– Hmm, ¿qué piensas hacer tú? -fue lo único que se le ocurrió responder.
– Yo… tengo que trabajar.
– Ah, sí me lo habías dicho -recordó ella. Luego, de pronto, preguntó-. ¿Se llevó el señor Gajdusek a Azor?
– ¡Azor! -Lubor quedó atónito por la pregunta, pero después no le pareció malo revelar-. Creo que el perro no se acomoda a la vida de la ciudad… se quedó en la casa.
– ¿Vas a ir tú para allá?
– ¡Claro! Allí tengo mi oficina.
– Entonces, ¿crees que podría llevar a Azor a dar un paseo?
– ¿Quieres sacar al animal a dar un paseo? -era obvio que Lubor pensaba que debía estar loca.
– ¡Es fabuloso! -contestó ella.
– ¡Quisiera ser yo el perro! -Lubor suspiró y ella tuvo que reírse.
– ¿Crees que podría? -insistió ella.
– ¿Sabes algo acerca de los perros?
– Tenemos muchos en casa.
– Entonces le preguntaré a Ivo. Él se encarga de pasearlo cuando su amo no está en casa.
Fabia terminó la conversación anticipando con entusiasmo la alegría de estirar las piernas en compañía de Azor. Como el día estaba nublado, se vistió con ropa gruesa y tomó un taxi a la casa del escritor.
Cuando tocó el timbre le abrió la señora que lo había hecho la primera vez, la que hablaba un poco de inglés. Era al parecer una sirvienta y se llamaba Dagmar.
– Venir conmigo -le sonrió la mujer y Fabia percatándose de que la estaban esperando, entró y vio que Lubor salió de una puerta al fondo del vestíbulo.
– Gracias, Dagmar -le dijo a la sirvienta, y con una amplia sonrisa llevó a Fabia a buscar a Ivo y a Azor.
Para alegría de la joven, Ivo recordaba que ella había paseado con el perro y su amo el lunes pasado, él los había observado; y en ese momento cuando ella acarició al dobermann, se sintió a gusto con el animal.
– Tengo la noche libre -mencionó Lubor cuando Ivo le entregó a Azor, y luego la condujo a la parte trasera de la casa.
– Ah… un… Temo que estoy muy atrasada con mi correspondencia -se excusó ella, esperando que la comprendiera.
– ¿Te soy antipático por lo que hice? -le preguntó, parecía genuino su sentimiento de modo que ella se apresuró a tranquilizarlo.
– Lubor, ¡tú eres formidable! -le dijo y el perro se adelantó-. ¡Nos vemos! -añadió sonriendo y salió tras el animal.
Azor estaba muy bien entrenado, incluso, aunque ella no conocía las órdenes en checo, era un animal inteligente que sabía responder a su tono de voz. Por ello era un placer caminar con él y le extrañaba que sintiera como si algo le faltara. Claro que el lunes, Ven había estado con ellos. Por Dios, debo estar loca, pensó irritada y se concentró en Azor durante las siguientes dos horas.
Lubor debió ver desde la ventana de su oficina cuando regresaron, porque estaba allí cuando llamó a la puerta. Como nunca perdía una oportunidad, sugirió:
– ¿Y mañana?
– Llámame por teléfono -ella sonrió y le entregó la correa de Azor-, necesita tomar agua -luego se despidió de Azor-. Adiós, mi adorado animal.
El hotel estaba cuesta abajo por eso la caminata fue ligera. De todas maneras estaba acalorada cuando llegó a su habitación, de modo que se bañó, se cambió de ropa y supuso, ya que era la hora del almuerzo, que debería ir a tomar algo.
Estaba comiendo sin mucho apetito un omelette de queso cuando empezó a sentirse inquieta. No era sorprendente dados sus problemas. Si tan sólo tuviera un auto. ¿Eso no resolvería la pesadilla de la entrevistas, verdad?
Al recordar su objetivo, Fabia pensó que Ven había creído necesario prevenir a Lubor de que ella podía preguntarle cuestiones personales acerca de él. Y, en ese momento, dolida, perdió por completo el apetito.
Regresó a su habitación dejando casi todo su platillo y trató de olvidar a Ven Gajdusek. Pero, al ver que era imposible, se puso impaciente y decidió salir a pasear al pueblo.
Estaba decidida a no dejar que él le quitara todo su apetito y esa noche cuando bajó a cenar lo hizo con ganas, pero regresó a su dormitorio y de nuevo no pudo dejar de pensar en el condenado hombre.
Casi lo había logrado cuando sonó el teléfono. Debe ser Lubor, pensó sintiendo culpa ya que no había escrito ninguna carta todavía. No se imaginaba para qué la llamaba, pero cuando volvió a sonar tuvo que contestar.
– Hola -dijo con cuidado y luego casi lo dejó caer. ¡No era Lubor, era Ven!
– No estaba seguro de encontrarte -señaló arrastrando la voz, y su tono le desagradó a Fabia. Tampoco le gustó la insinuación de que no había conseguido ninguna cita para salir esta noche. Pero más que nada, le disgustaba el hecho de que le hubiera dado instrucciones a Lubor respecto a ella. Y se notaba en su tono al responder.
– Si hubiera usted llamado anoche no me hubiera encontrado -señaló con frialdad y un poco de altanería.
– Se supone entonces que algún hombre te llevó a cenar -murmuró Ven con un tono aún más frío. Y antes que ella pudiera pensar en algo astuto que responder-. ¿Cuántos hombres conoces en Mariánské Lázne?
– A dos -replicó ella-, y uno de esos parece haberse ido a Praga.
– ¡Y todavía está allí! -exclamó Ven. Antes que ella pudiera reaccionar-. ¿Has visto a mi secretario?
Eso la volvió a lastimar. Era obvio que Ven no quería que ella tuviera ninguna conversación con Lubor.
– Estaba en su casa cuando fui a llevar a caminar a Azor -declaró ella.
– ¡Sacaste a caminar a mi perro!
– Caminamos millas, ¿no le importa? -el golpe en su oído cuando él colgó el auricular le indicó que sí le importaba, y mucho.
Hasta después Fabia se percató de que estaba temblando. ¿De qué se trataba? Se dejó caer en el lecho y descubrió que le llevó bastante tiempo reponerse.
Repasó varias veces la conversación con Ven y no pudo comprender, ¿qué demonios le habría pasado? ¿Por qué ella se había sentido tan, tan vulnerable, tan irritada con él a pesar de lo desesperada que estaba su hermana por la entrevista?, con su conducta altanera, sin duda acaba de perder cualquier posibilidad de obtenerla.
No tenía idea del motivo por el cual la había llamado, aunque cabía la posibilidad de que, habiéndose ido cuando prometió pensarlo, quizá había llamado para sugerirle alguna alternativa. Incluyendo tal vez, la posibilidad de permitirle interrogarlo por teléfono.
De cualquier manera, había arruinado la oportunidad. Diez minutos después comprendió que tendría suerte si su hermana volvía a dirigirle la palabra ya que Cara tenía puestas todas sus esperanzas y su corazón en lograr esa entrevista.
Durante algunos minutos pensó si a su hermana le hubiera ido mejor. Aunque siendo ella una excelente profesional no cabía duda. No hubiera permitido que se enfadara llevando a pasear a su perro, de eso estaba segura.
Con el ánimo hasta los pies, Fabia se preparó para acostarse. Pero no dejó de pensar en Ven, ni cuando sintió mucho sueño.
Como a las dos de la mañana empezaba a quedarse dormida y volvió a sonar el teléfono. De inmediato se despertó y sintiendo fuertes latidos del corazón, encendió la luz. En lo primero que pensó fue en Ven, pero luego asombrada y contenta escuchó la voz de su hermana.
– ¡Cara! Ay, qué gusto me da oír tu voz. ¿Adónde estás?
– Todavía estoy en Estados Unidos, y me acabo de percatar de que debe ser cerca de medianoche en Checoslovaquia. ¿Te desperté?
– No tiene importancia. ¿Cómo está Barney?
– Han estado mal las cosas. Te juro que han estado muy mal -respondió lamentándose-. Y aunque está mucho mejor, el pobre no ha logrado salir de su enfermedad. Ayer empezaron un nuevo tratamiento y ya está respondiendo.
– Gracias a Dios -murmuró Fabia y después de unos minutos de hablar sobre la enfermedad de Barney, preguntó-: ¿Y tú cómo estás?