Выбрать главу

– No tenemos mujeres en la policía. -Volvió a coger la taza y, mientras bebía, miró a Callandra por encima del borde de la misma-. Incluso si las tuviéramos sería muy difícil colocar a una en la casa.

– ¿No me ha dicho que lady Moidore está en cama?

– ¿Y en qué puede favorecernos esta situación? -dijo él mirándola con ojos muy abiertos.

– A lo mejor a ella le conviene contar con los servicios de una enfermera. Como es natural, la pobre está desolada debido a la muerte de su hija por asesinato. Es muy posible que tenga alguna idea acerca de quién puede ser el responsable. No me extraña que esté enferma, la pobre. ¿Quién no lo estaría en su lugar? Estoy convencida de que disponer de una enfermera le vendría de perlas.

Monk dejó el chocolate y miró fijamente a Callandra.

Esta se esforzó en mantener el rostro inexpresivo y mostrar un aire perfectamente inocente.

– En estos momentos Hester Latterly, que es una enfermera excelente, está sin trabajo. Es una de las enfermeras de la señorita Nightingale. Se la recomiendo encarecidamente. La considero perfectamente preparada para encargarse de esta misión. Como usted sabe es una joven muy observadora y no carece de valentía personal. No porque se haya cometido un asesinato en la casa va a sentirse arredrada en lo más mínimo.

– ¿Y el dispensario? -dijo Monk lentamente, al tiempo que en sus ojos brillaba una lucecita.

– Ya no trabaja en él -precisó con cara perfectamente inocente.

Monk pareció sorprendido.

– Una diferencia de opinión con el médico -explicó ella.

– ¡Ah!

– Que es un perfecto imbécil -añadió ella.

– Ya me lo imagino -dijo Monk con una ligera sonrisa que le iluminó los ojos.

– Estoy segura de que si usted se lo pide -prosiguió- y lo hace con un poco de tacto, Hester estará dispuesta a solicitar de sir Basil Moidore que le permita ocuparse de su esposa hasta que vuelva a ser la misma de antes. Yo estaré encantada de facilitar las referencias necesarias. Yo que usted no hablaría con el hospital y, por otra parte, convendría que tampoco le hablase a Hester de mí… a menos que sea necesario ir con la verdad por delante.

La sonrisa de Monk era ahora absolutamente franca.

– Muy bien, lady Callandra. Es una idea excelente y le estoy sumamente agradecido.

– No tiene ninguna importancia -dijo Callandra con aire inocente-, ni la más mínima. También hablaré con mi prima Valentina, que estará encantada de hacer esta sugerencia a Beatrice al tiempo que le recomienda a la señorita Latterly.

Hester quedó tan sorprendida al ver a Monk que ni se le ocurrió preguntarse cómo se había enterado de su dirección.

– Buenos días -dijo, sorprendida-. ¿Acaso ha…? -Pero se calló porque no estaba segura de lo que quería preguntarle.

Monk sabía ser circunspecto cuando le interesaba. Había aprendido a comportarse de aquel modo no sin ciertas dificultades, pero su ambición había acabado dominando su temple y hasta su orgullo, hecho que había ocurrido en el momento oportuno.

– Buenos días -respondió con voz afable-. No, no ha ocurrido nada alarmante, pero tengo que pedirle un favor que me gustaría mucho que me concediese.

– ¿Yo? -Hester todavía no había salido de su asombro, casi no podía dar crédito a lo que le sucedía.

– Sí, suponiendo que quiera concedérmelo. ¿Puedo sentarme?

– Sí, por supuesto.

Estaban en la salita de la señora Horne y Hester le indicó el asiento más próximo al magro fuego de la chimenea. Monk obedeció y le expuso el objeto de su visita antes de que una conversación trivial pudiera llevarlo a traicionar a Callandra Daviot.

– Me ocupo del caso de Queen Anne Street, el asesinato de la hija de sir Basil Moidore.

– Ya me lo figuraba -respondió ella con mucho comedimiento y con los ojos rebosantes de expectación-. Los periódicos no hablan de otra cosa, pero yo no conozco a nadie de la familia, ni tampoco sé nada de ellos. ¿Tienen alguna conexión con Crimea?

– Sólo lejana.

– Entonces, ¿en qué puedo…? -Se calló esperando que él le diera una respuesta.

– Quien la mató fue una persona de la casa -dijo Monk- y lo más probable es que sea de la familia.

– ¡Oh…! -Su mirada revelaba que estaba empezando a comprender, si no la parte que ella podía tener en el caso, por lo menos las dificultades con las que Monk se enfrentaba-. ¿Y cómo hará para investigar?

– Con mucho cuidado -dijo Monk sonriendo-. Lady Moidore está en cama. No sé qué parte de su malestar responde al dolor producido por lo ocurrido, ya que al principio se lo tomó con una gran entereza, y qué parte responde a que quizá sepa algo comprometedor para algún miembro de la familia y le resulte insoportable.

– ¿Y yo qué puedo hacer? -preguntó Hester con toda su atención puesta en él.

– ¿Le podría interesar hacer de enfermera de lady Moidore, observar a la familia y, en caso de que sea posible, enterarse de qué preocupa especialmente a la señora?

Se sintió inquieta.

– Me pedirían mejores referencias que las que puedo ofrecer.

– ¿Acaso la señorita Nightingale no las daría buenas?

– Sí, ella sí, pero el dispensario no.

– De acuerdo, esperemos entonces que no pregunten al dispensario. Creo que lo principal es que usted sea del gusto de lady Moidore…

– Supongo que lady Callandra también hablaría bien de mí.

Monk se recostó en el asiento con aire tranquilo. -Seguro que con esto bastará. Entonces, ¿le gustaría hacer este trabajo?

Hester sonrió apenas.

– Si la familia solicita una persona para este puesto, puedo optar a él… lo que no puedo hacer es llamar a la puerta de su casa preguntándoles si necesitan una enfermera.

– ¡Naturalmente! Haré lo que pueda para arreglar este particular. -No le dijo nada acerca del primo de Callandra Daviot y procuró evitar explicaciones difíciles-. La gestión se hará verbalmente, como suelen hacerse estas cosas en las mejores familias. Supongo que dejará que hablen de usted, ¿verdad? ¡Estupendo!

– Dígame algo sobre la familia.

– Creo que será mejor que usted misma vaya descubriéndolo todo… y ni que decir tiene que sus opiniones serán preciosas para mí. -Frunció el ceño lleno de curiosidad-. ¿Qué pasó en el dispensario?

Hester, apesadumbrada, lo puso al corriente de lo ocurrido.

Consiguieron convencer a Valentina Burke-Heppenstall de que fuera personalmente a Queen Anne Street para interesarse por la enferma pero, al ver que Beatrice no quería recibirla, se lamentó de la desgracia que afligía a su amiga y sugirió a Araminta que tal vez podría serle útil contar con la colaboración de una enfermera que la ayudara y llegara allí donde no alcanzaran las atareadas doncellas de la casa. Después de pensárselo un rato, Araminta comprendió que debía acceder. Aquella solución descargaría a todas las personas de la casa de una responsabilidad que en realidad no estaban en condiciones de asumir.

Valentina podía aconsejarles una persona siempre que no consideraran una impertinencia que se inmiscuyera en aquel asunto. Las jóvenes formadas por la señorita Nightingale, verdaderamente raras de encontrar entre las enfermeras, eran las mejores; además, solían ser muchachas de buena familia, es decir, señoritas que se podían tener en casa.

Araminta se sintió muy agradecida. Se entrevistaría lo antes posible con la persona que ella le recomendara.

En consecuencia, Hester se puso su mejor uniforme, tomó un cabriolé y se dirigió a Queen Anne Street, donde se sometió a la inspección de Araminta.

– Me la ha recomendado lady Burke-Heppenstall -le anunció Araminta con voz grave.

Araminta llevaba un vestido de tafetán negro que crujía a cada uno de sus movimientos y su enorme falda rozaba las patas de las mesas y los ángulos de los sofás y butacas cuando se desplazaba de un lado a otro del salón recargado de muebles. Lo oscuro del vestido y los negros crespones que cubrían los cuadros y puertas en señal de luto hacían resaltar la llamarada de su cabellera, de la que se prendía la luz, cálida y llena de vida como el oro.