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En ese momento sí sentía que perdía el control porque al mismo tiempo que su corazón empezó a latir como loco en su pecho, recordó que la última vez que vio esos zapatos de color café, los llevaba puestos un hombre… en Praga.

Estaba segura de que su imaginación le estaba jugando un truco. Ya que sabía que Ven estaba en la ciudad, pensó que era posible que Lubor tuviera unos zapatos iguales.

Ella levantó la vista poco a poco y vio que conocía también el pantalón. Y, de pronto, angustiada, olvidando a Azor, se incorporó y descubrió que la estaban viendo unos ojos negros candentes. Ven… no estaba en Praga.

Trató de hablar, pero no pudo. Luego vio que no tenía que hacerlo porque, con una expresión de dureza que no había visto aún, Ven no perdió el tiempo para reclamar:

– ¿Me puedes decir quién demonios eres?

– ¿Qui… én? -tartamudeó Fabia, mientras su mente la hizo sospechar que quizá ya había descubierto él su engaño-. Yo… um… no sé de qué me estás hablando -y deseó haberse quedado callada.

– ¡Cómo que no! -se acercó a ella-. ¡Ciertamente no eres la reportera llamada Cara Kingsdale! -gritó él-. ¡Me debes una explicación, mujer! ¡Empieza a hablar!

Fabia ya sabía que si la descubría iba a ponerse furioso, pero al ver su rostro pálido por la indignación, "furioso" era poco. ¡Que el cielo me ampare!, rogó Fabia en silencio, porque sabía que estaba metida en un serio problema.

Capítulo 9

La chica luchó por controlar el pánico pese a que su corazón latía con rapidez. ¿Cuánto había averiguado… cuánto había adivinado? ¿Se habría ella delatado sin darse cuenta? Pero no teñía tiempo para seguir especulando porque Ven, dio un paso hacia adelante con obvia impaciencia, y Fabia empezó rápidamente a hablar.

– ¡Sí, me apellido Kingsdale! -quiso seguir el engaño.

– ¿Estás segura? -le gritó él antes de que ella pudiera recuperar el aliento.

– ¡Claro que estoy segura!

– De verdad tu nombre no es señora Barnaby Stewart? -preguntó él y Fabia dejó de temblar. Adivinó que ya no iba a tener cómo defenderse cuando con la expresión más severa que nunca, él le ordenó-. Terminaremos esta conversación adentro -y aunque Fabia hubiera preferido que sólo le hiciera entrega de las llaves de su auto y la dejara ir, comprendió que existen ciertas responsabilidades en la vida que uno tiene que enfrentar.

Sintiéndose más infeliz que nunca y considerando que en efecto le debía una explicación, entró con él y Azor a la casa. En el vestíbulo Ven le dio la orden al perro, de que se fuera de allí y luego caminó hacia la puerta de la sala.

– ¡Aquí dentro! -le ordenó con tono agrio y le abrió la puerta. No podía hacer más que obedecer-. ¡Toma asiento! -pareció gruñir.

Pero ella no quería sentarse, deseaba terminar lo más rápido posible el fastidioso asunto. De modo que se quedó de pie y preguntó:

– ¿Cómo lo averiguaste?

– Yo soy el que va a hacer las preguntas -la calló con un grito. Y mientras ella pensaba en eso, él murmuró algo en checo-. ¡Maldición, cómo lograste engañarme! -gritó y mientras ella pensaba que su indignación se debía al hecho de que ella había pretendido ser una reportera y no lo era, él prosiguió con el rostro lívido, haciendo más crítica la situación-. Querías tanto, esa entrevista que estabas dispuesta a cometer adulterio para…

– ¡Adulterio! -interrumpió ella, sintiendo náuseas y palideciendo también-. ¡Estás casado! -exclamó.

– ¡Yo no! -gritó-. ¡Tú!

– Yo no estoy casada -declaró Fabia y por un momento se sintió confundida porque él le había dicho que no era casado, hasta que comprendió que creía que ella era la señora Barnaby Stewart. Era obvio por la siguiente pregunta agresiva:

– ¿Entonces quién demonios eres tú?

Era una pregunta justa y Fabia sabía que le debía una explicación. Además de que, allí de pie con una expresión que no permitía negativas, no le estaba dejando más alternativa, Respiró hondo.

– Me llamo Fabia Kingsdale -le confesó-. Cara Kingsdale, la señora Barnaby Stewart, es mi hermana.

No sabía qué esperar después. Probablemente Ven quería matarla por el engaño. Pero para su asombro no hizo nada parecido, sino que sacudió la cabeza con alivio.

– No creí que me había equivocado con tu inocencia -declaró enfadado y empezó a recuperar el color-. Tu virginal timidez cuando estuvimos juntos -empezó a decir, pero Fabia no quería hablar del asunto ni en ese momento ni nunca. Aunque desde su punto de vista ella había estado tan dispuesta que no había siquiera recordado la timidez. Pero el hecho de que él hubiera encontrado inocencia en sus respuestas…

– Bueno -lo interrumpió ella de prisa-. No estoy aquí para discutir tales… tales…! Vine a recoger mi auto.

– ¿Tu auto?

– Sí, ¿no lo sabías? Lubor me avisó por teléfono…

– Le había dado instrucciones de que te avisara -la interrumpió Ven.

– Comprendo -murmuró la joven, aunque no entendió. Pero, contenta de haber evadido el tema de su virginal inocencia y de la contradicción de estar casada.

– Bueno, si no te importa, recogeré mi coche y regresaré a Inglaterra y…

– ¡Sí que tienes descaro, señorita inglesa, eso te lo puedo asegurar! -le gritó Ven antes que ella pudiera terminar y Fabia supo que retirarse no sería tan fácil como esperaba. De hecho estuvo segura de eso cuando-. Como no te vas a ir a ninguna parte, quizá quieras mejor tomar asiento -le sugirió él.

Esa vez le pareció buena idea. Las piernas, admitió, ya no la sostenían. Se alejó de él y se acomodó en el sofá donde se había sentado anteriormente. Pero esa vez no estaba a gusto allí y cuando él colocó una silla cerca del sillón y se sentó frente a ella, Fabia tuvo el horrible presentimiento de que no la dejaría en libertad hasta que no le revelara hasta el último detalle.

Cosa que, admitió para sí, era su pleno derecho, considerando que, creyendo que era otra persona, la había alojado, alimentado, paseado… Llegó de pronto a una decisión. Le revelaría todo acerca de su engaño y de la razón por la cual había pretendido ser Cara Kingsdale, pero nada de la idiota de Fabia que estaba perdidamente enamorada de él.

– No sabes cuánto lo siento -empezó ella-. Sé que eso no es excusa para que yo haya tratado de suplantar a Cara, pero esa ha sido la única mentira.

– ¿Tienes veintidós años?

– Sí.

– ¿Eres reportera?

– No, perdóname -se volvió a disculpar-. Trabajo con mis padres.

– ¿En Gloucestershire con los perros? -le preguntó él, haciéndola sentir bien porque lo había recordado.

– Correcto. Me encargo de cuidarlos. Lo siento -repitió-, no era una broma -titubeó y añadió-. Es que estoy nerviosa.

– ¿Por mí? No deberías estarlo -le aseguró Ven. Ella lo miraba asombrada-. Jamás te haría daño.

– Yo… Hmm… nunca pensé que podrías hacerme daño… -lo miró con los ojos bien abiertos-. Pero… debes estar furioso conmigo.

– Lo estaba, pero es por otra razón… -calló, pensando cómo seguir. Y de hecho cambió el tema-. ¿Quieres explícame el motivo por el cual, malamente, intentaste asumir el papel de tu hermana la reportera?

– ¿Malamente? -preguntó ella-. ¿Lo hice tan mal?

– Pésimo -respondió y se ganó de nuevo su simpatía al sonreír. Permítame decirle señorita Kingsdale que su técnica para entrevistar es apabullante.

– ¡Pero si nunca pude siquiera empezar! -protestó Fabia.

– Precisamente -respondió él-. Por experiencia con la comunidad periodística puedo decir que para ellos no existen preguntas demasiado íntimas o personales. Y no existe ningún miembro del personal a quien no traten de sobornar. Te aseguro que tu hermana no hubiera perdido tantas oportunidades como las que tú tuviste.