– ¿Se encuentra el señor Thirsk en la misma desgraciada posición? -Monk llevaba ahora el mismo paso que Cyprian; se cruzaron con tres damas muy peripuestas que debían de haber salido a tomar el aire y con una pareja que se entretenía cortejándose a pesar del frío.
– Si vive con nosotros es por culpa de desgraciadas circunstancias -le soltó Cyprian-. ¿Es ésta la información que busca? Mi tío, evidentemente, no es viudo. -Sonrió apenas, pero la sonrisa era más bien amarga y sarcástica que divertida.
– ¿Cuánto tiempo hace que su tío vive en Queen Anne Street?
– Que yo recuerde, unos diez años.
– ¿Es hermano de su madre?
– Ya sabe que lo es. -Esquivó a un grupo de caballeros enfrascados en animada conversación e indiferentes a la obstrucción que causaban en la calle-. En serio le digo que, si ese interrogatorio es una muestra del sistema que utiliza para hacer pesquisas, me extraña bastante que conserve su empleo. Tío Septimus en ocasiones bebe un poco más de la cuenta y ciertamente no es rico, pero esto no es óbice para que sea una persona muy decente cuyas desgracias no tienen nada que ver con la muerte de mi hermana. Le puedo asegurar que no sacará ninguna información útil hurgando en ese agujero.
Monk admiró cómo se defendía, animado o no por la sinceridad. Decidió descubrir cuáles eran las circunstancias desgraciadas que afligían a su tío y si Octavia se había enterado de algo sobre él que pudiera haberlo desposeído de aquella hospitalidad, de doble filo pero tan necesaria para él, de habérselo contado a su padre.
– ¿Es aficionado al juego? -preguntó Monk.
– ¿Cómo? -A Cyprian se le subió el color a la cara y topó con un anciano que se cruzó en su camino, lo que lo obligó a disculparse. Pasó junto a ellos el carro de un verdulero y su propietario pregonó la mercancía en voz alta y cadenciosa.
– Pensaba que quizás el señor Thirsk era aficionado al juego -repitió Monk-. Es un pasatiempo al que sucumben muchos caballeros, sobre todo cuando la vida les brinda escasos alicientes… y si piensan que una entrada extra de dinero no les vendría mal.
El rostro de Cyprian se mantuvo absolutamente inexpresivo, si bien no desapareció el color de sus mejillas, por lo que Monk pensó que tal vez había tocado alguna fibra sensible, ya fuera en relación con Septimus, ya en relación con el propio Cyprian.
– ¿Pertenece al mismo club que usted? -le preguntó volviéndose hacia él al formularle la pregunta.
– No -replicó Cyprian, reanudando la marcha después de un titubeo momentáneo-. No, tío Septimus frecuenta un club diferente.
– ¿No es de su gusto? -preguntó Monk con toda naturalidad.
– No -admitió Cyprian con presteza-. Mi tío prefiere a los hombres de su misma edad… y experiencia, supongo.
Atravesaron Hamilton Place, esquivando un carruaje y un hansom.
– ¿De qué club se trata? -preguntó Monk cuando volvieron a situarse en la acera.
Cyprian no respondió.
– ¿Está enterado sir Basil de que el señor Thirsk juega de vez en cuando? -continuó Monk.
Cyprian hizo una profunda aspiración y soltó lentamente el aire antes de contestar. Monk se dio cuenta de que Cyprian estaba considerando la posibilidad de negarlo, y que después había puesto la lealtad a Septimus que por delante de la lealtad a su padre. Era otra postura que también mereció la aprobación de Monk. -Probablemente no -dijo Cyprian- y le agradecería que no considerara necesario decírselo.
– No veo qué circunstancia podría hacerlo necesario -admitió Monk antes de proseguir con una conjetura basada en la naturaleza del club del que Cyprian acababa de salir-: De manera similar tampoco tengo por qué decirle que usted también juega.
Cyprian se paró y giró en redondo para mirarlo frente a frente y con los ojos muy abiertos. Vio entonces la expresión de Monk y se distendió, con una leve sonrisa en los labios, antes de reanudar la marcha.
– ¿Lo sabía la señora Haslett? -preguntó Monk-. ¿Podía ser que se refiriera a esto cuando dijo que el señor Thirsk entendería lo que había descubierto?
– No tengo ni idea -dijo Cyprian, abatido.
– ¿Qué otras cosas tienen particularmente en común? -prosiguió Monk-. ¿Qué intereses o experiencias que podrían hacer más profunda la afinidad? ¿Es viudo el señor Thirsk?
– No… no se ha casado nunca.
– Pero antes no vivía en Queen Anne Street. ¿Dónde vivía?
Cyprian caminaba en silencio. Atravesaron Hyde Park Corner y tardaron varios minutos en esquivar los carruajes, los cabriolés, un carro pesado tirado por cuatro magníficos Clydesdales, varios carromatos de verduleros y un barrendero que iba de aquí para allá como un pececillo que tratara de sortear los obstáculos y al mismo tiempo cazar al vuelo los peniques que la gente le arrojaba. A Monk le gustó ver que Cyprian le echaba una moneda, a la que él añadió otra.
Ya en el lado opuesto, pasaron por delante del inicio de Rotten Row y atravesaron el espacio de hierba en dirección al Serpentine. Un grupo de caballeros vestidos con inmaculados indumentos pasó a caballo por el Row, los cascos de los caballos golpeaban sordamente la tierra húmeda. Dos jinetes se echaron a reír ruidosamente y se lanzaron a medio galope acompañados del sonoro cascabeleo de los arneses. Delante de ellos tres mujeres se volvieron a mirarlos.
Cyprian se decidió por fin.
– Tío Septimus estuvo en el ejército, del que fue expulsado. Esta es la razón de que no disponga de medios económicos. Mi padre le abrió las puertas de casa. Como era un hijo menor, no heredó nada, no tenía otro sitio donde ir.
– ¡Qué mala suerte! -dijo Monk con toda sinceridad. Imaginaba perfectamente lo que suponía para un oficial la repentina reducción de las disponibilidades financieras, del poder y de la posición. Era algo que llevaba aparejadas la ignominia y la pobreza, suponía quedarse sin amigos, verse expulsado del ejército, despojado de todo y… para los amigos, dejar de existir.
– No fue por nada deshonesto, ni por cobardía -prosiguió Cyprian. Ya que había empezado a exponer los hechos, ahora había premura en su voz y le interesaba que Monk conociera la verdad-. Se enamoró y su amor fue correspondido con creces. Según él, no ocurrió nada… ninguna aventura… pero esto no mejora la situación…
Monk estaba sorprendido. Aquello no tenía sentido. Los oficiales estaban autorizados a casarse, y muchos lo hacían.
El rostro de Cyprian reflejaba compasión… y también una mezcla de ironía y menosprecio.
– Ya veo que no lo entiende, pero lo entenderá enseguida. La mujer en cuestión era la esposa del coronel.
– ¡Oh…! -No había nada más que decir. Se trataba de una ofensa inexcusable. En ella estaba involucrado el honor y, lo que es más, la vanidad. Para un coronel, una vejación como aquélla no tenía más salida que el ejercicio de su autoridad-. Ya comprendo.
– Sí. ¡Pobre Septimus! Ya no volvió a enamorarse nunca más de ninguna mujer. En aquel entonces ya tenía bastante más de cuarenta años y era un comandante con una excelente hoja de servicios. -Calló, pasaron junto a un hombre y una mujer, conocidos suyos a juzgar por las corteses inclinaciones que se cruzaron. Cyprian se tocó ligeramente el sombrero y no continuó lo que estaba diciendo hasta que estuvieron fuera del alcance del oído de los viandantes-. Habría podido llegar a coronel si su familia se lo hubiera costeado… pero los nombramientos militares no van precisamente baratos en los tiempos que corren. Y cuanto más alto se pica… -Se encogió de hombros-. De todos modos, aquello fue el final. O sea que Septimus se vio convertido en un hombre de mediana edad, degradado y sin un céntimo. Como es natural, apeló a mi madre y se vino a vivir con nosotros. ¿Quién va a echárselo en cara si juega de cuando en cuando? No puede decirse que en su vida haya muchas satisfacciones.