– ¿Vamos a ir? -preguntó la joven lista para suplicarle si fuera necesario.
– Claro que sí -respondió él con buen humor.
Fabia creía que recordaría para siempre el atravesar, con Ven, el puente que conducía a la sección de la pequeña Praga, Mala Strana. La ciudad estaba dividida en dos por el río Vltava, y dieciséis puentes unían las dos mitades. Pero el puente Charles, con su suelo de ladrillos y sus altos extremos góticos, era el más antiguo. Aunque no fue sólo el puente y sus impresionantes esculturas barrocas lo que Fabia encontró inolvidable, sino también los dos cisnes en el río, la mano de Ven en su hombro guiándola, el estar de pie junto a él mientras observaba a los artistas trabajar, el hombre tocando el violín, el sonido de una flauta confundido con la voz de alguien que vendía trastos viejos. El momento más glorioso para ella fue cuando de pronto, el sol salió y, al mismo tiempo, una urraca empezó a cantar con todas sus fuerzas.
– No necesito preguntarte si disfrutaste esto -comentó Ven cuando dejaron atrás el puente y él la miró a los ojos que le brillaban con deleite.
– Fantástico es poco decir -respondió la joven en voz baja y sintió como si estuvieran muy unidos.
Empezó a sentirse diferente una hora después; entraron a la suite del hotel, ella lo miró para darle las más sinceras gracias cuando se detuvieron en la sala, pero Ven se adelantó diciendo:
– ¿Estás cansada?
Era una pregunta natural, se dijo Fabia considerando que habían caminado millas ese día. Sin embargo ella no se sentía cansada, negó con la cabeza.
– Ha sido un día tan maravilloso -respondió honestamente, y de pronto; cuando él la miró a los ojos, ella no pudo bajar la vista. ¡Sintió que Ven se sentía igual que ella!, pero un instante después vio que estaba muy equivocada porque él se alejó y le informó fríamente:
– Tengo un compromiso esta noche. ¿No te importaría cenar sola?
Ella sintió un cúmulo de emociones y le fue difícil encontrar una voz tan fría como la de él para responder:
– ¡Claro que no! -y todavía pudo añadir con tono ligero-: Comí mucho en el almuerzo, así que creo que pediré algo sencillo para cenar aquí -y encaminándose a su dormitorio antes de que sus emociones la delataran le confesó-. Ya has sido demasiado bondadoso. Muchas gracias, Ven -añadió con cordialidad y escapó… ¡furiosa!
No fue a la sala hasta que estuvo segura de que él se había ido.
¡Esperaba que se divirtiera! Le importaba un comino; por amor de Dios sólo tenía un compromiso esa noche. Ni estaba celosa en lo más mínimo, ni quería saber con quién era la cita, pero podía apostar que no era con el hermano que vivía en Praga.
La fastidiaba intensamente el haber pensado por un momento que el horrendo sentimiento que sintió cuando él le dijo que tenía un compromiso fuera de celos. Como si le importara. No, lo que la había enfurecido tanto era que cuando le había preguntado con tacto, que si estaba cansada, esperaba que ella dijera que sí para sugerirle que se acostara temprano. ¡Al diablo con él! ¡Dejaría que mencionara al día siguiente que quería recorrer de nuevo Praga!, entonces ya vería.
Fabia no durmió bien esa noche y cuando Ven entró sin hacer ruido en la madrugada del martes ella estaba despierta, y lo oyó llegar.
No tenía intenciones de desayunar con él y decidió quedarse en su habitación todo el tiempo que pudiera aguantar, pero se había levantado temprano y estar allí sin hacer nada la estaba irritando.
¡Era ridículo! se dijo, y tomando la bolsa de cosméticos fue a la puerta y escuchó. Como no oyó ningún ruido salió y corrió hasta el baño atravesando la sala.
Claro, a pesar de ser una persona acostumbrada a levantarse temprano, por lo que había visto ayer, él todavía estaba roncando; así explicó Fabia el hecho de no haberlo visto por allí. ¡Sin duda estaría soñando con su compañera de anoche!
– ¡Con un demonio! -se dijo, y furiosa consigo misma tanto como con él por permitir que sus pensamientos la hirieran tanto, abrió la llave de la regadera y trató de ahogar allí sus ideas.
Media hora después, con su bata de algodón y una toalla sobre los hombros y con su cabellera recién lavada, salió del baño.
Como era de esperarse, cuando estaba segura de que con la cara brillante y con el cabello mojado se veía peor que nunca, Ven abrió la puerta y entró en la sala.
Por un segundo Fabia, sorprendida, no supo qué decir, pero no Ven. Mientras ella notaba por el periódico que no era ningún flojo ya que se había levantado temprano a buscarlo él observó su mojada apariencia y fingiendo no haberla visto exclamó:
– ¡Es una sirena!
¿Qué podía ella hacer?, pues emitió una carcajada.
– Buenos días -le dijo sintiéndose contenta y asombrada de que unos minutos antes había estado iracunda y corrió a su dormitorio para secarse el cabello.
A pesar de su firme intención de no desayunar con Ven, él ya estaba parado junto a la mesa, servida para dos, cuando ella regresó a la sala, pensó que sería de lo más infantil actuar como intentaba. Sobre todo porque él parecía esperarla y había acercado una silla para ella.
– Gracias.
– ¿Qué planes tienes para hoy? -preguntó él aceptando la taza de café que ella le sirvió.
– Yo… -acababa de descubrir que tenía una personalidad anterior que no era confiable y que podía debilitar su resolución de la noche anterior de que si le ofrecía acompañarla a conocer la ciudad le iba a decir qué podía hacerlo que quisiera-. Yo… um… no quiero ir muy lejos -respondió esa parte de su personalidad que era más severa cancelando las posibilidades de dicho ofrecimiento.
– ¡Qué bueno! -respondió de inmediato Ven-. Yo también prefiero caminar entre prados -declaró y añadió con naturalidad-. ¿Quieres venir?
¿Un paseo por los prados no era ir muy lejos verdad? Nadie podría negarse.
– Me parece una magnífica idea -respondió la chica antes de darse tiempo a seguirlo pensando.
Estaba feliz de su decisión cuando ella y Ven salieron del hotel. De hecho, se sentía mucho más contenta de lo que había estado. Tanto así que descartó todo recuerdo de haberse jurado salir sola ese día. Al día siguiente, se dijo, aunque claro que Ven no iba a ofrecerse a acompañarla por tercera vez, pero si lo hacía insistiría en salir sola. No había visto todavía la plaza de San Wenceslas, y ver la plaza que llevaba el nombre del santo patrón del Reino de Bohemia era un requisito para cualquier turista en Praga.
Habiendo tomado esa decisión Fabia se entregó por completo al deleite de caminar acompañada de Ven.
Él la llevó a Petrín Hill, un área de parques con un funicular que llegaba a la cima de la colina desde donde podía admirar espléndidos panoramas.
– ¡Qué tranquilidad se respira aquí! -exclamó Fabia mientras paseando, iban cuesta arriba por senderos bordeados de frondosos árboles.
– Sabía que te iba a gustar -comentó él y Fabia se concentró en las violetas y otras flores, porque se emocionó al comprender que Ven había tenido la intención de llevarla allí, aunque le hubiera hecho la invitación tan repentinamente.
De pronto le llamó la atención una ardilla roja que salió de algún sitio y sin esfuerzo alguno, al parecer Fabia corrió sobre el césped y de allí como lanzada por un resorte brincó hacia arriba de un árbol.
– ¡Mira! -le dijo la joven y miró de reojo a Ven descubriendo que la estaba mirando a ella!
– Eres una amante de la naturaleza -indicó y Fabia comprendió que lo respetaba mucho.
Después de ese suceso la mañana estuvo llena de paisajes y sonidos y para Fabia incluso el aire tenía un especial aroma. Deambularon por un jardín de rosales aunque todavía no habían florecido. Todo era verdor en prados, árboles y matorrales, adornados éstos con pensamientos, violetas y otras flores y los pájaros trinaban.