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En ese momento empezó una violenta tormenta, la lluvia empezó a golpear las ventanas se escucharon rayos y truenos, de modo que ella tuvo miedo y se tapó con la colcha. Un poco después, mientras la tormenta continuaba, Fabia, cargada de culpa, se durmió. No le sorprendió entonces que tuviera pesadillas, ni que teniendo al hombre que amaba siempre en sus pensamientos apareciera en sus sueños. ¡Ven estaba en peligro, ella se agitó! ¡Debía ayudarlo! ¡Tenía que ir a buscarlo! Se movió violentamente y empezó a despertar justo cuando, afuera del hotel, se escuchó el chirrido de los neumáticos de un auto al frenar con brusquedad.

Lo siguiente que escuchó fue el choque de metal contra metal y un instante después, Fabia saltó de la cama y se dirigió a la puerta. Ven, tenía que ir a ayudarlo.

En un minuto salió corriendo de su habitación a la sala. De pronto sintió la luz en sus ojos y se detuvo, parpadeó y fue entonces que vio que Ven no estaba en peligro.

– ¿Qué te pasa, Fabia? -le preguntó él, alejándose del balcón donde debió haberse asomado y se acercó a ella.

– Yo… este… -ella luchó para aclarar sus pensamientos. Ven estaba bien y no importaba qué hora era pero… no estaba acostado y como lo vio vestido, pensó que acababa de entrar o que leía cuando escuchó el choque de los autos-. Creo que estaba soñando -musitó sintiéndose como una tonta y lo miró tratando de disculparse, pero más que nada queriendo regresar a su habitación con algo de dignidad.

Aunque con sus ojos, somnolientos se fijaron en los ojos negros de Ven descubrió que no había allí señal de que la considerara tonta. Lo que más había allí era ternura y murmuró:

– Pobre drahá -expresó mientras levantaba una de las cintas del camisón de Fabia que había resbalado por su hombro.

Ella se percató entonces de que podía regresar en ese instante, con dignidad a su habitación, pero el contacto de su mano en el hombro la hizo estremecer; él le encantaba así, tierno y bondadoso. Y lo que fuera que quería decir drahá le había gustado también.

Así que, mientras la parte racional de su conciencia la hizo volverse para regresar a su dormitorio, la otra parte, la que lo amaba y la hacía estremecerse, la hizo esperar un momento.

– ¿Hu… hubo un choque? -replicó él y para ayudarla colocó su brazo alrededor de su hombro desnudo y caminó hacia su dormitorio.

– ¿Crees que hay heridos? -insistió ella, sintiendo que temblaba por dentro.

– Lo dudo por la forma en que los dos conductores salieron de sus vehículos listos para matarse -respondió Ven y se detuvo en la puerta del dormitorio de Fabia.

Allí era donde ella debía despedirse, e intentaba hacerlo. Sólo que volvió a mirarlo a los ojos y vio de nuevo su ternura. Abrió la boca, pero no pudo pronunciar ni una palabra y entonces, casi imperceptiblemente aunque estaba segura de que lo había sentido, él la apretó un poco con el brazo.

– ¡Ay, Ven! -se quejó, sintió que la apretaba mucho más y que había levantado su otro brazo para estrecharla.

Compartieron un beso. Un beso que ella había ofrecido y a medida que su corazón empezó a cantar sus brazos se entrelazaron en el cuello de Ven.

Habían desaparecido sus pesadillas, sus pensamientos tormentosos. De hecho, abrazada a él mientras continuaba besándose, ni siquiera podía pensar. Y cuando Ven se despojó de su chaqueta, deseó para estar más cerca de él, que si estaba soñando no quería despertar.

– ¡Fabia! -murmuró en su oído mientras ella apretaba su cuerpo casi desnudo contra el de él.

– ¡Ven! -susurró y no se dio cuenta de que habían entrado al área oscura de su habitación.

La luz de afuera y la de la sala los iluminaba y Ven la guió hasta su cama y allí se sentó junto a ella.

– ¡Fabia hermosa! -murmuró él y con sus manos cálidas acarició su espalda y luego le besó las mejillas.

Ella jadeó de placer cuando los besos continuaron hasta sus senos. Esa vez ella no tuvo objeción cuando él, con calma, le desató las cintras del camisón. Luego, con los ojos fijos en los de ella, bajo la tenue luz, dejó que el camisón se deslizara hasta abajo de su cintura.

– Moje mita -le dijo él con cariño y alejándose admiró sus blancos y sedoso senos. Exclamó algo en su idioma y luego murmuró:

– ¡Querida! -y con ternura le acarició el cuello.

– ¡Ay, Ven! -ella se estremeció de placer y de pasión, porque él la siguió acariciando-. Yo también quiero acariciarte -murmuró con un poco de timidez en la voz.

Para alegría suya, Ven no sólo escuchó sino que comprendió y con discreta gentileza, la besó en la boca mientras se quitaba la ropa.

Fabia lo volvió a abrazar y descubrió que ya no tenía la camisa puesta. Ella quería gritar su nombre, pero él volvió a besarla y la joven sintió que lo amaba, que lo deseaba, que lo necesitaba. Ven la recostó sobre su espalda y cuando le quitó el camisón por completo ella no protestó.

– Eres tan exquisita -murmuró el escritor con voz ronca y la besó desde la cintura hasta su boca.

¡Mi adorado, adorado!, deseaba ella gritar y cuando él se acostó con ella y entrelazaron su piernas, ella se percató de que no llevaba puesto su pantalón.

– ¡Ven! -exclamó con alegría y comprendió que pronto sería suya.

Y eso era lo que ella deseaba pero parecía una tontería que, mientras la acariciaba y su cuerpo entraba en contacto con su virilidad, ella se sentía presa de pánico.

– ¡Oh! -expresó y se alejó de él, pero su reacción fue momentánea-. Lo siento -le susurró casi al mismo tiempo. Y para que Ven se convenciera de que lo sentía de veras lo abrazó con ambos brazos y lo acercó a ella, pero el daño estaba hecho y Ven se resistió.

Cuando él se alejó por completo, ella se quedó horrorizada. Sintiéndose aturdida, observó cómo él se sentó en el borde de la cama vio que recogía su camisa y su pantalón.

– Te dije que lo siento -exclamó la joven con ansiedad-, por favor, Ven -le suplicó, su cuerpo clamaba por él.

Escuchó algún adjetivo rudo en checo y luego:

– ¡Olvídalo! -espetó mientras se ponía de nuevo su pantalón.

– ¿Olvídalo? -repitió ella atónita-. ¿Pero qué…? ¿Qué hice? -preguntó ella, sabiendo, por instinto, que había algo mal allí aparte de su inesperado momento de pánico-. ¿Hice algo mal?

– Y como -refunfuñó él y se detuvo en la puerta para agregar con tono salvaje-: ¡Nunca me gustaron las mujeres tan empalagosas!

Fabia se quedó mirando la puerta después de que él la cerró con cuidado. De hecho, estaba acostada donde él la había dejado herida, lastimada y tratando de comprender lo sucedido cuando unos minutos después, en el silencio de la noche, escuchó que se cerraba la puerta de la suite. ¡Ven se había ido!

En ese momento un tumulto de emociones se apoderó de ella, se preguntó que fue lo que lo hizo decir lo que dijo y luego… irse de la habitación con tanta calma. "¡El cerdo, el puerco, el rata!", le dijo. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso a ella? ¿Cómo se había atrevido a llevarla a las puertas del paraíso y luego soltarla, así nada más?

Fabia todavía se sentía furiosa cuando después de una hora se percató de que Ven no había regresado. Sin duda había ido a buscar otros brazos menos empalagosos decidió iracunda y celosa. Bueno, "vete al diablo querido", pensó enardecida y orgullosa. Con certeza de que había sido la última vez que lo vería salió de la cama, se bañó y se vistió.