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– Espero conocer algo de Checoslovaquia durante mi estancia -respondió la joven, pero en ese momento sintió que el silencio de Ven Gajdusek estaba congelado y como lo último que deseaba era enemistarse con él si es que desaprobaba el coqueteo de Lubor Ondrus, declaró-. Ahora necesito regresar a mi hotel.

– ¿Me permitiría llevarla? -Lubor aprovechó la ocasión antes que ella pudiera decir algo. Ven le evitó tener que dar alguna excusa cuando sin mayores ceremonias le entregó la correa del perro a Lubor y le ordenó:

– Tú puedes llevar a Azor, yo tengo que salir y llevaré de paso a la señorita Kingsdale a su hotel.

– Yo puedo ir caminando -musitó Fabia, mirándolos y no queriendo ofender a ninguno y hubiera podido añadir que lo disfrutaría si le dieran la oportunidad de hacerlo.

– ¡Ya caminaste bastante! -la informó Ven Gajdusek, demasiado autoritario en opinión de ella. Sin embargo, cuando le iba a aclarar que ya estaba grandecita para tomar sus propias decisiones y que muchas gracias, recordó que todavía tenía pendiente la entrevista-. Por aquí -señaló él, y sin darle oportunidad de despedirse de Lubor la guió hasta donde tenía estacionado su auto.

Ni por un momento llegó ella a imaginar que la llevarían de nuevo en el Mercedes. Pero mientras estaba sentada al lado de Ven Gajdusek cuando bajaban la colina rumbo a Mariánské Lázne, y ella recobraba su acostumbrado buen humor, no podía decir que le incomodaba la experiencia.

Ya estaban a la entrada del balneario y esperaban que un autobús pasara, cuando a ella se le ocurrió hacer una pregunta bastante natural.

– ¿Es Lubor Ondrus su asistente e investigador? -de inmediato se arrepintió.

– ¡No! -replicó él y concentró su atención en el volante.

– ¡Oh! -murmuró Fabia.

– Es mi secretario -ella sintió alivio y confusión ante esa explicación.

– ¡Oh! -musitó de nuevo y tuvo que preguntar entonces lo que parecía lógico-. ¿Entonces tiene dos secretarios?

– No -repitió él y no dijo más, dejándola en duda.

– ¿Quiere decir qué la señorita Pankracova ya no trabaja con usted? -preguntó asombrada después de repasar su último "NO" sin conseguir esclarecerlo.

– ¡Me dio gusto haberla despedido! -replicó y a Fabia no le gustó para nada el tono en que lo dijo.

– ¿Le pidió que tomara su costal?

– ¿Costal? -repitió sin ubicar la palabra en el contexto.

– La corrió, la despidió -ella trató de explicarle con sinónimos, pero él siguió interesado en la primera palabra.

– Costal -volvió a decir y preguntó-. ¿De dónde se originó ese significado?

– ¡No lo sé! -exclamó exasperada, sintiendo ansiedad al reconocer que ya estaban llegando al hotel y que todavía no tenía cita para la entrevista. Aunque cuando lo miró, notó que había levantado una ceja ante el tono elevado de su voz al responder y comprendió que no conseguiría nada si no se controlaba ante la falta de respuesta a todas sus preguntas. Tragó su ira y suspiró-. Por lo que sé, y puedo estar equivocada, creo que tiene que ver con una vieja costumbre. Cuando despedían a un artesano, empacaba sus herramientas en un costal y dejaba el trabajo -y habiendo aclarado el asunto, a menos que Ven Gajdusek pidiera más, que era posible, tuvo que preguntarle-: ¿El hecho de que Milada Pankracova haya dejado su puesto de secretaria no afectará en nada?

– ¿Afectar? -dijo él, enfureciéndola más porque esa vez, estaba segura, él comprendía el contexto de la palabra. Sin embargo, cuando él estacionó el auto frente al hotel y se volvió para verla, Fabia comprendió que no podía darse el lujo de enfurecerse. Pronto se iría ese último minuto y lo tenía que contar.

– ¿Me concederá, por fin, la entrevista que me ha prometido? -le preguntó sin más preámbulos y pensó por un segundo, viendo que la miraba con severidad, que había hecho mal en recordarle su promesa.

Mantuvo su expresión y Fabia, tratando de adivinar sus pensamientos, empezó a inquietarse. Casi estaba segura de que debía estar pensando que si ella era en verdad una buena periodista podía escribir bastante después del largo rato que pasaron juntos caminando. Era eso, o quizá que ella no había sabido preguntar acertadamente. ¿Cómo hubiera podido? Quizás ese era el problema, había cuidado demasiado los buenos modales. Aunque no creía que hubiera alguien en el mundo que consiguiera que ese hombre respondiera a alguna pregunta.

Vendelin salió del auto para abrirle la puerta a Fabia, quien tenía el horrible presentimiento de que había arruinado su oportunidad; ella salió del auto y se quedó parada en la acera con él.

Fabia levantó la vista y percibió que los ojos negros no revelaban nada, luchaba contra su orgullo que le impedía repetir la pregunta, de pronto sintió que salía el sol porque en el momento en que dio unos pasos alejándose, él murmuró:

– Sería conveniente que mañana cenemos juntos.

– ¿A qué hora? -no era el momento para falsas modestias. Vio que esbozaba una sonrisa como si le hubiera divertido, su pronta reacción.

– Enviaré a Ivo por ti como a las siete.

Fabia no quería dar la impresión de que estaba nada más esperando sus órdenes y se dirigió a la entrada del hotel. En ese momento escuchó cómo arrancaba el motor del Mercedes y siguió caminando.

Era extraño, pero la sonrisa que iluminaba su rostro, sinceramente, no se debía sólo al hecho de haber logrado que ese hombre le concediera una entrevista.

Capítulo 3

Habiendo dormido mucho mejor, Fabia despertó el martes y pensó en Ven, en Cara y en Barney y le hubiera gustado llamar por teléfono a sus padres para preguntar si sabían algo de su hermana. Pero dado que Cara debería estar con ella en Checoslovaquia y que le había advertido que le haría un favor si no los llamaba, Fabia se resignó. Después de desayunar fue a comprar una tarjeta postal para mandarla a su casa. Luego, pasando por entre las columnas del Mariánské Lázne, siguió adelante hasta el área cubierta de césped y, con toda tranquilidad, se ubicó en una de las bancas y empezó a escribir a sus padres.

Diez minutos después había llenado todos los espacios posibles de la tarjeta con noticias sobre su viaje y las impresiones del hermoso balneario, de modo que cuando tuvo que firmar apenas cupo su nombre, no hubiera podido añadir el de Cara.

Dejó la banca y volvió a pasear por el pueblo que tanto le fascinaba. Caminó por calles residenciales, y luego observó interesada que entregaron carbón en una casa y lo depositaron afuera, en la calle, y que era de color café. Nunca lo había visto de ese tono, supuso que el dueño lo metería con su pala en el sótano cuando pudiera. Se le quedó el recuerdo junto con la imagen del bosque en el trasfondo mientras continuaban su camino.

Pronto llegó al gimnasio local, luego a la oficina de turismo, después caminó hacia una parte que le era conocida y pronto descubrió que estaba de nuevo en el área de las columnas.

Ya se acercaba la hora del almuerzo, pero paseando por allí, no pudo resistir la curiosidad de subir unos escalones para admirar los hermosos objetos de cristal de Bohemia en un aparador.

Veinte minutos después, salió de la tienda cargando un hermoso jarrón de cristal, bien envuelto, que sabía que les fascinaría a sus padres, al menos a su madre, volvió a descender los escalones y allí se topó con Lubor Ondrus.

– ¡Hola! -él la saludó entusiasmado y contento de verla.

– ¡Hola! -respondió ella descubriendo que era delicioso encontrarse a alguien a quién conocía.

– ¿De compras? -él sonrió y miró su paquete.

– Un regalo para mis padres.

– Debe estar exhausta -indicó él de inmediato, aunque ella no lo estaba. Pero, Lubor no solía perder oportunidad-. Insisto en que me permita invitarla a almorzar -esperó su respuesta sonriendo.

¿Qué debía hacer?, se preguntó Fabia. Él era transparente, pero amable. Un mujeriego, pero agradable. Además era amigable y le simpatizaba.