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– ¿Me quieres?

– Tanto -susurró ella y se derritió ante sus ojos, después él inclinó la cabeza y la besó en los labios.

– Mi ángel -dijo con respiración entrecortada unos minutos después, al contemplar su hermoso rostro y sus mejillas ruborizadas por sus besos.

– ¡Ay, Ven! -suspiró y lo adoró más cuando él se inclinó y le plantó un tierno beso en la frente.

– ¿No es natural, que, aunque fui demasiado terco para aceptar lo que me estaba sucediendo, no puedo negar que aquella noche me dio un brinco el corazón.

– ¿Cuándo?

– Cuando en esta habitación, después de describirte lo de la fuente que canta, tu dijiste: qué maravilla y pensé que eras la criatura más adorable en cuerpo y alma, que jamás había conocido.

– ¡Me dices las frases más conmovedoras! -ella suspiró.

– Te digo sólo la verdad, amada mía -y esa vez Fabia levantó la cara y lo besó y luego descubrió que ella era la que estaba recibiendo el beso, con tal pasión que cuando Ven se hizo hacia atrás ella sintió que estaba en otra órbita.

– ¿Este, tu… hmm… ya no me has dicho más mentiras? -estaba tratando de recuperar el control de sí misma, aunque por lo visto los besos de Vea tenían el poder de impedirle pensar con sentido común-. ¿Sólo la de… mi auto? -logró decir con cierta coherencia.

– ¡Ah! -dijo Ven y confesó-: Bueno, en una ocasión, después de estar pensando en ti toda la noche, te llamé al hotel esperando que no te molestara.

– Fue el jueves pasado -ella lo recordó al instante. -Correcto.

– Tenías que ir a Karlovy Vary y me invitaste a ir contigo.

– Incorrecto -replicó él y Fabia lo contempló admirada-. Estaba impaciente por hablar contigo, por verte -le reveló-. Cuando vi que Ivo iba a enviar un paquete por correo a la prima de su esposa en Karlovy Vary, le dije que iba a ir para allá y que se lo dejaría en la tienda donde trabaja la prima de Edita.

– ¿Entonces no tenías para qué ir a Karlovy Vary? -le preguntó ella asombrada.

– Para nada, sólo que tú habías dicho que deseabas conocerlo, y quería estar contigo.

– ¿Ya té dije que eres muy capaz?

– ¿Ya te dije que eres adorable?

– ¡Oh, Ven! -al tiempo se detuvo mientras se abrazaban y se besaban. Luego, Ven se apartó de ella.

– Créeme… jamás tuve la intención de acostarte en el sofá de mi sala -comentó él, con la intención de aclararlo todo.

– Lo siento -la joven se disculpó conteniendo el aliento, estaba tan confundida para entonces que no sabía de qué se estaba disculpando.

– Y deberías -reclamó Vendelin con tono severo, hizo una pausa, tragó saliva, y luego preguntó-. ¿De qué estábamos hablando? ¿Qué fue lo que te dije?

– Hmm -Fabia estaba fascinada de que estuviera igual de confundida que ella-. Creo que hablábamos de Karlovy Vary.

– Ah, sí. Esa mañana, de nuevo por celos, me enfureciste cuando estábamos tomando café y te atreviste a mencionar a otro hombre -recordó él-. Comprendí en ese momento que mi decisión de mandar a mi secretario de viaje de negocios era la correcta.

– ¿Lo mandaste de viaje por mí? -preguntó atónita.

– ¡Puedes estar segura! -replicó con tono fuerte y sin disculpas. Aunque luego sonrió al recordar-. ¿Pero la pasamos mucho mejor, verdad?

– Ay, sí, fue maravilloso -declaró-. Almorzamos en un lugar llamado Becov y…

– Y cuando estacioné el auto sentía que tenía una necesidad abrumadora de besarte.

– ¿De veras?

– Sí -confirmó y la besó.

– ¡Ven! -musitó.

– Si te hubieras fijado en mí entonces, cuando te dejé en tu hotel, cuando me dejé vencer por esa necesidad y te besé… aunque sea en la mejilla, estoy seguro que hubieras pensado, "pobre Ven".

– ¿Crees?

– No recuerdo haber manejado hasta mi casa. Pero cuando salí del auto y caminé hacia la puerta me percaté de que estaba cayendo bajo el embrujo de esa inglesa que había sido una compañía tan encantadora y agradable todo el día.

– ¡Oh! -exclamó ella, fascinada y con una sonrisa traviesa, pidió-. Sigue.

Era conmovedor verlo sonreír y la besó en la punta de la nariz por su imprudencia.

– Y así me pasaba el día pensando en ti, y no descansaba ni cuando trataba de dormir en las noches.

– Cuanto lo siento -dijo ella feliz.

– Se te nota -él se rió, y continuó-. En la mañana decidí irme a Praga.

– ¿Por mi culpa? -preguntó pasmada.

– ¡Claro que por tu culpa!

– Pero, ¿por qué?

– Porque, aunque siempre había permitido que se expresaran mis sentimientos, esa vez, por alguna razón que no podía comprender, sabía que no podía hacerlo contigo.

– ¿Por lo de la entrevista? -adivinó Fabia.

– Para ser sincero, moje milá

– ¿Qué quiere decir moje milá?

– Amor mío -le tradujo.

– Gracias -murmuró Fabia feliz y le recordó-, para ser sincero…

– Para ser sincero -repitió él-, me tenía sin cuidado lo que escribieras en tu entrevista. Lo que sí me importaba era esa necesidad de obedecer a un instinto que me advertía que debía alejarme de ti.

– ¿Es… estabas temeroso?

– ¿Por qué no? Jamás había sentido la fuerza de esa emoción que llaman amor. Ese sentimiento que, incluso cuando había planeado ir a Praga, y aunque había admitido sólo que me simpatizabas lo suficiente como para evitar más problemas, me hizo darle instrucciones a Lubor…

– ¿Acerca de mi auto? -bromeó ella.

– Eso era diferente -le contestó-. Después de asegurarme de dejarlo bastante ocupado todo el fin de semana y sin esperar que pudieras ponerte en contacto con él para nada, le di instrucciones de que te ayudara en caso de que tuvieras algún problema.

– Pero aclarando que sólo lo hiciera de manera impersonal.

– ¡Aja! -confesó Ven-. No creí que te lo dijera. Claro que lo estaba haciendo por celos de nuevo -admitió.

– Yo creí que era porque no me tenías confianza y pensabas que yo iba a interrogar a Lubor acerca de tu vida personal.

– Amor mío -murmuró él y con sus besos borró cualquier herida, luego sacudió la cabeza y dijo burlándose de sí mismo-. Y yo creí que yendo a Praga te eliminaría de mis pensamientos.

– No fue así, me llamaste por teléfono de Praga la noche siguiente -recordó ella con facilidad-. Pensaba que me llamabas por esa maldita y abominable entrevista, pero estabas de tan mal humor -calló al ver que él levantaba la ceja. Comprendió en ese momento que no lo perdonaría si le recordaba que ella tampoco había sido muy dulce pero él no lo hizo y sonrió.

– ¿Y por qué no habría de estar de mal humor? -preguntó él-, te había llamado sólo porque sentía la necesidad de escuchar tu voz y, ¿qué había conseguido por mi debilidad? Esa voz no perdió tiempo en informarme que había salido a cenar la noche anterior con mi secretario.

– Válgame Dios, los celos…

– Sí -admitió él-. Y como si no fuera suficiente tú, a pesar de que me estaba dando cuenta de que era idiota de mi parte enfurecerme porque tú y Lubor parecían caerse tan bien, tú que no le tienes ningún miedo a mi perro, de hecho aquel día lo llevaste de paseo, parecías ya habértelo apropiado también. Decidí que era hora de regresar.

– Volviste por unos papeles.

– Mentí.

– ¡Oh! -ella quedó boquiabierta y entonces se le ocurrió algo-. ¡Eres un demonio! -lo acusó con tono de adoración-. Me preguntaste si ya me habían regresado el auto del taller, cuando lo tenías encerrado aquí bajo llave.

– Tú dijiste que planeabas ir a Praga. Para mi modo de pensar ya habías visto demasiado a Lubor y en ese momento decidí que alejarte de él era una excelente idea.

– Y por eso me invitaste en ese momento a llevarme en tu auto a Praga.

– Claro, y me enamoré más y más almorzando contigo, cenando juntos, observando tu inocente regocijo mientras admirabas el reloj astronómico al dar la hora. Cuando te besé aquella noche, y acepté que te deseaba, comprendí que, estando la situación tan explosiva, debía sacarte de allí y regresar contigo a Mariánské Lázne.