minutos.

Y mientras decía estas palabras, se oyeron unos golpes en la puerta y una voz que decía:

– Soy yo, mistress Taylor.

Entró un caballero de aspecto todavía joven, debía de rondar los cuarenta, alto y delgado, bastante alto, de hecho, ya que tuvo que agachar la cabeza para pasar por la puerta. Y apenas nos hubo saludado a todos con un «Buenas noches», mister Taylor le dijo:

– Éste es el caballero del que le hemos hablado, doctor. Se le ha quedado parado el coche en Thornley Bush y aquí le tiene, soportando los discursos de Harry.

El doctor se acercó a la mesa y me tendió la mano.

– Richard Carlisle -dijo sonriendo amablemente mientras yo me levantaba a estrechársela-. Ha tenido usted mala suerte con el coche. En fin, estoy seguro de que le tratan estupendamente. Demasiado, me imagino.

– Gracias -contesté-. Todo el mundo es muy amable.

– Es un placer tenerle entre nosotros. -El doctor Carlisle se sentó al otro lado de la mesa, justo enfrente de mí-. ¿De qué parte del país es usted?

– De Oxfordshire -respondí, y la verdad es que me costó reprimir el «señor».

– Una región muy bonita. Tengo un tío que vive muy cerca de Oxford. Sí, una región muy bonita.

– El señor estaba contándonos -dijo mistress Smith- que conoce a mister Churchill.

– ¿De verdad? Conocí a un nieto suyo, pero ya casi he perdido todo contacto. Y nunca tuve el privilegio de conocer al propio Churchill.

– Y no sólo a mister Churchill -prosiguió mistress Smith-. Conoce a mister Eden y a lord Halifax.

– ¿Ah, sí?

Noté que los ojos del médico me examinaban minuciosamente. Y cuando me disponía a hacer una observación adecuada, mister Andrews le dijo:

– El señor nos estaba contando que, hace años, se ocupó mucho en asuntos de política exterior.

– ¿De verdad?

Me pareció que el doctor Carlisle me estudiaba durante un lapso de tiempo excesivamente largo, tras el cual, volviendo a hacer gala de su afabilidad, me dijo:

– ¿Está usted de vacaciones?

– Más bien -contesté sonriendo.

– Hay rincones muy bonitos por aquí. Por cierto, mister Andrews, siento no haberle devuelto todavía la sierra.

– No corre prisa, doctor.

Durante unos instantes dejé de ser el centro de atención, y esto me permitió permanecer en silencio. Así que, aprovechando el momento, me levanté diciendo:

– Les ruego que me disculpen. Ha sido una velada muy agradable, pero, verdaderamente, ha llegado el momento de retirarme.

– Es una lástima que ya deba usted retirarse -dijo mistress Smith-. Ahora que está aquí el doctor.

Mister Harry Smith, inclinándose por delante de su mujer, le dijo al doctor Carlisle:

– Me habría gustado saber qué piensa este señor de las ideas que tiene usted sobre el Imperio. -Y volviéndose hacia mí, prosiguió-: El doctor está a favor de la independencia de todos los países pequeños. Yo no tengo la formación necesaria para probarle que no tiene razón, porque estoy seguro de que no la tiene. Sin embargo, me gustaría saber qué piensa alguien como usted, señor.

Y una vez más, me sentí examinado por la mirada del doctor Carlisle. Finalmente, dijo:

– Sí, es una lástima, pero dejemos que el señor vaya a acostarse; supongo que ha sido un día agotador.

– Así es -dije.

Y, sonriendo de nuevo, me despedí de la mesa, pero, para gran turbación mía, todos los presentes, incluido el doctor Carlisle, se pusieron en pie.

– Muchas gracias a todos -dije sonriendo-. Mistress Taylor, la cena ha sido magnífica. Les deseo muy buenas noches.

Como respuesta, se oyó a coro un «Buenas noches, señor», y cuando ya casi había salido de la habitación, la voz del doctor me detuvo en la puerta.

– Oiga, amigo -dijo. Y, al volverme, vi que aún seguía en pie-. Mañana temprano tengo que ir a Stanbury a ver a un paciente. Sería un placer para mí llevarle hasta su coche. Así no tendrá usted que andar. Y de camino podemos cargar un bidón de gasolina en casa de Ted Hardacre.

– Es usted muy amable -contesté-, pero no quisiera causarle ninguna molestia.

– ¿Molestia?, ninguna. ¿Le va bien a las siete y media? -Me haría usted un gran favor. -Perfecto. A las siete y media, entonces. Usted, mistress Taylor, asegúrese de que, antes de las siete y media, su huésped esté bien despierto y haya desayunado. -Y volviéndose hacia mí, añadió-: así podremos hablar. Aunque a Harry no le daremos el gusto de ser testigo de mi humillación.

Volvió a oírse otra carcajada, y de nuevo nos dimos las buenas noches antes de que, por fin, me permitieran subir y refugiarme en esta habitación.

Creo que no es necesario que subraye hasta qué punto me sentí incómodo anoche por el lamentable malentendido que se creó en torno a mi persona, aunque sólo puedo decir que, sinceramente, no veo de qué modo podría haber evitado que la situación siguiera aquellos derroteros. En realidad, cuando fui consciente de lo que estaba ocurriendo, las cosas ya habían llegado tan lejos que, de haber revelado la verdad a aquella gente, lo único que hubiese conseguido habría sido violentarlos. En cualquier caso, aunque se trate de un episodio lamentable, no creo haber causado daño a nadie. Después de todo, mañana por la mañana me despediré de todas estas personas y lo más probable es que no las vuelva a ver. No veo la necesidad, pues, de insistir en este tema.