Pero desde el primer momento Mardou se mostró realmente independiente, o dependiente de sí misma y de nadie más, anunciando que no sentía necesidad de nadie, que no quería tener nada que ver con nadie, para terminar (después de mí) como al empezar; y ahora, bajo la noche fría sin compasión, lo siento en el aire, ese anuncio suyo, y siento que sus dientecillos ya no son míos sino probablemente de mi enemigo, que se los lame y le suministra el tratamiento sádico que ella probablemente prefiere y que yo no supe darle -siento el crimen en el aire-, y esa esquina desolada donde brilla un farol, y los vientos se arremolinan, un papel, la niebla; veo mi vasta cara desolada, y mi llamado amor que se derrama por la callejuela, todo inútil; como an-tes solían ser gotas de melancolía sobre los sillones calientes, abatido de lunas (aunque esta noche es la gran noche de luna llena); como antes, cuando surgió en mí la comprensión de la necesidad de regenerar el amor universal, como corresponde a un gran escritor, como un Lutero o un Wagner, y ahora esta cálida imagen de grandeza es un vasto escalofrío en el viento, porque también la grandeza muere, ay, y ¿quién dijo que yo era grande? ¿Y suponiendo que uno fuera un gran escritor, un secreto Shakespeare, de la noche acolchada? Realmente, un poema de Baudelaire no compensa su dolor, su dolor (fue Mardou quien finalmente me dijo: «Hubiera preferido que él fuera dichoso en vez de los poemas desdichados que nos ha dejado», una opinión con la cual estoy de acuerdo, soy Baudelaire, estoy enamorado de mi amante negra, y también me incliné sobre su vientre y escuché sus rumores subterráneos); pero pensando mejor en su anuncio primero de independencia hubiera debido comprender, creer en la sinceridad del desagrado que le causaba tener algo con quien, en vez de precipitarme hacia ella como queriendo lastimarme y «lacerarme», y en realidad porque lo deseaba; otra «laceración» como ésta y me voy al cementerio, porque ahora la muerte agita sus grandes alas frente a mi ventana, la veo, la oigo, la huelo; la veo en la silueta informe de mis camisas colgadas y destinadas a no ser usadas, nuevas y viejas a la vez, elegantes y pasadas de moda, mis corbatas como serpientes colgadas que ya no usaré más, las mantas nuevas para las camas de la paz otoñal que ahora son camastros que se retuercen, se precipitan en el mar del suicidio; pérdida, odio, paranoia; era su carita lo que yo quería atravesar, y lo hice…
Esa mañana, cuando la reunión estaba en lo mejor y yo me encontraba otra vez en el cuarto de Larry admirando la luz roja y recordando la noche que habíamos traído a Micky y la habíamos «hecho» los tres, Adam, Larry y yo, y habíamos fumado y bebido un enorme cocktail de sexo, algo extraordinario, entró Larry y me dijo: «Oye, ¿piensas conseguírtela esta misma noche?» «Me gustaría, pero no sé…» «Bueno, viejo, trata de averiguarlo, no te queda mucho tiempo; qué. te pasa, traemos a toda esta gente a casa y les damos toda esta droga y para colmo toda la cerveza que tenía en la nevera, hombre, tenemos que sacarle algún provecho, muévete…» «Oh, ¿así que te gusta?» «Me gustan todas, hombre, pero en fin, después de todo…» Lo que me indujo a efectuar una nueva tentativa breve, desganada, destinada al fracaso; una mirada, una observación, sentado a su lado en el rincón, pero al fin renuncié, y al alba se fue con los demás que habían salido para tomar un café y yo bajé también con Adam para volver a verla (habiéndolos seguido escaleras abajo cinco minutos después) y allí estaban todos pero ella no; independiente, oscura, pensativa, se había ido a su sofocante cuartito de Heavenly Lañe en Telegraph Hill.