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perdonando, olvidando toda esta triste locura cuando lo único que quiere hacer es, como me dijo: «No quiero andar por ahí bebiendo y emborrachándome con todos tus amigos y seguir yendo al bar de Dante y volver a ver siempre a todos esos Julien y los demás, quisiera que nos quedáramos tranquilos en casa, escuchando la radio y leyendo o lo que sea, o ir a un cinc, querido, me gusta mucho el cine, las películas que dan en la calle Market, realmente es así». «Pero yo odio el cine, la vida es más interesante» (mi actitud de siempre). Y su tierna carta proseguía:

Me siento llena de extrañas sensaciones, reviviendo y remodelando tantas cosas viejas…

Cuando tenía catorce o trece años tal vez jugaba al hookey en el colegio, en Oakland, y tomaba el ferriboat para llegarse a la calle Market y pasarse el día entero en un cine, paseándose luego por las calles, perseguida por imaginaciones alucinadas, mirando a todos a los ojos; una negrita que vagaba por la avenida tumultuosa entre borrachos, gente de mal vivir, judíos, vigilantes, recoge papeles, la loca confusión de esas calles, la multitud; mirando, observándolo todo, la gente demente de sexualidad, y todo eso bajo la lluvia gris de sus días de hookey, pobre Mardou: «Solía tener alucionaciones sexuales de las más raras, no de actos sexuales con la gente, sino situaciones extrañas, me pasaba el día tratando de comprenderlas, mientras vagabundeaba, y mis orgasmos, los pocos que he conocido, ya que nunca me masturbaba ni sabía cómo hacerlo, me venían solamente cuando soñaba que mi padre o alguien me abandonaba, huía de mí, y me despertaba de pronto con una curiosa convulsión, toda mojada entre los muslos, y lo mismo me ocurría en la calle Market, sólo que era diferente; eran sueños de ansiedad, tejidos sobre el cañamazo de las películas que veía.» Y yo pensaba: «¡Oh, pistolero de la pantalla gris, cocktail, día de lluvia, arma rugiente, inmortalidad espectral, película apta para menores, loca América negra en la niebla, qué mundo más loco!» Y en voz alta, «Tesoro, me hubiera gustado tanto verte paseando así por la calle Market, apuesto a que te vi, estoy seguro, tú tenías trece años y yo veintidós, en 1944, sí, estoy seguro de haberte visto, yo era marinero, estaba siempre en esos lugares, conocía a todos los grupos que frecuentaban los bares…» Y en su carta me decía:

…reviviendo y remodelando tantas cosas viejas…

probablemente reviviendo aquellos días y sus fantasías, y también otros horrores, anteriores y más crueles, de su casa en Oakland, donde su tía la castigaba histéricamente, o por lo menos trataba histéricamente de castigarla, y sus hermanas (aunque con ternuras ocasionales de hermanita, como besarse devotamente antes de acostarse, o escribir algo sobre la espalda de la otra) la trataban mal, y ella vagaba por las calles hasta muy tarde, profundamente sumida en meditaciones reflexivas, mientras los hombres trataban de hacer algo con ella, esos hombres oscuros de los oscuros zaguanes del barrio negro; y así proseguía:

…y sintiendo el frío y la quietud, aun en medio de mis premoniciones y mis temores, que las noches claras calman y vuelven más nítidos y reales, más tangibles y fáciles de combatir…

y todo esto dicho además con un ritmo muy agradable, ya que recuerdo haber admirado su inteligencia aun cuando… pero al mismo tiempo protestando en casa, frente a mi escritorio de bienestar, pensando, «Pero 'combatir', ese viejo psicoanalítico 'combatir', habla como todos ellos, los decadentes de la ciudad, intelectuales, en el callejón sin salida del análisis de las causas y los efectos y la solución de sus supuestos problemas, en vez de la gran dicha de ser, la dicha de la voluntad y de la temeridad; la ruptura es lo que los exalta, ése es su problema, es exactamente igual que Adam, Julien, que todos ellos, tiene miedo de la locura, el temor a la locura la persigue, pero No a Mí, No a Mí, santo Dios»;

Pero, ¿por qué te escribo estas cosas? Aunque todos mis sentimientos son reales y tú probablemente disciernes o sientes también lo que digo y por qué siento la necesidad de decirlo…

un sentimiento de misterio y encanto; pero, como le dije tantas veces, no bastante detallado, los detalles son lo que le da vida, insisto, debes decir todo lo que te pasa por la imaginación, no te contengas, no analices ni nada por el estilo a medida que lo dices, dilo todo. «Es justamente» (digo ahora mientras leo la carta) «un ejemplo típico… pero no importa, no es más que una chiquilla en realidad…»

La imagen que me he formado de ti ahora es extraña…

(Veo el retoño de esa afirmación, se balancea en el árbol.)

Siento una distancia que me separa de ti, que tú también deberías sentir y que me ofrece una imagen tuya cálida y amistosa…

y luego inserta, con letra más chica,

(y amante)

probablemente para evitar que yo me sienta deprimido al ver en una carta de amor solamente la palabra «amistosa»; paro toda esa frase complicada, más complicada todavía por el hecho de venir presentada en su forma escrita original bajo las tachaduras y los agregados de una corrección, que no es tan interesante para mí, naturalmente; y la corrección es

Siento una distancia que me separa de ti que tú también deberías sentir con imágenes tuyas cálidas y amistosas (y amantes) y a causa de las ansiedades que experimentamos, pero de las cuales no hablamos, nunca en realidad, y que son también similares…

una comunicación escrita que de pronto, por alguna misteriosa majestad de su pluma, hace que sienta piedad de mí mismo, al verme perdido como ella en el mar sufriente e ignorante de la vida humana, y sintiéndome distante de ella, que es la que debería estar más cerca y sin saber (no, no podré saberlo en este mundo) por qué la distancia es en cambio el sentimiento, ella y yo enredados y perdidos en él, como debajo del mar…

Me voy a dormir para soñar, para despertar…

mención de nuestra costumbre de anotar los sueños o de contárnoslos al despertar, todos esos extraños sueños, en verdad, y (como se verá después) las comunicaciones mentales que establecimos, enviándonos imágenes telepáticas con los ojos juntos, lo que demuestra que todos los pensamientos se encuentran en la araña de cristal de la eternidad -Jim- y sin embargo me gusta también el ritmo de «para soñar, para despertar», y me felicito, en mi escritorio doméstico y metafísico, por el hecho de tener por lo menos una amante rítmica…

Tu cara es muy hermosa y me gusta verla como la veo ahora…

o sea ecos de lo que dijo esa muchacha de Nueva York y que ahora, viniendo de la humilde y sumisa Mardou, no me resulta tan increíble y para decir verdad empiezo a pavonearme y a creerlo (¡Oh, humilde papel de cartas, oh, la vez que estaba sentado en un tronco cerca del aeropuerto de Idlewild en Nueva York y contemplaba el helicóptero que llegaba con la correspondencia, y mientras lo miraba vi la sonrisa de todos los ángeles de la tierra que habían escrito las cartas amontonadas en el depósito del aparato, las sonrisas de esos ángeles, y más específicamente la de mi madre, que se inclinaba sobre el tierno papel y la pluma para comunicarse por correo con su hijo, la sonrisa angélica, las sonrisas de los obreros en las fábricas, la beatitud de esa sonrisa, amplia como el mundo, y el valor y la belleza que se leen en ella, aunque yo no merezca ni siquiera el reconocer un hecho semejante, después de haber tratado a Mardou como la he tratado!); (¡oh, perdonadme, ángeles del cielo y de la tierra… hasta Ross Wallenstein irá un día al cielo!)…

Perdóname las conjunciones y los dobles infinitivos y lo que me callo…

y nuevamente me impresiona, y pienso que también ella, por primera vez, tiene conciencia de estar escribiendo a un escritor…