– Sí -asintió Fabia, pero lo que era más obvio para ella era la indicación de Ven de que Lubor fuera impersonal en su trato con ella, y que eso quería decir, que no confiaba que ella no fuera a hacerle preguntas sobre él. Le dolió que Vendelin pensara que ella haría la maldita entrevista por medio de Lubor, y se sintió segura de que no le simpatizaba el señor Gajdusek ya no digamos que le resultara atractivo. ¡Jamás hubiera soñado pedirle información a Lubor!
– Todavía no has respondido a mi pregunta -le recordó Lubor, cuando ella casi la había olvidado por un momento-. Pienso llevarte a un koliba, verás como te va a gustar -le prometió.
– Yo… -ella abrió la boca y estaba lista a invitarlo a que fuera a cenar a su hotel, pero al pensar, quién sabe por qué, que Ven debía estar disfrutando esa noche en Praga, con alguna mujer checa maravillosa, no le cabía la menor duda, sin tener la menor idea de lo que era un koliba cambió de opinión-. Me encantaría ir contigo -aceptó contenta-. ¿A qué hora pasarás por mí?
Fabia estaba lista y esperando cuando Lubor fue por ella a las seis cuarenta y cinco, esa tarde.
– Te ves preciosa -dijo y la joven aceptó el halago.
– Me está esperando un taxi -señaló él mientras la llevaba fuera del hotel-. Está prohibido tomar y manejar, después de beber, en toda Checoslovaquia.
Un koliba es un gran restaurante con paredes de madera tipo chalet que, en ese caso, estaba ubicado en medio de grandes pinos. Fabia subió los escalones con Lubor hasta la entrada que tenía cortinas de cuadros rojos y blancos y los condujeron hasta su mesa. Todavía miraba alrededor admirada cuando Lubor comentó:
– No sabes qué gusto me da que hayas aceptado cenar conmigo esta noche.
– Nunca había estado en un koliba -murmuró la muchacha, pensando que era la hora de empezar a defenderse.
– ¿Te gusta?
– Mucho -respondió rescatando su mano ya que Lubor había decidido tomarla.
– Tienes unas manos encantadoras -murmuró el hombre como para excusarse de su ímpetu.
– ¡Ay, Lubor! -Fabia se rió sin saber qué otra cosa hacer. Era un buen joven, y era simpático, pero carecía del encanto natural de Ven y el resultado de tanto esfuerzo era que, en vez de atraerla, le producía risa.
Él no se inmutó y la chica empezó a estudiar el menú. Luego, viendo que Fabia no podía entender ni una palabra, le preguntó:
– ¿Qué te gustaría comer?
Para decir verdad ella había perdido el apetito. Pero, como era su invitada y tenía que consumir algo, volvió a mirar el menú y sonriendo le sugirió:
– ¿No quisieras ordenar por mí, por favor?
Él pidió el polovnicky biftek, smavené hranolky y velká obloha, que cuando lo sirvieron resultó ser un plato de filete, papas fritas y verduras. Ambos ordenaron un vaso con cerveza y a pesar de su poco apetito, Fabia terminó de cenar mejor de lo que había anticipado. Aunque la mayor parte del tiempo lo pasó defendiéndose de sus comentarios aduladores o rompiéndose la cabeza por hacer algún comentario propio, que no fuera acerca de su patrón. Pero descubrió que quería hacerle mil preguntas sobre Vendelin. Por algún motivo sentía que necesitaba saber todo lo que pudiera acerca de él, y allí estaba el conflicto, porque cualquier cosa que ella hubiera preguntado o averiguado, no hubiera sido para algún artículo de su hermana, sino para su uso privado y personal.
Pero no podía hacerle preguntas a su acompañante acerca del hombre que tanto la fascinaba. Y quizá Lubor no estaría dispuesto a responderle. Podía ser un mujeriego de primera, pero ella ya se había dado cuenta de que aparte de eso, él era muy leal a su patrón.
Como no intentaba entonces hacerle preguntas sobre Ven, le costaba trabajo formular comentarios superficiales y cordiales sobre Lubor. Él no necesitaba que lo entusiasmaran, como ya había descubierto el martes pasado.
– ¿Has vivido aquí desde hace mucho tiempo? -expresó Fabia, al fin, después de una pausa en la que ordenaron una segunda cerveza.
– ¿Mariánky? -suponiendo que esa era una versión de Mariánské Lázne ella afirmó con un movimiento de la cabeza y Lubor sonrió-. Sólo desde que trabajo para el señor Gajdusek -pero no resistió proseguir-. Me parece que estaba destinado a venir aquí… -hizo una pausa para lograr mayor efecto y añadió-, para esperarte.
Fabia sintió que hubiera sido cruel reírse de nuevo, pero sintiendo que no podía arriesgarse a tomarlo en serio, no supo qué responder, y decidió:
– Ha sido una velada muy agradable… -y le dio gusto que él entendiera el mensaje.
– ¿Ya quieres regresar al hotel?
Todavía era temprano y aunque había disfrutado de su compañía y de tener a alguien con quién conversar en inglés, le parecía agradable acostarse temprano.
– Si no te importa…
– Con mucho gusto -le aseguró el joven y de inmediato fue a ordenar que pidieran un taxi.
Cuándo llegaron al hotel, comprendió Fabia que había un malentendido sobre el motivo de que ella quisiera regresar temprano al hotel. En el taxi Lubor no había hecho más que tomarla de la mano y después ella pensó que era natural que la quisiera acompañar al ascensor ya que Ven había hecho lo mismo la noche anterior.
Sin embargo cuando llegó al ascensor y ella se volvió para despedirse como lo había hecho con Ven, Lubor la tomó en sus brazos con una rapidez y una experiencia que no pudo ni parpadear. Cuando la chica quiso empujarlo, entró con ella al ascensor y cuando las puertas se cerraron la estrechó aún más e intentó besarla en la boca.
Sin embargo para cuando llegaron al piso donde estaba el dormitorio, Fabia no le dejó duda alguna de que no la había complacido su atrevimiento.
– ¡No! -le gritó enfurecida-. ¡Ne! -le dijo en checo, y ¡Non! ¡Nyeht!, añadió en francés y en ruso. Y cuando se abrieron las puertas del ascensor, por si acaso no había comprendido el mensaje, lo empujó con todas sus fuerzas lejos de ella gritándole al mismo tiempo-. ¡No te vuelvas a atrever a hacer eso conmigo! -y salió corriendo antes que él pudiera reaccionar.
Le tomó más de media hora tranquilizarse y comprender que quizás había exagerado respecto al abrazo de Lubor. Pero antes Ven la había acompañado hasta el mismo lugar y sólo le había dado un beso en la mejilla. Lo que Lubor acaba de hacer era un insulto a ese recuerdo. Y además no quería que el secretario de Ven la besara. De hecho no quería que nadie la besara… excepto… ¡Con un demonio!, Fabia se acostó a dormir.
Al día siguiente bajó a desayunar vestida y bañada a las ocho de la mañana. Estaba cruzando el vestíbulo para regresar a su habitación cuando el amable muchacho recepcionista salió de su lugar, tras el escritorio, y se paró frente a ella.
– Tiene usted una llamada, señorita Kingsdale -sonrió y añadió-. Puede contestar en mi escritorio si quiere.
– Gracias -respondió ella, protegiéndose también con una sonrisa mientras acudía al teléfono porque su corazón empezó a latir con extrema velocidad.
– ¿Hola? -dijo ella y un instante después escuchó el tono apologético en la voz de Lubor.
– Fabia, ¿qué pensarás de mí? -preguntó lamentándose en cada palabra.
– Ah, buenos días, Lubor -respondió ella con amabilidad, sintiéndose un poco avergonzada al recordar su expresión de sorpresa ante su iracunda reacción, después de su conducta seductora.
– ¿Podrás perdonarme alguna vez? -le suplicó y Fabia empezó a sentir incomodidad porque, ¿cómo podía decirle en público que no fuera tan imbécil?
– Claro que sí -respondió ella y de inmediato se arrepintió porque Lubor preguntó:
– ¿Y qué piensas hacer hoy? -para decir verdad Fabia se había hecho ya la misma pregunta. Pero aunque le era simpático Lubor, no estaba segura de que quisiera volver a salir con él después de la noche anterior, si era eso lo que tenía en mente.