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– Faltaba poco para que me volviera loco -la corrigió Ven-. En mi trabajo lo más natural es confirmar todos los datos de la investigación. En ese momento recordé que Lubor me dijo que había dejado tu tarjeta de presentación en mi escritorio.

– No me digas que todavía la tenía.

– Sí; con el pretexto de tener que regresarle una pluma que había olvidado, Cara Kingsdale, en mi casa, objeto que podía tener algún valor sentimental, llamé a la revista Verity.

– ¿Ellos te dieron la dirección de la casa de Cara?

– No sólo eso, sino que mostrándose ansiosa de complacerme, la mujer con quien hablé sugirió que, en vez de mandar el paquete a nombre de Cara, lo enviara, para estar más seguro de que le llegara, con su nombre de casada.

– Sálvame, Dios -musitó la muchacha.

– Puedes sentirte avergonzada. ¡Pasé un infierno! -la regañó Ven-. Estaba tan alterado, ¡casada!, repetí y para encubrir mi sorpresa le dije: Se ve demasiado joven para ser casada, y la amable mujer contestó: Cara me va a matar por revelarlo, pero cumplirá veintinueve en agosto. Lo sé porque cumplimos el mismo día.

– Te dije que tengo veintidós años.

– Sí, me daba cuenta de que no podías tener veintinueve. Pero como todo estaba explotando a mi alrededor, todavía no salía de mi confusión cuando me llamaron del hotel para decirme que acaba de llegar.

– Tú… -empezó Fabia a decir y luego entendió-. ¡Le ordenaste a Lubor que me llamara para avisarme que habían entregado ya mi auto.

– ¡No estaba de humor para hablar contigo personalmente! ¿Tienes idea, mujer, de lo que sentía mientras esperaba mirando desde la ventana que llegaras en el taxi?

– ¿Ya sabías entonces que estabas enamorado de mí?

– Supe en el momento en que colgué el auricular después de llamar a Inglaterra, que no sólo te amaba con todo mi corazón, sino que de ninguna manera podía aceptar que estuvieras casada con nadie más que conmigo.

– ¡Ay! -exclamó ella apabullada.

– ¿Sí me quieres, verdad? -preguntó Ven con ansiedad.

– Claro que te quiero y mucho.

– Mira como me has dejado… -sonrió él con ternura-. Pero claro, no tuve más que un rato para pensar por qué querías irte, si estabas dispuesta a no cumplir la promesa que le hiciste a tu hermana, ¿qué podía ser?, sospeché que estabas huyendo de mí porque me amabas y porque te había lastimado mucho que te acusara de empalagosa.

– Eres muy inteligente -susurró ella temblando.

– Entonces saca a este hombre inteligente de su desolación y dime… ¿vas a casarte conmigo?

– ¿Estás seguro? -preguntó ella sin dar crédito a sus oídos.

– Jamás he estado más seguro en toda mi vida. Cásate conmigo, Fabia -insistió-. Deja que vaya contigo a Inglaterra, a conocer a tus padres y a concederle a tu hermana la entrevista que te trajo a mí, y…

– ¿Permitirías que Cara te entrevistara?

– No hay nada que no esté dispuesto a hacer por ti -contestó él, y frustrado imploró-. Por amor de Dios, mujer -recordando un comentario que ella había hecho durante el almuerzo en Becov-, dame una respuesta directa a una pregunta directa, ¿vas a casarte conmigo?

– ¡Oh, Ven, amor mío! -sollozó ella-. Sí, claro que sí.

– ¡Por fin! ¡Gracias amada mía! -declaró fervientemente y cuando inclinaba la cabeza para besarla con ternura, declaró-: Nos casaremos pronto, núlacku. ¡No quiero esperar más a tenerte de nuevo apasionada en mis brazos… serás mía.

Jessica Steele

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