Выбрать главу

Araminta observó con satisfacción el vestido de paño gris que llevaba Hester y juzgó positivamente su severo aspecto.

– ¿Puedo saber por qué busca usted trabajo en estos momentos, señorita Latterly? -No hizo ningún intento de mostrarse cortés. Aquélla era una entrevista de negocios, no de tipo social.

Hester, siguiendo las sugerencias de Callandra, ya tenía preparada una excusa. Era frecuente que los servidores ambiciosos aspirasen a trabajar para una persona con título. A veces los sirvientes eran más convencionales que sus propios amos y tanto los modales como la corrección con que pudieran expresarse los demás criados eran para ellos de considerable importancia.

– Desde que he regresado a Inglaterra, señora Kellard, prefiero prestar mis servicios de enfermera en casa de una buena familia que en un hospital.

– Lo encuentro muy lógico -aceptó Araminta sin un titubeo-. Mi madre no está enferma, señorita Latterly, lo que pasa es que acaba de sufrir una terrible desgracia y no queremos que se hunda en un estado de melancolía. Le costaría muy poco. Necesita una compañía agradable… una persona que se ocupe de que duerma bien y coma lo suficiente para conservar la salud. ¿Está dispuesta a desempeñar este tipo de trabajo, señorita Latterly?

– Sí, señora Kellard, me encantará si cree que puedo serle de utilidad. -Hester se obligó a mostrarse humilde recordando la cara de Monk… y la verdadera finalidad que la llevaba a aquella casa.

– Muy bien, entonces puede considerarse contratada. Puede traer todas sus cosas y empezar mañana mismo. Buenos días.

– Buenos días, señora… y muchas gracias.

Así pues, al día siguiente Hester se trasladó a Queen Anne Street con sus escasos bártulos embutidos en una maleta y llamó a la puerta trasera de la casa dispuesta a que le indicaran dónde estaba su habitación y cuáles serían sus obligaciones. Su posición se salía bastante de lo común: era bastante más que una criada pero mucho menos que una invitada. Aunque la consideraban competente, no formaba parte del personal de servicio propiamente dicho, pero tampoco podían equipararla con un profesional, como por ejemplo un médico. Era un miembro más de la casa, por consiguiente debía moverse al son que tocaban los demás y conducirse en todas las circunstancias de forma aceptable a ojos de su ama y señora, palabra esta última que se le quedaba atravesada entre los dientes.

Sin embargo, ¿por qué era así? Ella no tenía nada, ni bienes ni perspectivas de futuro y, por otra parte, como se había excedido en sus funciones y había aplicado un tratamiento médico a John Airdrie sin contar con el permiso de Pomeroy, tampoco contaba con ningún otro trabajo. Y por supuesto, aquí no se trataba únicamente de ocuparse tan bien como supiera de lady Moidore sino que, además, debía hacer para Monk aquel trabajo más interesante y peligroso que él le había encomendado.

Le adjudicaron una agradable habitación en el piso situado encima de los dormitorios de la familia, donde gracias a la conexión de una campana podía responder así que la llamasen. Durante los ratos libres, suponiendo que los tuviera, podía dedicarse a leer o escribir cartas en la salita destinada a las doncellas de las señoras. Le especificaron muy claramente cuáles serían sus deberes y cuáles correspondían a la doncella Mary, una muchacha morena y espigada de poco más de veinte años con un rostro lleno de carácter y una lengua muy pronta. También la informaron de las competencias de la doncella del piso superior, Annie, una muchachita de unos dieciséis años, llena de curiosidad, muy lista y excesivamente obstinada para sus gustos.

Le mostraron la cocina y le presentaron a la cocinera, la señora Boden, a la camarera de cocina Sal, a la fregona May, al limpiabotas Willie y, finalmente, a las lavanderas Lizzie y Rose, que se ocupaban de la ropa blanca. Vio en el rellano a la doncella de las otras señoras, Gladys, que estaba al servicio de la esposa de Cyprian Moidore y de la señorita Araminta. En cuanto a la doncella del piso de arriba, Maggie, a la doncella para todo Nellie y a la vistosa camarera Dinah, estaban al margen de la responsabilidad de Hester. En lo que respectaba a la bajita y mandona ama de llaves, la señora Willis, no tenía jurisdicción alguna sobre las enfermeras, lo que era un mal principio para su relación. Estaba acostumbrada a ejercer la autoridad y le molestaba que en la casa hubiera una persona que para ella era una criada pero que quedaba fuera de su ámbito. Su rostro pequeño y franco demostró una desaprobación instantánea. A Hester le recordaba una matrona de hospital particularmente eficiente, pero la comparación no era de lo más afortunado.

– Usted comerá con los demás sirvientes -le informó la señora Willis con malos modos-, a menos que sus deberes se lo impidan. Después del desayuno, que es a las ocho de la mañana, nos reunimos todos. -Se apoyó particularmente en la última palabra, mirando a Hester a los ojos-. Todos los días rezamos oraciones que dirige sir Basil. Supongo, señorita Latterly, que usted pertenece a la Iglesia de Inglaterra.

– Oh, sí, señora Willis -respondió Hester inmediatamente, aunque no profesaba aquella religión por propia inclinación, ya que era no conformista por naturaleza.

– Bien -asintió la señora Willis-, perfectamente. Nosotros comemos entre las doce y la una del mediodía, mientras lo hace también la familia. En cuanto a la cena, depende de los días. En ocasión de banquetes, a veces se cena bastante tarde. -Enarcó, muy altas, las cejas-. En esta casa se dan banquetes de los más suntuosos de Londres, y la cocina es excelente. Pero como actualmente estamos de luto, la familia no está para esas diversiones. Cuando vuelva la normalidad supongo que sus servicios ya no serán necesarios en esta casa. Me imagino que usted tendrá medio día de fiesta cada quincena, como el resto del personal. Con todo, si la señora manda otra cosa, será lo que ella diga. Como no era un puesto permanente, Hester no estaba todavía muy interesada en el tiempo libre que tenía destinado, siempre que tuviera oportunidad de ver a Monk para informarlo de alguna averiguación.

– Sí, señora Willis -replicó, ya que al parecer la mujer esperaba respuesta.

– Creo que tendrá pocas ocasiones, por no decir ninguna, de ir a la sala de estar, pero en caso de que tuviera que ir a dicha habitación espero que ya sabrá que no está bien visto llamar con los nudillos en la puerta. -Tenía los ojos fijos en la cara de Hester-. Es una intolerable vulgaridad llamar a la puerta de una sala de estar.

– Por supuesto, señora Willis -se apresuró a decir Hester.

Jamás se había detenido a reflexionar sobre el asunto, pero pensó que era mejor que no se notase.

– La doncella se ocupará de su habitación, por supuesto -prosiguió el ama de llaves observando a Hester con mirada crítica-, pero usted tendrá que encargarse de planchar sus delantales. Las lavanderas ya tienen bastante trabajo y, por otra parte, las camareras de las señoras tienen muchas cosas que hacer para tener que ocuparse, además, de usted. Si recibe cartas… ¿tiene usted familia? -Esta última frase sonó como un reto, era cosa sabida que las personas que no tenían familia carecían de respetabilidad, eran unas cualquiera.

– Sí, señora Willis, tengo familia -dijo Hester con decisión-. Por desgracia, mis padres murieron hace muy poco tiempo y uno de mis hermanos perdió la vida en Crimea, pero me queda un hermano; lo quiero mucho, y a su esposa también.

La señora Willis quedó satisfecha.

– Muy bien. Siento la muerte de su hermano en Crimea, pero ya se sabe que en aquella guerra murieron muchos jóvenes. Morir por la reina y por la patria siempre es un honor, aunque no deja de ser una desgracia que hay que sobrellevar con toda la fortaleza posible. Mi padre también fue soldado… un hombre hecho y derecho, un hombre íntegro. La familia es algo muy importante, señorita Latterly. Todo el personal de la casa es extremadamente respetable.