– Quizá tenga usted razón -admitió Callandra-, pero el señor Monk es una persona impetuosa. Primero el caso Grey y ahora éste. Me parece que es tan poco comedido como usted. -Cogió otro bollo-. Uno y otro se han propuesto empuñar las riendas de los asuntos y uno y otro se han quedado sin su medio de vida. ¿Qué piensa hacer ahora el señor Monk?
– ¡No lo sé! -dijo Hester abriendo las manos-. Pero es que tampoco yo sé qué voy a hacer cuando lady Moidore ya se encuentre bien y no necesite de mis servicios. No tengo ganas de hacer de señorita de compañía a sueldo, yendo de aquí para allá, llevando y trayendo cosas y poniendo paños calientes a enfermedades imaginarias y a sofocos. -De pronto se sentía presa de una profunda sensación de fracaso-. Callandra, ¿qué me ha ocurrido? ¡Vine de Crimea tan llena de ganas de trabajar, de luchar por una reforma y de conseguir tanto! Quería entrevistarme con las personas que se encargan de la limpieza de los hospitales, procurar mayor bienestar a los enfermos… -Aquellos sueños parecían haberse esfumado de pronto, habían pasado a formar parte de un reino dorado y se habían perdido para siempre-. Quería enseñar a la gente que la enfermería constituye una profesión noble, apropiada para personas sensibles y entregadas a su trabajo, mujeres sobrias y de buen carácter, dispuestas a cuidar de los enfermos con competencia, no para mujeres que se dedican simplemente a limpiar los desechos y a ir a buscar todo lo que necesitan los cirujanos. ¿Por qué he renunciado a todo esto?
– Usted no ha renunciado a nada, querida mía -le dijo Callandra con voz cariñosa-. Usted volvió a casa llena de entusiasmo por lo que había hecho en el frente y no le cabía en la cabeza que en tiempo de paz reinase una inercia tan monumental ni que en Inglaterra la gente estuviese tan empeñada en mantenerlo todo como está, pese a quien pese. La gente habla de esta época como de un tiempo de inmensos cambios y no se equivoca. No habíamos puesto nunca en juego tantas dotes de inventiva, no habíamos sido nunca tan ricos, tan libres a la hora de exponer nuestras ideas, buenas y malas. -Hizo unos movimientos negativos con la cabeza-. Pero sigue habiendo un considerable número de personas que están decididas a que todo siga igual, a menos que se las obligue, gritando y luchando, a avanzar al ritmo de los tiempos. Una de sus creencias es que las mujeres deben aprender el arte de saber entretener al marido, de traer hijos al mundo y de educarlos, en caso de no disponer de criados que lo hagan. Además, en épocas señaladas, deben visitar a aquellos pobres que lo merezcan, siempre bien acompañadas de otras personas de su misma condición.
Por sus labios pasó una sonrisa fugaz de irónica piedad. -Nunca, en circunstancia alguna, debería usted levantar la voz ni querer hacer prevalecer sus opiniones si lo que dice puede oírlo algún caballero, ni tratar tampoco de dárselas de demasiado inteligente u obstinada; no sólo es una actitud peligrosa sino además que hace que se sientan muy incómodos.
– Se burla usted de mí -la acusó Hester.
– Sólo un poco, cariño. Si no encontramos trabajo para usted en un hospital, no le costará encontrar un puesto de enfermera particular. Escribiré a la señorita Nightingale y veremos qué nos aconseja. -Su rostro se ensombreció-. De momento, creo que la situación del señor Monk es bastante más acuciante. ¿Tiene otras habilidades aparte de las relacionadas con la detección?
Hester se concedió un momento de reflexión.
– No creo.
– Entonces no le queda más remedio que hacer de detective. A pesar de este fracaso, lo considero dotado para esta profesión y sería un crimen que una persona se pasara la vida sin servirse del talento que Dios le ha dado. -Acercó la bandeja de los bollos a Hester y ésta tomó otro-. Si no puede ejercer estas dotes públicamente en la fuerza policial -prosiguió- tendrá que ejercitarlas a título privado. -Se iba calentando a medida que se ocupaba del asunto-. Tendrá que poner anuncios en todos los periódicos y revistas. Hay gente que ha perdido la pista de algún familiar y no tiene idea de dónde se encuentra. También hay robos que la policía no resuelve a entera satisfacción de los perjudicados. Con el tiempo el señor Monk irá haciéndose un nombre y seguramente se le confiarán casos en los que se han cometido injusticias o han provocado el desconcierto de la policía. -Se le iluminó el rostro-. O tal vez casos en los que la policía no ha visto que ha habido un delito y en cambio hay quien lo cree así y siente el deseo de demostrarlo. Lamentablemente, también hay casos en los que se acusa a una persona inocente y ésta quiere limpiar su nombre.
– Pero ¿cómo sobrevivirá hasta que tenga suficientes casos de este tipo para ganarse la vida? -dijo Hester, angustiada, limpiándose los dedos con la servilleta.
Callandra se quedó reflexionando unos momentos hasta que llegó a una decisión íntima que era evidente que la complacía.
– Siempre he deseado dedicarme a alguna cosa más interesante que las buenas obras, por útiles o meritorias que puedan ser. Visitar a los amigos, luchar a favor de la reforma de los hospitales, cárceles o asilos es algo que tiene un gran valor, pero de cuando en cuando conviene poner un poco de color a la vida. Me asociaré al señor Monk. -Tomó otro bollo-. Para empezar, aportaré el dinero necesario para cubrir sus necesidades personales y para la administración de las oficinas que necesita. A cambio, me cobraré algunos beneficios cuando los haya. Haré todo cuanto esté en mi mano para establecer contactos y buscar clientes y él hará el trabajo. ¡Así me enteraré de todo lo que me interese! -De pronto le cambió la expresión-. ¿Cree que él estará de acuerdo?
Hester intentó conservar un rostro totalmente sobrio, pero por dentro sintió que la invadía una oleada de felicidad.
– Imagino que tendrá pocas opciones. Si yo me encontrara en su situación, no dejaría escapar esta posibilidad.
– Excelente. Lo que haré entonces será ponerme en contacto con él y hacerle una proposición que se ajuste a estas condiciones. Ya sé que así no solucionaremos el caso de Queen Anne Street. Pero ¿qué podemos hacer con este asunto? Es sumamente desagradable.
Con todo, transcurrió otra quincena antes de que Hester llegara a una conclusión con respecto a lo que pensaba hacer. Había regresado a Queen Anne Street, donde Beatrice seguía tensa, tan pronto luchando para apartar de sus pensamientos todo cuanto tuviera que ver con la muerte de Octavia como un minuto después preocupada porque temía descubrir algún odioso secreto que no sospechaba siquiera.
Parecía que los demás se habían ido acomodando más o menos a unos esquemas de vida aproximadamente normales. Basil iba a la City la mayor parte de los días, donde hacía lo que tenía por costumbre hacer. Hester preguntó a Beatrice acerca de sus ocupaciones de una forma vaga y educada, pero Beatrice sabía muy poco acerca de la cuestión. Como sir Basil consideraba que no era necesario que pasara a formar parte de su campo de interés, había acallado con una sonrisa las preguntas que le había hecho al respecto en pasadas ocasiones.
Romola estaba obligada a abstenerse de sus actividades sociales, al igual que los demás miembros de la familia, debido a que estaban de luto. Pero Romola parecía dar por sentado que la sombra de las pesquisas se había desvanecido por completo y se movía por la casa alegre y despreocupada cuando no estaba con la nueva institutriz supervisando los deberes de los niños en la habitación destinada a clase. Sólo alguna que otra vez dejaba traslucir una infelicidad y una inseguridad que guardaba muy adentro y que tenía que ver con Cyprian, no con nada relacionado con el asesinato. Estaba absolutamente satisfecha de que el culpable fuera Percival y de que nadie más estuviera involucrado en los hechos.