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– ¡Agradable! -exclamó Ven-. Yo me he dado cuenta de que fue el principio de mi fin.

– Yo… -era inútil, no le funcionaba el cerebro-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar para aclararlo.

– ¿Cómo? -repitió él, pero a pesar de que ella pensó que estaba un poco irritado y aunque pareció titubear, como si no estuviera muy seguro, la miró a los ojos y declaró-. Puedo hacerte una lista de las cosas que he hecho por ti, que ni yo creería que haría jamás. Cosas que para mí han sido ilógicas y sin embargo, nada en la tierra me hubiera impedido hacerlas.

– ¿De veras? -susurró ella, mientras algo en su mirada, algo en la manera en que estiró las manos hacia adelante para tomarle las suyas, hizo que casi le estallara el corazón.

– Claro que sí -dijo él-. Desde aquel lunes que te había presentado a mi secretario y hasta el momento en que él se ofreció a llevarte a tu hotel, no había pensado siquiera en cómo te ibas a regresar.

– Tú tenías que salir y me llevaste -le recordó Fabia.

– No tenía que ir a ningún lado -le confesó-. Lo inventé en ese instante. Sólo, ahora lo entiendo, para que Lubor Ondrus no te llevara.

Fabia abrió la boca atónita. La sensación de sus manos en las suyas, el roce de su piel la confundía, pero creía que le estaba diciendo que había estado celoso… ¡de Lubor! ¿Sólo un poco?

– ¡Oh! -exclamó con voz quebrada.

– ¿Qué…? -murmuró Ven, y pareció entender que era un acto favorable que ella dejara sus manos entre las suyas-. ¿Qué me está pasando?, porque yo amo mi privacía y jamás invitaría a una reportera a husmear en mi casa y sin embargo, te pedí que vinieras a cenar.

A Fabia le hubiera gustado mucho saber de veras qué le estaba pasando, pero, a pesar de su entusiasmo tenía miedo de preguntarle, no fuera a llevarse otra desilusión.

– Yo creí entonces, cuando pasaste frente a Lubor y a mí esa vez a la hora del almuerzo y te veías tan furioso, que ibas a cancelar la invitación -ella sintió que podía comentárselo.

– ¿Furioso? ¡Estaba que estallaba! -le informó Ven.

– ¿Por qué pensaste que yo iba a sacarle alguna información sobre tu persona?

– Ya me había comprobado que era un excelente secretario confidencial y que jamás le revelaría nada a nadie, a pesar de su debilidad por el sexo opuesto y no importaría que tan bella fuese -contestó Ven-, pero puede ser que te hice sospechar eso cuando tuviste el desatino de no dejar de hablar de tu almuerzo con él cuando cenamos…

– ¿No dejé de hablar de él? -Fabia estaba sorprendida, segura de que no hubiera podido ser tan mal educada.

– Así me pareció -declaró Ven, pero luego aclaró-. Es que, hasta que te conocí, jamás había sentido celos.

– ¡Celos! -exclamó Fabia casi sin aliento-. ¿Tú estabas celoso? ¿Celoso de Lubor? -y no supo dónde estaba ya que en ese momento, como si no le hubiera parecido estar sentado frente a la joven, en una silla, cuando tenía todo el sofá, Ven se cambió y se acomodó junto a ella. Luego, Fabia tenía un nudo en el estómago, la tomó de los brazos, cosa que no la ayudó a sentirse mejor y la hizo volverse hacia él. Y fue entonces que, mirándola a los ojos, le confesó.

– Sí, celoso de Lubor Ondrus. Celoso, aunque no había admitido que se trataba de ese sentimiento hasta hace poco -Fabia lo miraba, atónita, muda, cuando él soltó uno de sus brazos, colocó el brazo sobre sus hombros y le preguntó con voz ronca-. Mi adorada Fabia, ¿no te das cuenta de lo que siento?

– No estoy segura -ella no supo cómo logró encontrar las fuerzas para hablar. Luchaba por mantener los pies en la tierra que algo maravilloso, algo imposible; algo imposible y maravilloso estaba sucediendo, ¿o no?

– ¡Oh!, milácku -susurró él-. ¡Tú no estás segura! ¿No lo sabes, no puedes sentir que yo tampoco lo estoy? Por favor dame alguna esperanza -insistió-, porque aparte de la incertidumbre en mi corazón de que miluji te, jamás he tenido más dudas, ni me he sentido más aprensivo en toda mi vida.

Fabia trató de hablar, pero tenía la garganta cerrada. Sentía que estaba temblando en sus brazos, pero cuando se percató de que algo de ese temblor provenía de Ven, comprendió que debía estar bajo gran tensión, y, por él, rompió su barrera del miedo.

Tosió para aclarar su garganta y pronunció con dificultad:

– ¿Qué quiere decir "milácku"?

– Querida -respondió él sin titubear y con el corazón latiendo como un loco, ella derribó otra barrera.

– ¿Y miluji te -preguntó sin aliento.

La respuesta de Ven fue tomar su barbilla con la mano y mirándola con sinceridad, tradujo:

– Te amo.

– ¡Ay, Ven! -exclamó la chica con lágrimas en los ojos.

– ¡Amor mío! -susurró el hombre con voz ronca y como tratando de creer lo que los ojos de ella le estaban diciendo, la abrazó con fuerza-. ¿Son esas lágrimas, las que apenas puedes contener, lágrimas de alegría? -le preguntó angustiado.

– Yo también te amo -respondió Fabia con sencillez.

Eran las palabras que él había deseado escuchar y con un grito de alegría y con ambas manos rodeándola, la presionó más contra él. Le habló en una mezcla de checo y de inglés.

– Moje milá, dulce milácku, te quiero tanto -le confesó con voz temblorosa y la arrulló en sus brazos, besó sus mejillas y luego ella acomodó una mano en la parte trasera de la cabeza de Ven y pegó su mejilla al rostro masculino. Pero, después de unos minutos de deleitarse con la sensación de su piel, Ven se hizo para atrás y Fabia miró con timidez sus ojos negros, nunca había ella visto una expresión de tanta alegría en el rostro de un hombre-. ¡No puedo creerlo! -exclamó y la abrazó con tanta fuerza que ella tuvo la impresión de que, si todo era verdad, no tenía intenciones de dejarla ir-. ¿Cuándo? -le preguntó.

– Ayer -la verdad era que Fabia no podía creerlo-. Ayer, frente a la estatua del poeta -le comunicó con voz suave.

– Dulce, hermosa Fabia, amor mío -musitó besando sus labios.

– ¡Ay, Ven! -susurró la joven sonriendo le preguntó-. ¿Y tú, cuándo?

– Lo supe hoy, definitivamente. Pero ha estado aumentando para que yo lo confirmara, si hubiera podido…

– ¿No querías estar enamorado?

– No tenía esa experiencia, no quería reconocerlo, pero ya estaba allí cuando mi corazón se debilitó al ver la cortesía que le mostraste a mi ama de llaves, la sonrisa que le ofreciste; estaba allí cuando te invité a cenar sin siquiera saber por qué lo había hecho, sólo que seguro no era por la entrevista. Allí, en el hecho de que, durante esa misma velada, te prometo que siempre he sido un hombre sincero, pero asombrado descubrí que estaba diciendo mentiras.

– ¿Me has dicho mentiras? -preguntó la joven sin recordar que ella había hecho eso y más.

– Perdóname, querida -le suplicó con tanto encanto que Fabia estaba dispuesta a dejarse seducir por él-. Me preguntaste acerca de tu auto, y te dije que les tomaría una semana o más localizar el repuesto.

– ¿Y no era verdad?

– Esa mañana habían entregado tu auto aquí -le respondió para su asombro y ella abrió mucho los ojos-. Estaba y todavía está, encerrado en una de los edificios exteriores.

– Pero, ¿por qué? -tuvo ella que decir-. ¿Para qué mentir? ¿Por qué no podías…?

– ¿Por qué no podía revelártelo? -Fabia sintió-. ¿Para qué? -dijo él con arrogancia-. Quizá te lo hubiera dicho, pero me puse furioso cuando almorzaste con mi secretario y celoso, claro -insertó-, y luego pasaste la cena platicándome de eso de todas maneras -terminó sonriendo-, aunque no quería admitir el poder que tenías sobre mí, creo que desde entonces no quería saber que podías irte adonde yo no podría localizarte con facilidad.

– ¡Eres un demonio! -exclamó la muchacha con ternura.