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Y todavía no había resuelto el problema de qué es lo que iba a hacer para conseguir la maldita entrevista que le había encomendando su querida hermana. Fabia se cubrió la cabeza con la almohada y trató de dormir.

El jueves amaneció igual de nublado que el día anterior y se levantó y siguió la rutina diaria de bañarse, vestirse y bajar a desayunar con una falta total de entusiasmo y de apetito.

Acababa de regresa a su habitación cuando sonó el teléfono y entonces salió el sol para ella.

– Ven Gajdusek -anunció una voz fuerte y templada que reconocería siempre-. ¿No estoy molestando?

– De ninguna manera -respondió sintiéndose de inmediato alegre y entusiasmada-. Siempre me levanto temprano -añadió-, hace mucho que estoy despierta.

– ¡Qué bueno! -comentó haciéndola sentir más contenta que nunca, le anunció-. Tengo que manejar esta mañana a Karlovy Vary y me preguntaba que, ya que está en tu itinerario, quizá te gustaría acompañarme.

– Me encantaría -aceptó ella, dejando pasar uno o dos minutos para que no notara su ansiedad.

Fabia todavía tenía esa amplia sonrisa en su rostro poco después de haber colgado el auricular. Pero era natural, se dijo, si esta vez se lo proponía, lograría pedirle una fecha y la hora para la quizá no tan maldita entrevista.

Estaba lista y estupenda cuando la llamaron de la recepción para avisarle que había llegado el señor Gajdusek. Vestida con una falda amplia de fina lana, una blusa, un suéter, y con el saco en el brazo, y demasiado impaciente para esperar el elevador, bajó corriendo las escaleras.

– Hola -exclamó al verlo, casi sin aliento y, asombradamente, sintió de nuevo timidez.

– Una dama no hace esperar a un hombre -comentó él con aprobación, y alegrándose de haber estado a tiempo, lo siguió al auto, donde se quedó pensando mientras él arrancaba que ella nunca había sido tímida. Quizá estaba nerviosa, ya que debía estar alerta si no quería que esa salida terminara siendo tan infructuosa como las anteriores. ¡Y ella no necesitaba tampoco su aprobación, por amor de Dios!

Un momento después, cuando dejaban atrás Mariánské Lázne, Fabia se preguntó por qué demonios estaba tan preocupada. ¡Cualquiera diría que la estaba amenazando; con un demonio!

Sintiendo que nadie la estaba presionando, ni nada por el estilo, decidió que esa vez iba a conseguir que Ven Gajdusek le respondiera una o dos preguntas cuando menos. O, para ser más exacta, cincuenta cualesquiera de las cien que tenía en la lista.

– Gracias por recordar que yo quería conocer Karlovy Vary -le dijo con sinceridad.

– Lástima que lloverá -respondió él mirando las nubes grises en el cielo.

– Tiene que llover a veces -señaló la chica con cordialidad y le fascinó cuando, aparentemente divertido por su respuesta filosófica, él soltó una carcajada.

Su boca era todavía más soberbia cuando reía, decidió Fabia, y fijó la vista al frente, no recordaba haberse percatado antes de la boca de un hombre. Parecía conveniente pensar en otra cosa.

– ¿Tiene usted hermanos o hermanas? -preguntó ella, sin saber cómo, sintiéndose sorprendida de sí misma.

Aunque cuando volvió la cabeza para verlo notó que si estaba sorprendido no lo demostraba. Luego tuvo el presentimiento de que no le iba a contestar de todas maneras, ya que no decía nada. No hasta que pasó una curva peligrosa, luego no viendo razón para callar, dijo:

– Tengo un hermano que vive en Praga.

¿Es más joven o mayor que él? ¿Casado? ¿Soltero? Fabia tenía muchas preguntas. Pero entonces, un camión en la carretera los distrajo y la joven decidió que no era justo bombardearlo con preguntas cuando él prefería que le permitiera concentrarse en la conducción del auto.

El pavimento estaba mojado cuando cerca de una hora después llegaron a Karlovy Vary, pero había dejado de llover. Ven se detuvo un momento a dejar un paquete en una de las tiendas del pueblo, seguro, el motivo de su viaje.

– ¿Te gustaría tomar café antes de recorrer el pueblo? -le preguntó después y Fabia de inmediato se entusiasmó al comprender que no sería un viaje apresurado.

– Me parece una magnífica idea -aceptó y le empezó a fascinar Karlovy Vary, también con sus calles bordeadas de árboles y sus pintorescos alrededores.

Tomaron café en un hotel elegante y, mirando el relajado checoslovaco, Fabia no pudo contener su orgullo por estar con él. Sin embargo, alejó la mirada cuando Ven la sorprendió mirándolo y tuvo una sensación de culpa porque le parecía que desde el momento en que lo conoció había sido presa de extraños sentimientos e ideas.

"Hora de recordar el motivo de estar allí", pensó Fabia con firmeza, mientras descartaba cualquier noción alocada de que Ven era responsable de los inquietos latidos de su corazón; luego descubrió que todavía tenía los ojos puestos en ella.

– ¿Lubor debe estar trabajando de nuevo en su oficina? -dijo para iniciar de nuevo una conversación, pero de inmediato deseó no haberlo dicho, pues la expresión de Ven cambió y cuando levantó una ceja, un gesto aristocrático, ella comprendió que había desaparecido la cordialidad.

– ¿Tienes algún interés especial en mi secretario? -preguntó con tono agudo y arrogante.

– ¡Por ningún motivo! -exclamó ella y con cierto orgullo, tuvo que añadir-: ¡Jamás me entrometería en el trabajo que hace para usted!

– Me alegro -señaló con tono cortante-. Y como de todas maneras estará de viaje un par de días, no tendrás oportunidad de hacerlo.

"¡Malvado!", pensó ella y le hubiera gustado darle una patada. Miró al otro lado, lejos de su rostro refinado y arrogante, por la ventana. Lo mandó al infierno y decidió no volver a hablar con él. No había hecho más que iniciar una cordial conversación. A ella no le importaba un comino que Lubor jamás volviera a acercarse. Aunque, pensándolo bien, él ya había estado fuera por unos días la semana anterior, cuando ella llegó, y por lo tanto debía tener muchos días de asueto.

Decidida a no mirar al salvaje hombre frente a ella, Fabia estaba a punto de decidir que no volvería a pedirle nada en el futuro, ni siquiera que la llevara de regreso a Mariánské Lázne, tomaría mejor un taxi, cuando se arrepintió. ¡Demonios si fuera por ella no volvería a hablar con él, pero tenía que pensar en Cara.

Enfadada volvió a mirarlo. Él la observaba en silencio. "Maldito", se dijo mientas su orgullo luchaba contra el amor por su hermana.

Y triunfó el amor por Cara, como ya lo sabía. De todas maneras el orgullo no le permitía inclinarse ante nadie, de modo que le preguntó con el tono más helado posible y con una expresión altanera:

– ¿Está usted dispuesto a concederme una entrevista, o no?

¡Válgame Dios!, y ella pensaba que él se había mostrado arrogante. Nunca había visto un hombre a alguien con tanto desprecio. Ella entendió en ese momento, mientras la contemplaba con un gesto helado que iba a recibir un rotundo, no.

De pronto, cuando Fabia estaba pensando en pedir un taxi, vio, lo hubiera podido jurar, que Ven realizó un minúsculo movimiento con su boca. ¡El animal se había estado divirtiendo con ella! ¡Aunque hubiera estado tratando de negarlo, se le notaba el buen sentido del humor!

Sin embargo, no terminó de sonreír, pero tampoco expresó la negativa de la que Fabia había estado tan segura. Ven inclinó la cabeza hacia ella y, manteniendo le rostro serio, arrastró las palabras:

– Sí que sabes cómo conquistar a un hombre.