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En ese momento no necesitaba la pesadilla de su conciencia, pero al continuar los sondeos, se preguntó en serio si en verdad era suficiente haberse presentado en la casa de Vendelin Gajdusek y nada más. Empezó a pensar en su querida hermana y todo lo que debía estar pasando, y, aunados el amor y los remordimientos, empezó a convencerse de que podía hacer algo más.

Para empezar se suponía que estaba de vacaciones, por amor de Dios, de modo que no tenía prisa alguna por regresar a su casa. Y además, teniendo en cuenta todo lo que esa entrevista significaba para su hermana, ¿no podía quedarse una semana más en Mariánské Lázne?

Fabia decidió esperar a que regresara Gajdusek, aun cuando no tenía ninguna garantía de que el escritor le concedería entonces la entrevista. Pero considerando la carta que, con las instrucciones, le había enviado Milada Pankracova a Cara, tal vez cumpliría con su promesa de verla a ella… o a su hermana.

La joven trataba de contrarrestar los sentimientos de miseria, al pensar que estaba mal, de parte del escritor, estar ausente cuando sabía que alguien iría desde Inglaterra sólo para verlo. De acuerdo, la cita se había acordado hacía dos meses, y era posible, suponía, que él o su secretaria hubieran llamado a la revista Verity, el miércoles, para dejar el recado de que había tenido que salir de viaje. No hubiera podido adivinar que la periodista que estaba esperando había decidido tomar el camino largo por carretera en vez de abordar un avión el jueves.

Se molestó con Vendelin Gajdusek, pero el enfado duró poco y desapareció, dejándola preocupada por Cara y Barney, y por la entrevista que ya debía haber concluido, pero que no había siquiera iniciado. Cualquiera le hubiera podido decir que tendría otra semana para sufrir agonías como la de ese día.

Fabia creía, sin embargo, que no debía pensar en eso, aunque era más fácil decirlo que hacerlo; iba a tratar y disfrutar todo lo que pudiera la siguiente semana, pasando cada día como si realmente estuviera de vacaciones y sin preocupaciones.

Al final, Fabia, muy buena para caminar, abandonó el hotel para explorar las avenidas y caminos de Mariánské Lázne. Se detuvo un par de veces a tomar algo, regresó al hotel como a las seis de la tarde, contenta de que el poblado fuera tan encantador.

El sábado volvió a caminar, durante varias horas, alrededor de las amplias y limpias avenidas y por las calles bordeadas de árboles del balneario con sus artísticas columnas y sus manantiales curativos. Había leído que el balneario formaba parte de lo que se conocía como el Triángulo de Balnearios de Bohemia Occidental, los otros dos eran Karlovy Vary y Frantiscovy Lázne.

Pasó frente a hermosos edificios del siglo XIX, de cuatro pisos, con techos amarillos, blancos, rojos y verdes, con prados bien cuidados y regresó al hotel. Faltaban todavía cinco días para que pudiera entrevistarse con Vendelin Gajdusek y se le ocurrió, entusiasmada de pronto ir a conocer los otros dos balnearios, ya que tenía el auto, si no quedaban muy lejos.

– ¿Podría informarme a qué distancia están Karlovy Vary y Frantiscovy Lázne? -le preguntó al recepcionista del hotel.

– Con mucho gusto -el hombre sonrió disfrutando sus hermosos rasgos y su cutis exquisito.

Cuando se despertó el domingo en la mañana, pensó en Cara, en Barney y en el hombre que aún no conocía, pero que esperaba conocer, y luego intentó eliminar, su ansiedad recordando que Frantiscovy Lázne estaba a menos de veinticinco millas y que ahí pasaría el día.

Un poco después del desayuno, Fabia condujo su Volkswagen hacia el otro balneario y cincuenta minutos después estaba paseando por el parque del pueblo, entre árboles, bancas y un escenario para una banda de música. Durante más de una hora caminó por el lugar que el dramaturgo Goethe llamó "un paraíso terrenal", y deseó tener más vacaciones para poder explorar mejor la zona.

Estaba en el mejor estado de ánimo que recordaba desde hacía mucho tiempo cuando regresó, más tarde a su auto. Había conducido muy poco cuando tuvo que detenerse a consultar el mapa, y luego, para su asombro, ya no pudo encender el motor.

En un principio se quedó allí sentada, incapaz de creer que su auto no arrancara. Pero, cuando comprendió totalmente que no podría hacerlo, pensó que dados sus escasos conocimientos de mecánica, tenía un serio problema.

Bajarse y levantar la tapa del motor no le serviría de mucho, dado que la falla podía estar frente a sus ojos y ella jamás la reconocería.

En un estado de suprema ansiedad, miró distraída por el espejo retrovisor y, santo Dios, pensó al percatarse de que estaba en un sendero estrecho bloqueando el paso por completo y que había un Mercedes negro detrás de ella, esperando pacientemente que lo dejara pasar.

Entendió que no podía hacer otra cosa que ir a disculparse y, de ser posible, explicar que su auto no arrancaba, puso la mano en el picaporte de la puerta y supo que no tenía necesidad de moverse. Desde su espejo vio que abrían la puerta del Mercedes y que bajaba de allí un hombre alto y aristocrático.

Dios me ayude, se dijo mientras bajaba el vidrio de su ventana al ver que él se acercaba… No tuvo ni oportunidad de preocuparse de que no la entendiera, porque en el instante en que el hombre, vestido en forma elegante aunque informal, se inclinó y le preguntó en perfecto inglés.

– ¿Algún problema?

– Sí. ¡Mi auto no arranca! -respondió de prisa, sintiendo latir con fuerza su corazón al mirar los ojos negros, penetrantes e inteligentes, que contemplaban su largo cabello rubio, sus ojos verdes, sus rasgos y su cutis delicado-. No había fallado, pero ahora de repente no quiere arrancar -añadió ella con mayor lentitud, tratando de controlarse y comprendiendo que con la placa de Gran Bretaña nadie tendría que ser un genio para adivinar que ella era inglesa.

– ¿Ya debe haber intentado todo supongo? -preguntó el hombre de cabello negro con tono cordial y agradable ganándose un buen trato debido a que no le hablaba con prepotencia.

– Me falta ver el motor. Aunque a mí no me ayudaría hacerlo -le confesó al hombre alto y delgado que le pareció de unos treinta y cinco años.

– No significaría mucho tampoco para mí -respondió con cierto encanto y, mientras dio un brinco el corazón de la joven, él se encargó del problema señalando un recodo hacia la derecha-. Mueva el volante hacia allá. Yo lo empujaré hasta un taller mecánico.

Fabia estaba todavía sorprendida de que su Volkswagen iba a ser empujado por un Mercedes, cuando el extraño caminó hacia su auto y ella tuvo que recuperarse y mover el volante.

Todavía estaba incrédula cuando media hora después estaba en un taller.

– Muchas gracias por traerme hasta aquí -le dijo al hombre que había terminado de hablar con un mecánico-. Espero no haberle quitado su tiempo -se disculpó pensando en que quizá tenía alguna cita y tenía que irse.

– No tengo prisa -respondió él haciéndola sentirse bien y añadió con encanto natural-. Estoy de vacaciones.

¿Quería decir que estaba de vacaciones por ser domingo o que estaba pasando algunos días en la zona? A Fabia le hubiera gustado preguntarle, pero no se conocían lo suficiente para ningún comentario que fuese más que superficial.

– De todas maneras se lo agradezco mucho -insistió ella y sonrió. Notó que él fijaba la vista en su boca y luego el mecánico se acercó a ellos.

Mientras los dos hombres discutían en un idioma que no entendía, Fabia se quedó escuchando, rezando porque el problema no fuese muy serio. Cuando los dos terminaron de hablar, contempló al alto y encantador hombre.

– Me temo que no tengo buenas noticias -empezó él a decir-. Su auto necesita un nuevo alternador.

– ¡Válgame Dios! -musitó la joven, tratando de aparentar que comprendía, aunque un alternador no significaba nada para ella. Sin embargo, como parecía que no podría llevar su auto a ningún sitio, preguntó-: ¿Podría poner uno el mecánico, lo más pronto posible? -mostró ansiedad y se percató de que él ya había hecho esa pregunta.