– ¿Qué quieres de postre? -preguntó el escritor al ver que ella había limpiado su plato.
– Nada más -contestó y comentó que había disfrutando la comida, y que estaba satisfecha.
– ¿Estás segura?
– ¡Usted puede ordenar lo que quiera! -exclamó cuando Ven iba a pedir la cuenta y se arrepintió de inmediato. Él era un hombre seguro de sí mismo y si hubiera querido ordenar algún postre lo hubiera hecho aunque ella no lo acompañará. Fabia recuperó la respiración cuando él comentó:
– Ya fue suficiente -y luego la condujo de nuevo al auto.
Veinte minutos después estaban en las afueras de Mariánské Lázne y Fabia empezó a recordar los momentos de esa espléndida mañana. Claro que había tenido ciertas diferencias sobre todo cuando estuvieron tomando café en Karlovy Vary, pero gracias a Dios, aunque él no solía sonreír mucho tenía un gran sentido del humor y no tenía resentimientos contra ella por la manera tan descortés en que le había solicitado que le concediera la entrevista.
Cuando Ven se estacionó frente a un hotel, Fabia comprendió que había sido muy amable en concederle tanto tiempo. Había ido a Karlovy Vary sólo a entregar un paquete y ya casi eran las cuatro de la tarde.
Volvió la cabeza para agradecerle todas sus atenciones, pero él ya había salido para ir a abrirle la puerta del auto. Fabia salió y antes de poder pronunciar una palabra, él la condujo al interior del hotel, esperó a que le entregaran su llave y luego caminó con ella hasta el ascensor.
– Gracias por haberme hecho pasar una mañana tan maravillosa -le dijo ella con sinceridad mientras esperaban y sintió que se le salía el corazón del pecho cuando él fijó su mirada varonil y oscura en su rostro.
– Yo también la disfruté -respondió con tono grave cuando llegó al ascensor. Fabia se sintió hipnotizada, casi no respiraba cuando vio que inclinaba la cabeza, luego la besó en la mejilla.
– Ahoj -murmuró usando la versión informal de adiós y dio un paso hacia atrás.
Como alguien que camina dormido, ella entró al ascensor.
– Bye -murmuró ella con voz ronca y mientras subía no podía pensar en nada.
Guando entró en su habitación todavía estaba embelesada. Podía sentir la boca cálida de Ven, donde esos labios estupendos le habían tocado la piel.
Sin embargo cuando volvió a la realidad se percató de que no había dicho nada más de la entrevista. Esbozó una sonrisa mientras se despojaba de sus zapatos y luego fue a recostarse en la cama. Porque Ven le había prometido que lo pensaría, y eso quería decir que se volverían a ver, ¿o no?
Capítulo 5
Fabia despertó el viernes con una sonrisa y se quedó recostada pensando en Ven. Todavía lo tenía en mente cuando se bañó, se vistió y fue a tomar su desayuno de costumbre, un yogur exquisito, pan, queso y café.
Estaba bebiendo el café cuando se dio cuenta de que Ven había estado en sus pensamientos desde que se había despertado, ¿y de cuánto ansiaba verlo de nuevo? Válgame Dios, pensó al bajar la taza. Tratando de analizar el motivo por el cual deseaba tanto volver a verlo comprendió que no tenía nada que ver con la infernal entrevista.
Fabia regresó a su habitación admitiendo, por algún motivo no había querido admitirlo antes, que sí, la atraía Ven.
Para cuando cerró la puerta de su dormitorio, aunque una parte de ella se resistía a aceptar la atracción, se decía que no había razón para que no se sintiera atraída por él. ¿Un hombre como Vendelin, con tantos rasgos positivos, no era natural que ella lo encontrara… interesante, más que a cualquier hombre de los que había conocido hasta entonces?
Pasaron veinte minutos sin que ella se diera cuenta. De pronto, despertó, eliminó a Ven de sus pensamientos, y se preguntó qué iba a hacer durante el día. Se veía nublado el cielo, pero no iba a quedarse encerrada en su habitación. Si tuviera su coche… miró el teléfono… ¿podría llamar a Ven para preguntarle? Ya le había dicho el martes que les llevaría una semana o más conseguir el repuesto, ¿para qué molestarlo?
Fue en ese momento que se estremeció al comprender que estaba buscando una excusa para volverlo a ver. El orgullo la hizo olvidar el teléfono. Mientras se preparaba para salir, tuvo al fin el brillante descubrimiento de que había una importante razón para no pensar más en Ven, y era que ella no le interesaba.
No quiso creer que el beso en la mejilla del día anterior significaba algo, y colocándose la bolsa en el hombro abrió la puerta. En ese momento sonó el teléfono, y por dos minutos ella se quedó inmóvil.
Luego corrió a contestar y sintió gran desilusión cuando supo que no era Ven sino su secretario.
– Hola Lubor -saludó ella con cordialidad. ¿Por qué habría de culparlo a él de su desilusión?
– Cuando no aceptaste cenar conmigo el martes, decidí ir a pasar la velada con mis padres en Plzev, pero de haber sabido que ibas a estar contenta de oír de mí, me hubiera regresado antes -no perdió tiempo en tomar ventaja. La chica comprendió que era el momento de retroceder.
– ¿Cómo has estado? -ella ignoró su comentario.
– Ocupado -replicó él, y mientras ella evitó comentar que eso le evitaría hacer travesuras Lubor la desilusionó aún más al añadir-. El señor Gajdusek ha salido de viaje y me dejó mucho trabajo. Parece que tendré que trabajar todo el fin de semana.
– Espero que el señor Gajdusek te dé luego días libres para compensarlo -sugirió Fabia, tratando de guardarse todas las preguntas que surgían en su cerebro; ¿adónde había ido el señor Gajdusek y cuanto tiempo iba a tardar en regresar?
– Claro, siempre lo ha hecho así, es muy justo en todos sus tratos.
– Me alegro -murmuró la joven, habiendo sufrido en su orgullo, preguntó-: ¿Dijiste que el señor Gajdusek salió de viaje?
– Se fue esta mañana a Praga -reveló Lubor-. Me encargó mucho que si tenías algún problema o necesitabas alguna ayuda, te avisara que podías contar conmigo.
– ¡Qué amable! -exclamó sintiéndose halagada de que se hubiera acordado de ella antes de irse de viaje.
– ¿Tienes algún problema? -preguntó ansioso Lubor.
Tenía el de su auto, pero si Ven no había podido conseguir que el taller lo entregara hasta el martes siguiente, seguro que Lubor no podría hacer más.
– Ninguno -y luego tratando de disimular su curiosidad, tuvo que preguntar-: ¿Cuánto tiempo estará el señor Gajdusek de viaje?
– ¿Quién sabe? -respondió Lubor-. Una semana o más -y mientras Fabia empezaba a decidir que tenía que pasar por su auto y regresar a Inglaterra, aunque no hiciera la entrevista y no volviera a ver a Ven, Lubor cambió de tema y preguntó-. ¿No quieres salir a cenar esta noche conmigo?
Ella estaba más que preparada para saber que Lubor tenía la inclinación de tornar cualquier invitación en una reunión de amor, aunque como no podía hacer más que coquetear sentado en la mesa, no veía ningún peligro en aceptar. Abrió la boca para sugerir que quizás ella lo podría invitar a cenar a su hotel, eliminando así la posibilidad de que él tuviera ocasión de abrazarla cuando fueran en el auto y luego descubrió que en vez de sugerir le estaba preguntando:
– ¿Te pidió el señor Gajdusek que me invitaras? -y se quedó pasmada de su atrevimiento y de tener a Ven siempre en mente.
– No -respondió Lubor con naturalidad-. De hecho es interesante que me haya pedido que sólo hable contigo de asuntos impersonales -y cuando Fabia contuvo el aliento por la implicación que veía en dicha declaración Lubor prosiguió-. Yo soy quien te está invitando, porque quiero verte. Por lo que respecta al señor Gajdusek, creo que quiso subrayar que debo ayudarte con tus problemas, pero sin intimidar contigo. ¿No es obvio que cuando uno se involucra emocionalmente con un problema no puede resolverlo tan bien como cuando uno es objetivo?