– ¿Un problema familiar? -Beatrice apartó los ojos de la ventana, a través de la cual contemplaba el cielo, y miró a Hester consternada-. ¡Cuánto lo siento! ¿Se trata de una enfermedad? En ese caso podría recomendarle un médico, aunque supongo que usted conocerá a más de uno…
– Gracias, es usted muy amable -dijo Hester acomplejada por los remordimientos-, pero que yo sepa no es cosa de enfermedad. Se trata más bien de algo relacionado con la pérdida de un trabajo, lo que puede ocasionar considerables dificultades.
Por primera vez desde hacía varios días Beatrice se había puesto ropa formal, si bien todavía no se había aventurado a frecuentar las principales habitaciones de la casa ni incorporado tampoco a la vida de familia, salvo para pasar algún rato con sus nietos, Julia y Arthur. Estaba muy pálida y tenía el rostro muy flaco. Si la detención de Percival le había causado algún alivio, su expresión no lo demostraba. Tenía el cuerpo tenso y se mantenía torpemente de pie, su sonrisa era forzada, intensa pero artificial.
– ¡No sabe cuánto lo siento! Espero que usted pueda ayudarlos, aunque sólo sea para consolarlos y ofrecerles consejo. A veces es lo único que podemos ofrecer a los demás, ¿verdad? -Se volvió hacia Hester y la miró fijamente, como si su respuesta tuviera gran importancia para ella. De pronto, antes de que Hester tuviera ocasión de contestar, se alejó y comenzó a revolver uno de los cajones de la cómoda, como si buscara algo.
– Seguramente ya se habrá enterado de que la policía detuvo anoche a Percival y se lo llevó. Mary me dijo que no fue el señor Monk quien lo detuvo. ¿Sabe usted por qué, Hester?
No existía la posibilidad de que Hester pudiera saber la verdad, a menos que hubiera fisgoneado los asuntos que la policía se llevaba entre manos.
– No tengo ni la más mínima idea, señora. Quizá le han encomendado otro trabajo y han delegado a otra persona para éste. Además, supongo que el trabajo de investigación ya se había dado por terminado.
Los dedos de Beatrice se inmovilizaron y se quedó clavada en el sitio.
– ¿Lo supone? ¿Cree que puede no estar terminada la labor de investigación? ¿Qué otra cosa pueden querer? ¿No han dicho que el culpable es Percival?
– No lo sé -dijo Hester procurando dar a su voz una inflexión de indiferencia-. Supongo que es la conclusión a la que han llegado, de otro modo no lo habrían detenido, pero no podemos afirmarlo con seguridad absoluta hasta que lo hayan juzgado.
Beatrice se tensó aún más y su cuerpo se contrajo.
– Lo colgarán, ¿no es verdad?
Hester percibió su inquietud.
– Sí -asintió en voz muy baja y seguidamente se sintió incitada a insistir-. ¿Esto le preocupa?
– No debería preocuparme, ¿verdad? -Beatrice parecía sorprendida-. Él asesinó a mi hija.
– Pero aun así la preocupa, ¿verdad? -Hester no quería que quedara ningún cabo suelto-. Es algo tan terminante… Me refiero a que no deja margen al error, no permite rectificar nada.
Beatrice seguía inmóvil, tenía las manos hundidas en las sedas, gasas y blondas del cajón.
– ¿Rectificar? ¿A qué se refiere?
Hester se batió en retirada.
– No sé muy bien. Quizá podrían considerar las pruebas de otra manera, podrían comprobar si hay alguien que ha mentido o volver a rememorarlo todo con pelos y señales…
– Usted, Hester, cree que el asesino sigue aquí, ¿no es eso? Cree que está entre nosotros. -En la voz de Beatrice no había pánico, sólo un dolor frío-. Y quienquiera que sea, está observando tranquilamente a Percival caminar hacia la muerte por culpa de unas pruebas que no son tales.
Hester tragó saliva. Le resultaba difícil hablar.
– Supongo que el culpable, sea quien fuere, debe de estar muy asustado. Quizás al principio fue un accidente… me refiero a que hubo una lucha que no tenía la muerte como finalidad. ¿No le parece?
Finalmente Beatrice se volvió. Tenía las manos vacías.
– ¿Se refiere a Myles? -dijo lentamente y con voz clara-. Usted cree que fue Myles, que él fue a su habitación, lucharon, él le cogió el cuchillo que ella guardaba y la apuñaló, porque él habría perdido mucho si ella hubiera hablado contra él y contado a todo el mundo lo que había ocurrido, ¿verdad? -Inclinó la cabeza sobre el pecho-. Pues esto dicen que ocurrió, pero con Percival, ¿sabe? Sí, claro que lo sabe. Usted frecuenta más la compañía de los criados que yo. Eso dice Mary.
Bajó los ojos y se miró las manos.
– Y es lo que cree Romola. Se ha sacado un peso terrible de encima, ¿sabe? Considera que todo ha terminado. Ya nadie sospechará de nadie. Ella se figuraba que había sido Septimus, ¿comprende? Creía que Octavia había descubierto alguna cosa que lo afectaba, lo que es absurdo, porque ella siempre había estado al corriente del pasado de Septimus. -Intentó reír ante la idea, pero no le salió bien-. Ahora Romola se imagina que podemos olvidarlo todo y seguir igual que antes, que olvidaremos todo lo que sabemos de los demás y de nosotros mismos: trivialidades, autoengaños, siempre dispuestos a echarnos la culpa unos a otros cuando tenemos miedo. Cualquier cosa con tal de protegernos. Como si todo fuera igual, salvo el hecho de que Octavia ya no está con nosotros… -Sonrió con un gesto nervioso, sin calor alguno-. A veces creo que Romola es el ser más estúpido que he conocido en mi vida.
– No puede ser igual -admitió Hester, desgarrada entre el deseo de consolarla y la necesidad de captar cualquier matiz o variación de la verdad-. Pero con el tiempo por lo menos podemos perdonar e incluso olvidar ciertas cosas.
– ¿Pueden realmente olvidarse? -Beatrice volvía a mirar a través de la ventana-. ¿Podrá olvidar Minta que Myles violó a aquella pobre chica? No sé qué significa violar. ¿Qué significa violar, Hester? Si una persona cumple con su obligación dentro del matrimonio, el acto es legal y lícito. De no hacerlo, sería reprobable. ¿Qué diferencia hay cuando el mismo acto se comete fuera del matrimonio para que se convierta en crimen despreciable?
– ¿Eso ocurre? -Hester dejó que saliera al exterior algo de la indignación que la embargaba-. A mí me parece que fueron muy pocas las personas que se escandalizaron cuando el señor Kellard violó a la sirvienta. Lo que hicieron fue más bien enfurecerse con ella por haberlo dicho que con él por haberlo hecho. Todo depende de quién lo hace.
– Imagino que así es. Pero esto sirve de muy poco cuando quien lo ha hecho es tu propio marido. En la cara de mi hija veo el daño que le ha hecho. No a menudo… pero a veces, cuando está relajada, cuando piensa que nadie la está mirando, veo dolor en su actitud. -Se volvió, con el ceño fruncido, una expresión turbada que nada tenía que ver con Hester-. Y en ocasiones, creo ver también una terrible indignación.
– Pero el señor Kellard ha salido indemne -dijo Hester con voz suave, en su anhelo de consolarla y comprobando que la detención de Percival no iba a ser el inicio de ninguna curación-. Si la señora Kellard pensase en alguna violencia seguro que la dirigiría hacia su marido, ¿no? Es natural que esté furiosa, pero el tiempo irá limando las asperezas y cada vez irá pensando menos en lo ocurrido. -Casi estuvo a punto de añadir que si Myles se mostraba bastante tierno y generoso con ella incluso acabaría por dejar de importarle. Pero pensando en Myles, no podía creerlo y expresar en voz alta una esperanza tan efímera no haría sino enconar la herida. Beatrice debía verlo como mínimo con la misma claridad que Hester, que hacía tan poco tiempo que lo conocía.
– Sí -dijo Beatrice sin convicción alguna-, por supuesto que tiene razón. Y por favor, esta tarde tómese el tiempo que necesite.
– Gracias.
Cuando ya se daba la vuelta para marchar, entró Basil, que había llamado tan ligeramente que no lo oyó nadie. Pasó junto a Hester sin apenas advertir su presencia, los ojos fijos en Beatrice.