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Ella tuvo que sonreír a pesar de que él se mantuvo serio.

– Disculpe -murmuró y se sintió mejor cuando lo vio, también, sonreír. Había modos de pedir las cosas y el de ella no había sido el más atractivo.

– Te perdono -anunció Ven.

– ¿Y la entrevista? -preguntó ella con tono amable.

– ¡Hmm! -murmuró y con expresión cordial lo pensó un momento, luego le reveló-: Después de dos años sin vacaciones, ni tiempo libre, la semana pasada terminé lo que considero uno de mis mayores logros -y mientras ella lo escuchaba sorprendida ante la importancia de esa declaración para el mundo literario, el prosiguió-. Fue con gran alivio que llevé personalmente, mi obra a los editores en Praga y, una vez terminado, decidí que aparte de mi correspondencia cotidiana, me tomaría un mes de vacaciones o más para despejar mi mente de todo lo relativo a mi trabajo. Sin embargo, ahora -la miró de forma amigable-, usted, señorita Kingsdale, con sus modales altaneros -¿mis modales altaneros?, se preguntó Fabia en silencio-, desea que cancele mis planes y le permita hacerme un interminable cuestionario sobre mi trabajo.

Ella tenía sus grandes ojos fijos en su rostro, y deseaba poder irse y dejarlo en paz ya que había trabajado tanto tiempo y con tanta intensidad. Pero estaba de por medio su conciencia, el amor a la familia, la vida, de modo que no era tan sencillo como eso.

– ¿Me estás diciendo que no me vas a conceder la entrevista?

– Digamos que siendo por ti, y tus poderosos ojos verdes -agregó con una sinceridad que la estremeció-, voy a pensarlo.

– Usted sí que sabe cómo conquistar a una chica -le dijo ella haciéndolo reír a carcajadas; y con el corazón danzando de alegría ella aceptó que, por el momento, se olvidaría de la lista de preguntas que tenía anotadas.

Quizá, sería la promesa de que iba a pensarlo, lo que le daba aún esperanzas. De todas maneras, la chica pudo dejar a un lado sus preocupaciones y cuando Ven le sugirió dar un paseo alrededor de Karlovy Vary, se entregó a la idea de todo corazón.

Había dejado de llover, y caminar con el escritor, cuyo conocimiento del área parecía interminable, era una experiencia tan maravillosa que no le hubiera importado que los cielos se abrieran.

– ¿Aquello es humo? -preguntó intrigada, deteniéndose en el puente para observar mejor, aunque no distinguía ninguna forma de fuego. Él de inmediato le aclaró que no era humo, sino el vapor del arroyo caliente que recorría todo el pueblo.

Ven le comentó que Karlovy Vary recibía su nombre de Carlos IV, quien en el siglo XIV había descubierto el manantial de aguas hirvientes por medio de uno de sus perros de cacería.

– ¿Hirvientes? -preguntó ella, y supo también que las temperaturas excedían los setenta grados centígrados.

Ven le explicó después, cuando pasaban frente a una tienda de vinos, que había una bebida local, y ella decidió llevar una botella a su padre.

– Se llama Becherovka, es fabricado con el agua de aquí y varias hierbas.

– ¿Es sabroso?

– Depende del gusto -respondió él-. Con hielo, sabe bastante bien.

– Entonces voy a comprar.

Ella entró a la tienda y salió con una botella de Becherovka, una de licor de ciruelas Slivovitz y una caja de galletas llamadas Oplatky que eran tradicionales del área.

Un poco después, empezó de nuevo a llover y Ven declaró que no pararía el resto del día.

– Mejor regresamos al auto -decidió él, y sin esperar respuesta la tomó del brazo y la guió de regreso al Mercedes.

A ella le hubiera gustado quedarse más tiempo, pero comprendió que no debía abusar de su amabilidad. Se hubiera empapado de haberse quedado más y Ven tenía razón al decir que hubiera sido insensato pasear con tanta lluvia. El problema era que Fabia no quería ser sensata. No entendía cuál era el motivo, pero no sentía tener mucha cordura.

Fabia trató de eliminar esa idea cuando se alejaron de Karlovy Vary concentrándose en todo lo que había visto, las aguas termales, las calles empedradas, el jazmín de invierno, la impresionante columnata Mlynská Colonnade, pero de pronto una pregunta surgió de su cabeza, ¿se sentía atraída por Ven?

Alarmada por ese pensamiento, fijó la vista al frente. No había manera de negar que él era sumamente atractivo, pero, por Dios, ella conocía montones de hombres guapos. Bueno, cuando menos uno o dos, corrigió.

Un segundo después Fabia se preguntaba qué demonios estaba pensando. A pesar de que le dolía no conocer Praga, empezaba a pensar que era hora de regresar a Inglaterra.

Todavía tenía que esperar a que compusieran su auto, y confiar en que le concedieran la entrevista, pero… Sus pensamientos dieron un giro cuando, avergonzada, escuchó gruñir las tripas de su estómago. Solía dejar de comer, a veces, y nunca las había oído protestar, de modo que parecía que su estómago había decidido pedir alimentos.

– ¡Perdón! -Ven se disculpó-. Olvidé que hora era -añadió y cuando Fabia, miró su reloj y vio que era increíble, pero ya casi eran las tres de la tarde, decidió que cuando él trabajaba se olvidaba de comer. Como apenas acababa de terminar la obra que le había tomado dos años todavía no había recuperado el hábito de almorzar a sus horas.

– Perdón -musitó ella, olvidó pronto su vergüenza y, sabiendo que él conducía el vehículo sobre terreno montañoso y que estaban cerca de Mariánské Lázne, tuvo que decirle con satisfacción-. Ha sido una mañana deliciosa. Deliciosa -repitió al recordar que habían pasado tres horas de la tarde-. Gracias…

– Me gusta la palabra, "deliciosa" -y se volvió para mirarla antes de añadió-: Te queda bien -y ella se hinchó de alegría. Unos segundos después él regresó por el otro lado de la carretera donde había un mirador, cerca de una enorme roca. Frenó el auto y dijo con encanto devastador-: No puedo dejar que regreses al hotel con el estómago vacío.

– Oh, pero…

Estaba malgastando saliva puesto que Vendelin ya le estaba abriendo la puerta. Salió y vio alrededor varios edificios separados y un pequeño hotel con restaurante.

Levantó la vista y se sorprendió porque Ven estaba más cerca de lo que había imaginado y descubrió que estaba mirando dentro de un par de ojos inescrutables y penetrantes. Se dio cuenta de que él observó sus labios y luego, otra vez, sus ojos, sintió que su corazón empezaba a latir alocadamente y tuvo la necesidad de decir algo, cualquier cosa.

– ¿Adónde estamos?

Se preguntó qué demonios le estaba pasando ya que Ven no parecía afectado como ella, sino que con calma la tomó del brazo y la guió al restaurante diciendo sólo:

– Becov.

El restaurante era acogedor y casero y a Fabia le fascinó de inmediato.

– ¿Suele venir a comer aquí? -preguntó ella mientras le ofrecía el menú checoslovaco.

– Es un sitio agradable para detenerse a descansar -respondió, Fabia no pudo contenerse y emitió una carcajada-. ¿Dije algo divertido?, preguntó él observando con insistencia su boca al reír.

– Alguna vez me dará una respuesta directa a una pregunta directa -explicó ella-, y caerá el techo sobre nosotros.

– Entonces ¿qué te gustaría comer? -preguntó Ven, ella disfrutaba cuando sonreía-. ¿Algo parecido a la comida inglesa? -sugirió.

– ¡Claro que no! -aseguró indignada, pero estaba tan feliz que nada le hubiera impedido seguir sonriendo-. Me gustaría algún platillo típico por favor, si es posible.

– ¿Quieres probar nuestros knedlilcy?

– ¡Seguro! -indicó ella. Pero luego le entró la curiosidad-. ¿Qué son? -preguntó haciéndolo reír.

– ¡Ya lo verás!

Cuando lo sirvieron, resultaron ser bolitas de pasta cortadas en rebanadas. Pero no se parecían a las inglesas, por suerte. Para acompañarlo Ven ordenó un guiso de cerdo, la combinación deliciosa. De hecho, a medida que comía, y veía comer con gusto a Ven, Fabia decidió que era uno de los mejores almuerzos de su vida.