Hester suspiró lentamente.
– No, creo que no.
Beatrice volvió a girar el asiento de cara al espejo y observó sus cabellos con aire crítico.
– Entonces, ¿por qué lo detuvo la policía? No fue Monk quien lo detuvo. Annie me dijo que había venido a detenerlo otra persona y que tampoco fue aquel sargento joven que lo acompañaba. ¿Lo hicieron por conveniencia? Los periódicos armaron mucho ruido y echaron la culpa a la policía de que el caso no hubiera quedado resuelto, según me dijo Cyprian. Y sé que Basil escribió al ministro del Interior. -Bajó la voz-. Imagino que sus superiores le pidieron que presentara resultados rápidos, pero no creo que Monk cediera así como así. Lo tenía por un hombre muy enérgico… No quiso añadir que Percival se había convertido en mercancía de canje cuando se veía amenazada la carrera de un oficial, pero Hester sabía que lo pensaba, le bastaba con ver la ira que reflejaba su boca y la aflicción de su mirada.
– Y claro, no iban a acusar nunca a una persona de la familia a menos de contar con pruebas irrefutables. No me puedo sacar de la cabeza que Monk sospechaba de uno de nosotros pero que no pudo encontrar ningún fallo de bastante consideración ni bastante tangible para justificar su acción.
– ¡No lo creo! -se apresuró a decir Hester, aunque pensó al momento que le sería imposible justificar que estaba al corriente de la situación. Beatrice estaba casi en lo cierto en sus deducciones, imaginaba las presiones que Runcorn había ejercido sobre Monk para que se pronunciara, las disputas y los enfrentamientos que este hecho había comportado.
– ¿No? -dijo Beatrice con aire desolado, dejando finalmente el cepillo-, pues yo sí lo creo. A veces daría lo que fuera para saber quién fue, así dejaría de sospechar de todos. Después rechazo, horrorizada, esa idea, porque es una imagen odiosa, como una cabeza cortada metida en un cubo lleno de gusanos, sólo que peor… -Volvió a hacer girar el asiento y miró a Hester-. Una persona de mi familia asesinó a mi hija. O sea que todos han mentido. Octavia no era como dijeron y pensar, o sólo imaginar, que Percival podía tomarse estas libertades es absurdo.
Se encogió de hombros, su cuerpo delgado tensó la seda de la bata.
– Sé que a veces bebía un poco… nada que ver con Fenella, sin embargo. En el caso de Fenella habría sido muy diferente. -Se le ensombreció el rostro- Ella incita a los hombres, pero elige a hombres ricos: le hacían regalos que después llevaba a la casa de empeños y con el dinero que conseguía se compraba vestidos, perfumes y otras chucherías. Pero llegó un día en que ya dejó las apariencias de lado y cogió directamente el dinero. Esto Basil no lo sabe, por supuesto. Como lo supiera, se quedaría tan horrorizado que lo más probable es que la echara a la calle.
– ¿Será esto lo que descubrió Octavia y dijo después a Septimus? -dijo Hester ávidamente-. ¿No puede ser esto? -De pronto descubrió lo insensato de aquel entusiasmo. Después de todo, Fenella seguía siendo una persona de la familia, por muy ligera de cascos o viciosa que pudiera ser y por mucho que los hubiera avergonzado durante el juicio. Volvió a quedarse muy seria.
– No -respondió Beatrice, tajante-, Octavia hacía muchísimo tiempo que sabía estas cosas. Y Minta lo mismo. Pero si no se lo dijimos a Basil fue porque, aunque la situación nos repugnaba, queríamos ser comprensivas con ella. A veces la gente hace cosas rarísimas para conseguir dinero. Nos las ingeniamos de mil maneras para obtenerlo y a veces no a través de medios atractivos y ni siquiera honorables. -Jugueteaba nerviosa con una botella de perfume y finalmente la destapó-. A veces somos muy cobardes. Me gustaría pensar de otra manera, pero no puedo. De todos modos, Fenella no consentiría nunca que un lacayo se tomase libertades con ella que superasen los meros galanteos. Es casquivana y hasta cruel, le aterra envejecer, pero no es una prostituta. Me refiero a que no va con hombres sólo porque le guste… -Aquellas palabras le produjeron un ligero estremecimiento e hicieron que introdujera el tapón con tal fuerza que ya no pudo volver a sacarlo. Soltó una exclamación por lo bajo y arrinconó el frasco en un extremo del tocador.
»Antes me figuraba que Minta no sabía que Myles había violado a la sirvienta, pero ahora pienso que a lo mejor sí lo sabe. Y quizá sabía también que le gustaba mucho Octavia. Myles es muy vanidoso, se figura que todas las mujeres están locas por él. -Sonrió torciendo los labios hacia abajo, un gesto curiosamente expresivo-. Muchas lo están, todo hay que decirlo, porque es un hombre guapo y simpático. Pero no gustaba a Octavia y esto él no lo podía digerir. A lo mejor se había propuesto hacerla cambiar de parecer. Hay hombres que encuentran justificable la fuerza bruta, ¿sabe?
Miró a Hester y movió negativamente la cabeza.
– No, ya se nota que no lo sabe… usted es soltera. Perdone que me haya mostrado tan grosera, espero no haberla ofendido. Creo que todo es cuestión de gradación y me parece que Myles y Octavia tenían una opinión muy diferente al respecto.
Se quedó en silencio un momento, después se ciñó más la bata al cuerpo y se levantó.
– Hester, tengo mucho miedo. Es posible que el culpable sea una persona de mi familia. Monk se ha ido y nos ha dejado. Probablemente no llegaré a saberlo nunca. No sé qué es peor, si ignorar lo que pasó e imaginarlo todo o saberlo y ya no poder olvidarlo nunca, pero sentirse indefensa para ponerle remedio. ¿Y si el culpable sabe que yo lo sé? ¿Me asesinará a mí entonces? ¿Cómo podremos vivir así un día tras otro?
Hester no respondió nada. No podía ofrecerle consuelo pero tampoco quería subvalorar la desgracia tratando de encontrar algo que decir.
Pasaron otros tres días antes de que la venganza de los criados comenzara realmente a funcionar y de que Fenella la advirtiera y se quejara de ella a Basil. Casualmente Hester oyó gran parte de la conversación, ya que se había transformado en un ser tan invisible como el resto de los criados y ni Basil ni Fenella notaron su presencia al otro lado del arco del invernadero desde el salón donde se encontraban hablando. Hester había llegado hasta allí porque aquel lugar marcaba el límite máximo del paseo que podía permitirse. También estaba autorizada a servirse de la salita de las sirvientas, donde solía leer, pero corría el riesgo de encontrar allí a Mary o a Gladys y de tener que darles conversación u ofrecerles una explicación que justificase el cariz intelectual de sus lecturas.
– Basil -dijo Fenella al entrar, echando chispas de indignación-. Tengo que quejarme de los criados de esta casa. Me parece que no te has dado cuenta pero, desde que se celebró el juicio del maldito lacayo, el nivel de eficiencia del servicio ha bajado considerablemente. Son ya tres días seguidos que me sirven el té prácticamente frío. La imbécil de la doncella me ha perdido mi mejor salto de cama, todo de blonda por cierto. Dejan que se apague la chimenea de mi cuarto sin atenderla y te juro que aquello parece un depósito de cadáveres. Ya no sé qué ponerme encima cuando estoy en mi cuarto, pero te aseguro que estoy muerta de frío.
– Una situación muy propia de un depósito de cadáveres -dijo Basil secamente.
– ¡Déjate de chistes! -le soltó Fenella-. No le veo la gracia, la verdad. No entiendo cómo lo aguantas. Antes no eras así. Tú eras la persona más exigente que había conocido en mi vida, más aún que papá.
Desde el sitio donde estaba Hester veía a Fenella de espaldas, pero veía perfectamente la cara de Basil. Su expresión había cambiado, se había hecho más adusta.
– Estoy a su mismo nivel -dijo Basil fríamente-. No sé a qué te refieres, Fenella. A mí me han traído el té echando humo, en la chimenea de mi cuarto tengo un fuego hermosísimo y en todos los años que llevo viviendo en esta casa nunca me ha faltado una sola prenda de ropa.
– La tostada que me han traído en la bandeja del desayuno estaba dura -prosiguió Fenella-. No me han cambiado la ropa de la cama y, cuando me he quejado con la señora Willis, me ha salido con una sarta de excusas absurdas y no me ha hecho ni caso. No tienes autoridad en esta casa, Basil, yo esto no lo toleraría. Ya sé que no eres como papá, pero lo que no podía imaginar era que te abandonases así y dejases que todo se degradase como se está degradando.