"¡Empalagosa!", recordaba. ¡Cara o no Cara, era el colmo!, sacó la maleta e iracunda empezó a guardar allí sus pertenencias, decidida a tomar el primer avión que saliera de Praga.
Ya estaba a punto de amanecer, pero cuando salió el sol por completo, aunque ella y su orgullo estaban seguros de que primero lo mandaría al infierno que volver a hablarle, ciertos detalles prácticos había entrado en su cabeza.
Su otra maleta estaba en el hotel en Mariánské Lázne. Y a pesar de que no le importaba dejarla allí, ¿qué iba a hacer con su auto? Era el regalo de sus padres, de cuando cumplió dieciocho años de edad ¡Le harían bastantes preguntas!
La había lastimado y quería curar sus heridas en privado. Su orgullo le exigía que nadie, incluyendo sus padres, debía saber que estaba sufriendo, sangrando por dentro.
Fabia lloró acostada en la cama y decidió pensar en su situación. Pero, por más que deseaba no regresar a Mariánské Lázne, tuvo que aceptar que esa era su única opción.
Sintió cierto alivio por el hecho de que no tendría que volver a ver a Ven Gajdusek de nuevo. Aunque el destino parecía reírse de ella, pues recordó que por la manera en que la había dejado, haría lo imposible para evitar encontrársela, ni por accidente.
De todas maneras, si tenía suerte, y ya era tiempo de que la tuviera, era posible que el taller hubiera dejado su auto en el hotel o que, al menos, hubiera llamado por teléfono para decir que estaban esperando que lo fuera a recoger.
Fabia cerró la maleta y llamó a la recepción para que le informaran acerca de los horarios de los trenes. Con un poco más de suerte, y si los transportes la favorecían, podía salir el mismo día de su llegada de Mariánské Lázne y, aunque tuviera que ir al taller por su auto, podría cruzar esa noche la frontera de Checoslovaquia camino a Inglaterra.
Antes de las ocho de la mañana, Fabia abandonó el hotel y poco después estaba en la estación de trenes de Praga. A las ocho cuarenta y siete salió su tren para Mariánské Lázne. La primera etapa de su misión había acabado.
El tren debía llegar a su destino a mediodía, lo que le permitiría, libre de otras ocupaciones, repasar una y otra vez todo lo que había sucedido.
Se había acercado demasiado a Ven cuando estaba entre sus brazos, tenía que admitirlo, pero era porque lo amaba. Claro que él no le correspondía, ni ella esperaba que lo hiciera, pero no se había resistido cuando le iba a hacer el amor, ¿no era cierto? ¡Qué esperaba de ella, por amor de Dios!
Durante la siguiente hora Fabia alternó entre la ira de que la hubiera conducido a tanta pasión sólo para detenerse cuando ella respondió, y entre el desaliento de que él la pudo trastornar tanto que no tenía ni idea de dónde estaba.
Trató de pensar en otras cosas, pero fue en vano. Pensó en otros sucesos desde que había llegado a Checoslovaquia y concentró sus pensamientos en Lubor, que no pensaba que ella era bastante empalagosa. Pero para enfado suyo sus pensamiento volvieron a Ven, y comprendió cuál era el motivo por el cual se había indignado tanto cuando Lubor trató de besarla el viernes anterior. Ya estaba enamorada de Ven sin saberlo. Los labios de Lubor no eran los labios indicados y ella lo había sabido inconscientemente. ¡No eran los correctos!
Claro que Ven Gajdusek no abrigaba tan delicados sentimientos, ni consciente ni inconscientemente. Ella le importaba un comino y para demostrarlo había ido, probablemente, de su cama al lecho de otra mujer.
Debido a algún retraso inesperado su tren llegó tarde a Mariánské Lázne, y ya eran las doce y media cuando tomó el taxi que la llevaría al hotel que había dejado desde… ¿eran sólo tres días atrás?
Sabría por fin si había noticias para ella. Con una sonrisa brillante, preguntó:
– ¿No ha llegado mi auto…? ¿Hay algún mensaje para mí del taller? -el tono de su voz era amable, la atendía el joven al que había visto tantas veces antes y quien, por su amplia sonrisa, se acordaba de ella.
– Temo que no, señorita Kingsdale -se disculpó y mientras le pasaba una tarjeta de reservación para que ella la llenara, Fabia, pensando en otras cosas, empezó a hacerlo de manera mecánica.
– ¿Cuánto tiempo estará con nosotros? -preguntó él cuando ella le entregó el documento.
– Creo que nada más esta noche -respondió, ya que había esperado irse ese mismo día, pero como necesitaba un lugar donde hacer un balance de sus pensamientos y tener una habitación donde relajarse y pensar en privado, era una buena idea.
Lo primero que hizo llegando a su dormitorio fue ir a sentarse junto al teléfono y tratar de concentrar su atención en lo que tenía que hacer. Era importante llamar a sus padres para decirles que no la esperaran ese día. Pero, si llamaba primero al taller, tendría idea ya de cuándo podía regresar a Inglaterra.
Lo haría así, cruzó los dedos y decidió pedir ayuda al joven de la recepción. Iba a ocupar el teléfono, cuando sonó.
– ¿Hola? -dijo y no le hubiera sorprendido si la llamaran de la recepción porque no había llenado bien su tarjeta, pero no era el recepcionista, sino Lubor Ondrus, el secretario de Ven.
– ¡Qué bueno que te encuentro! -exclamó él para empezar.
Fabia no tenía idea de si Lubor sabía que ella se había ido a Praga con su patrón el domingo pasado, pero como no quería discutir el asunto y como él, tal vez, había llamado el día anterior y no la había encontrado, decidió suponer que no lo sabía.
– ¿Cómo has estado, Lubor?
– Extrañándote, claro -nunca perdía una oportunidad para coquetear.
– Estoy segura de que no me llamaste sólo para decirme eso -replicó ella que no tenía humor para sus bromas.
– Tienes razón, por supuesto, aunque siempre es un placer hablar contigo, sí, tengo algo especial que decirte -esperaba que no fuera a invitarla a salir y empezó a pensar en alguna excusa cuando-. Han entregado aquí tu auto, a la casa del señor Gajdusek. Pensé que querrías…
– ¡Allí está mi auto! -exclamó ella y al comprender que no tendría que salir a buscar el taller, rezó en silencio para agradecer su buena suerte-. Ahora mismo voy a recogerlo -le dijo a Lubor-. Adiós.
Siete minutos después, cuando iba en el taxi, se le terminó la euforia. Tendría que abandonar Checoslovaquia y no quería irse. El taxi enfiló hasta la colina, pasando cerca de la columnata, donde estaba la fuente musical y con el corazón adolorido Fabia deseó con toda su alma estar allí, en mayo, cuando tocara la fuente.
Pero no estaría allí y a medida que el taxi se acercaba más a la casa de Ven, ella trataba de tomar una actitud positiva para enfrentarse a la charlatanería de Lubor.
Pero no se sentía contenta cuando el auto la dejó en la casa. Y después de pagar al conductor, se quedó parada unos minutos contemplando la mansión, fotografiándola con su mente, porque sabía que no volvería a verla jamás.
Luego, de pronto, escuchó que alguien se acercaba y trató de olvidar su tristeza, pensando que Lubor la estaba esperando y que debió verla llegar desde su ventana. Aunque antes que ella pudiera acercarse notó que él había dejado salir a Azor, porque apareció corriendo el dobermann.
– ¡Azor! -ella lo llamó con cariño y sintiendo la necesidad de acariciar al animal que tenía un buen lugar en el corazón de Ven, se puso de cuclillas-. Te vas a meter en problemas saliendo solo, diablillo -le dijo a Azor, acariciándolo en la cabeza.
Estaba aún inclinada sobre el dobermann cuando comprendió que necesitaba un momento para controlar el nudo de emociones al pensar que jamás volvería a ver tampoco al perro.
Esa fue la razón por la cual escondió el rostro cuando escuchó que Lubor se acercaba y se detenía allí. Un segundo después, creyó haber recuperado el control de sí misma y miró los pies del secretario.