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De lo que sí se percató en ese momento fue de que, como supuestamente ella era la periodista, no lo estaba haciendo muy bien. Ya le había resultado difícil convencer a su acompañante, durante la caminata, de que le concediera la entrevista y, por lo visto, podía seguir teniendo dificultades en ese aspecto. ¿Entonces por qué, por amor de Dios, estaba dejando escapar esa oportunidad mandada del cielo sin preguntar algunas cuestiones pertinentes?

– ¿Saca usted a pasear a Azor todos los días, señor Gajdusek?-preguntó con inocencia.

– Es obvio que a usted le fascina caminar -replicó él y la contempló, notando sus mejillas sonrosadas en su cutis de porcelana. Un segundo después sus miradas se encontraron y Fabia sintió confusión olvidando que él no le había respondido.

– Yo crecí en el campo -murmuró ella, sin saber por qué le estaba diciendo eso ya que no tenía que ver con el tema. Cara también había crecido en el campo y no caminaría ni diez pasos cuando podía evitarlo.

– ¿En qué parte de Inglaterra? -preguntó él.

– Gloucestershire -no dudó al decírselo y comprendió entonces que había olvidado su meta, la entrevista.

– Dígame señor Gajdusek -empezó a decir Fabia cuando salían del bosque a un claro asoleado-, ¿suele…?

– Es un día demasiado encantador para que usted insista en llamarme señor Gajdusek -la interrumpió con facilidad.

Ella contuvo el aliento y lo miró asombrada, y su corazón se estremeció, emocionado, al notar que sus ojos negros, muy negros y alegres, volvían a mirarla.

– ¿Me está sugiriendo que lo llame Vendelin? -se atrevió ella a preguntar con incredulidad.

– Mis amigos me llaman Ven -le advirtió él y añadió con solemnidad-, Fabia -ella notó su atractiva sonrisa y la respondió.

Entonces sintió que su mundo se enderezaba y que volvía a ser feliz. El hombre que había buscado tanto acababa de pedirle que lo llamara Ven, incluso, aunque en broma, había sugerido que fueran amigos. Parecía que acababan de desaparecer todas sus preocupaciones y sus dudas.

Pronto se percató de que su euforia no podía durar. Para empezar, estaba allí para hacer el trabajo de su hermana y además todavía estaba preocupada por Barney. ¡Y su coche!, ¿cómo había podido olvidar lo de su auto?

Interrumpió la corriente de sus pensamientos al descubrir que Vendelin todavía la estaba observando, como si hubiera disfrutado del sonido de su risa. Ella miró en otra dirección, sintiéndose de pronto insegura, como si todo estuviese fuera de su control.

En ese momento comprendió que Vendelin Gajdusek era de tomarse en cuenta y que ella se había impuesto severas obligaciones. Unos segundos después decidió que él no tenía nada que ver con sus peculiares pensamientos y emociones. Por amor de Dios, había estado bajo bastante tensión últimamente, de modo que, ¿qué era más natural, habiendo ya conocido al hombre a quien tanto trabajo le costó encontrar y estar paseando en un día tan hermoso y asoleado con él, que relajarse un poco?

– Señor Gajdusek…-decidió hacer otra de las preguntas para la entrevista, aunque cometió el error de mirarlo y calló al ver que levantaba una ceja-. Digo… Ven… -tartamudeó.

– Dime Fabia -la interrumpió-, ¿hay más en casa como tú?

– ¿Perdón? -dijo ella sin comprender qué le estaba preguntando.

– Tienes veintidós, creo que dijiste -le recordó cuando ella hubiera preferido que lo olvidara, deseando con todo su corazón que no la obligara a darle tanta información. Fabia no quería que pensara que por su edad no podía ser una periodista de experiencia. Pero su comentario se refería a otra cosa, por lo visto-. ¿Eres hija única?

– Tengo una hermana mayor -ella estaba contenta de que dejaran el tema de su edad y le respondió con sinceridad, aunque luego añadió-, pero por lo pronto está en Norteamérica -se apresuró a cambiar el tema, pero él le gano.

– Me imagino que tienes que viajar mucho por tu profesión -siguió él preguntando cuando debería ser ella la que preguntara.

– Me gustaría viajar más -respondió diplomáticamente y se apresuró-. ¿Y usted? ¿Viaja mucho?

No respondió porque en ese momento apareció otra pareja a lo lejos y Vendelin ordenó a Azor que se detuviera para ponerle la correa.

– Regresaremos a la casa por este camino -le informó luego a Fabia y la guió en otra dirección.

Habían caminado muchas millas, pensó ella, cuando iniciaron el regreso, y había pasado bastante tiempo en su compañía, de modo que no se sorprendió al percatarse de que no servía para el trabajo que había ido a realizar. Cualquier periodista que valiera, hubiera sacado mucha información del alto checoslovaco, se dijo con tristeza.

Unos segundos después se preguntaba si en verdad hubiera podido sacarle información. Por lo visto Ven Gajdusek estaba más interesado en disfrutar el paseo que en responderle.

Con eso en mente Fabia comprendió, sintiéndose culpable, que él debía pasar encerrado muchas horas en su oficina, y que por lo tanto tenía todo el derecho de disfrutar de sus caminatas sin tener que soportar a una curiosa periodista preguntándole el por qué y el cómo de toda su vida.

Claro que él había aceptado conceder la entrevista, argumentó para sí. Sí, pero no exactamente Cuando estaba descansando. Al diablo, pensó irritada sin llegar a nada con sus argumentos y decidió no volver a hacer ni una pregunta durante la caminata, aunque, una vez que llegaran a la casa, le pediría que cumpliera con su promesa.

Aclarado eso, regresaron a la construcción anexa, cerca de la casa y en ese momento ella recordó su auto y pensó que sería bueno averiguar dónde quedaba el taller antes que se le olvidara.

– Quería pedirle -empezó a decir, incrédula ante el hecho de que esa mañana su auto había sido motivo de tanta preocupación y luego no había vuelto a pensar en él-, que me hiciera favor de darme el nombre del taller donde quedó mi auto… -ya la empezaba a fastidiar su costumbre de interrumpirla cada vez que empezaba una oración.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -exclamó ella sorprendida-. Pues para llamar por teléfono y preguntar…

– Discúlpeme -volvió él a interrumpirla-. No sabía que usted dominaba mi idioma.

– No, no lo domino -musitó enfadada porque era verdad, y sin comprender de qué estaba hablando…

– ¿Entonces cómo intenta preguntar acerca de su auto? -explicó él.

– ¿No hablan inglés en el taller?

– Temo que no -replicó él y hubiera añadido algo más, pero en ese momento, un auto, Skoda, manejado por un hombre de unos treinta años, llegó hasta la parte trasera de la mansión y se detuvo allí en el área de estacionamiento.

Estaban cerca cuando el hombre de cabello castaño y mediana estatura bajó del coche y Ven Gajdusek se detuvo a intercambiar con él unas palabras en checo. Luego, siendo sus modales en sociedad impecables, Ven cambió a inglés y le presentó a Lubor Ondrus.

– Lubor, la señorita Kingsdale, una visita de Inglaterra -terminó con la presentación.

– Ah, la señorita Cara Kingsdale -Lubor sonrió y le estrechó la mano mientras la miraba con admiración.

– ¿Conoce a la señorita? -preguntó Ven, incisivamente.

– Sólo por la tarjeta de presentación que encontré en mi escritorio -replicó el hombre en perfecto inglés-. Le pregunté a Edita y me dijo que ella la puso allí.

– Vine el viernes pasado -mencionó Fabia soltando la mano de Lubor Ondrus quien parecía disfrutar del contacto. Como el escritorio estaba en la casa, quizás él era su investigador y asistente, pensó ella y Edita colocó allí por error su tarjeta en vez de ponerla en el de Milada Pankracova.

– ¡Qué pena que no estuve aquí! -dijo Ondrus con sinceridad y explicó-. Acabo de regresar anoche, tomé unos días de vacaciones -y mientras Fabia se percataba de que debía ser un mujeriego de marca, le preguntó-. ¿Podría ser que, a pesar de su tarjeta, esté usted de vacaciones en mi país?